28 diciembre 2007

Para empezar


Desde que recuerdo, ese periodo manido que suele ser la Navidad siempre me ha parecido algo fraudulento (y no me refiero a lo mercantil... que es otro tema), en lo sensorial. Es como un paréntesis demasiado denso durante el cual parece que de repente te has ido a vivir a una ciudad absolutamente atestada, colapsada, repleta de gente que va aún más rápido que de costumbre, bolsas, luces, música coñazo, ir y venir de un lado para otro a cumplir una serie de rituales que ya no tenían mucho sentido la primera vez, risas enlatadas con gente a la que no ves el resto del año (por algo será), o esos otros a los que tienes que ver el resto del año pero durante dos semanas se sientan a tu lado cuando surge la oportunidad porque dicen que es el lado de la mesa más divertido, y como siempre les ha gustado tanto ese lado...(los hay que viven en su propio mundo, y en Navidad se convierten en los mejores amigos de media humanidad). Por eso cada año me parece lo mismo, como un viaje brumoso a toda velocidad flotando por la superficie de los días, como si de repente a todo el mundo le diese por acabar el año a toda costa y en una carrera desenfrenadamente dispersa contra uno mismo, el calendario y lo que uno no es las otras 50 semanas.

Probablemente por eso, de un tiempo a esta parte, me resulta más delicioso salir de ese paréntesis, antes de tiempo, y aparcar la ciudad unos días, a los que no veo el resto del año (insisto, por algo será), a los que viven en un mundo encantador sólo dos semanas al año y el resto en uno lleno de mala hostia y amargado, a las bolsas, las luces, las canciones coñazo, los aparcamientos imposibles y los días en superficie, así que me busco las hojas en blanco de lo recién llegado al calendario, ralentizo el ritmo y entro dentro de cada día un poco más, para rozar el plato con cada cucharada del postre. Feliz año nuevo. A la vuelta, ya no será Navidad.

Resonando: All rights reserved_Chemical Brothers (con Klaxons)

26 diciembre 2007

Nadie

Desde aquel sitio, tan cerca de la ventana, podía ver a cierta distancia las luces rojas de tantos coches regresando a la vez a su vida doméstica, o simplemente yendo a otro lado, donde quizá les estuviesen esperando, en un ejercicio algo atribulado de cariño o simplemente despiste de lo cotidiano. Aguantó unos instantes la mirada oblicua mientras desde otro punto alguien le decía "hasta mañana". No varió la mirada mientras descolgaba de sus labios aquel formal "adiós". No había sido un mal día, ni siquiera uno de esos extraños ocasionales, pero en ese momento era como si las luces rojas del atasco de salida le hubiesen diluido el ánimo, como esas pastillas efervescentes al contacto con el agua.

Volvió a colocar su mirada sobre la pantalla, para intentar regresar al documento que estaba revisando unos minutos antes, pero no volvió a pensar seriamente en ello, simplemente dejó los ojos posados sobre esa bolsa de letras apelmazadas. El silencio, a esa hora, ya le acompañaba, no había más voces, ni timbrazos de teléfonos, ni ruidos de dedos tecleando. Anticipó el sabor metálico en el cielo de la boca cuando bajase al parking desierto, las luces industriales tiñéndolo todo de huidas, o simplemente de cruces en los que había tomado la dirección equivocada, podía anunciarse la canción que comenzaría a sonar al encender el motor del coche, casi como si pudiese entender entre líneas esa forma ingrata en que la música le susurraría las ausencias invisibles.

En la rotonda donde seguía habitualmente de frente, giró hacia la derecha, no quería encontrarse con luces rojas y esa sensación de algunos días inesperados de que nadie le esperase, así que condujo hasta ese otro sitio, donde tampoco le esperaban, pero al menos podía conjurar durante un rato la mayor parte de luces y ausencias, y de una forma algo egoísta, el ir y venir en el agua le dejaría lo suficientemente cansado como para no tener que escuchar ningún eco, ni seguir ninguna huella, como si de nuevo, también esas sensaciones efervescieran al contacto con el agua. Hasta el día siguiente.

Resonando: Nude_Radiohead

23 diciembre 2007

Nuevos negocios

Se detenía el reloj siempre a la hora adecuada, no importaba cuál fuese, en aquella cocina las manecillas paraban a descansar. Aunque todo aquello ni siquiera lo pudiesen intuir en aquella librería del centro donde se encontraron. Se rozaron sin querer, o no tanto, pero él, sin mirar aún, notó el perfume de ella haciendo cosquillas en su pituitaria y se la imaginó, primero, antes de verla realmente.

Ella le había visto ya unos minutos antes, por eso se demoraba en aquella zona de la librería que no le interesaba nada, porque parecía que a él sí había algo que le mantenía allí.
Le gustó que tocase el lomo de los libros con aquella delicadeza y que al hacerlo pareciese que no había nada más alrededor.

Cuando vio la posibilidad, entonces caminó despacio entre aquellas estanterías que se llenaban de libros de arquitectura y diseño y se fue acercando a él, sin apartar la vista de su espalda, de sus brazos, de los vaqueros que le sentaban tan bien, acercándose lentamente mientras la mano derecha de él acariciaba un libro de Le Corbusier y lo extraía con delicadeza para abrirlo.

Ella se seguía acercando, viéndole de perfil, con su cazadora y la bufanda desanudada algo descuidadamente alrededor de su cuello. Podía ver de manera tangencial su mirada algo miope y atenta sobre la Ville de Savoye y esa abstracción completa que hacía parecer que estuviese solo, o al menos que nada podía molestarle o interrumpirle mientras se dedicaba a esa tarea. Por eso, al pasar junto a él, tan cerca de su espalda, no le quedó más remedio que rozarle con su mano, esperando sacarle de aquella burbuja de fotografías de edificios.

Él notó el perfume unas décimas antes de percibir el roce de su mano por la espalda, y aunque mantuvo los ojos fijos sobre aquella fotografía, ya no pensaba en aquel libro que tenía que elegir para regalar. Radiografió mentalmente cada centímetro de su espalda por el que se iba reposando la mano y aspiraba con pulcritud el perfume que en ese momento ya le cubría todas sus fronteras. Cuando aquel roce se acabó, movió la cabeza muy despacio hacia su izquierda para ver a quién le había acariciado así y vio la espalda de una chica que caminaba despacio con un par de libros en su mano izquierda.

Sus piernas fueron tras ella sin dudarlo, hasta colocarse justo a unos centímetros a su espalda, mientras formaban educadamente cola frente a la caja. Cerró los ojos unos segundos para oler aquel perfume y la frase le salió sin pensar:

- ¿Qué día es hoy?

Ella volvió su rostro un poco, lo justo para poder mirarle con cierta guasa ante aquella pregunta.

- Sábado, ¿por qué?

- No, por nada, es que busco a alguien que me ayude en un nuevo negocio.

Ella sonreía y giró su cuerpo en su dirección del todo, mostrando interés por aquella extraña conversación.

- ¿Tu negocio? Tiene algo que ver con Le Corbusier, supongo.

Él miró de refilón el libro que seguía sosteniendo en su mano y volvió a mirarla a ella.

- Busco una socia. Para convertirnos en domadores de domingos.

Resonando: Moss_Gus Gus

20 diciembre 2007

Un paréntesis

No tocaba, ya lo sé, no estaba en la agenda ni en el calendario, ni siquiera en mis ganas o mi estómago, pero es lo que tienen los caprichos.

Así que una vez llegan, es mejor darles de beber y que cuenten sus cosas, que te recuerden aquella mano recorriendo el pecho lentamente después de habernos desliado en huecos que encajaban a la perfección. Las horas robadas al cielo para que no amaneciese por temor a que con los primeros rayos de sol nos deshiciésemos repentinamente hasta convertirnos en agua o apareciésemos cada uno en nuestra casa, que venía siendo lo mismo.

Sé que en un rato, cuando el capricho de la memoria se vaya a dormir, volveré a ese estado exquisitamente liviano de no echar de menos, pero en este paréntesis irreconciliable todo se ha pintado en blanco y negro, como algunas de nuestras noches en que nos acompañábamos entre las sábanas para no tener que dar vueltas sin sentido en nuestras propias camas esperándonos el uno al otro.

No sé cómo ha regresado ese recuerdo, ni siquiera tengo en la boca el sabor de ti, que duró tiempo, incluso cuando tú ya no estabas, y a veces hasta se me desdibuja tu rostro, y sin embargo llevo un rato recordando aquella forma pausada de decirme al oído que te siguiera, y yo me acoplaba a tu modo de caminar entre la gente y te miraba el culo de vez en cuando, porque supiste desde el primer momento que no íbamos a alimentarnos de Platón únicamente, que habría sido un placer a tiempo parcial dejarnos el sexo en las aceras y no haberlo subido a casa.

Ha sido una visita inesperada la del capricho este, pero ya se está marchando, le he dado las buenas noches y se ha ido a dormir. Afortunadamente mi cama ya no parece tan grande, ni me despierto en mitad de la noche para comprobar que no te has ido, ni te abrazo fuerte para que no desaparezcas. Ahora sólo sonrío.

Resonando: Una que no te gustaba.

18 diciembre 2007

La puerta

No debiste cruzar la puerta, precisamente esa puerta.

Al bajar del taxi debías haber previsto lo que iba a ocurrir, lo que pasaría cuando entrases en aquel local con olor a serrín y aceite quemado.

Cruzaste lenta todo el local, con el pelo mojado y la ropa empapada, con el aliento entrecortado, igual que al despertarte alertada por el timbre del teléfono dos horas antes, sin saber siquiera dónde estabas, aquella cama, la misma ropa que el día anterior y todo revuelto.

Tardaste unos segundos en reaccionar, exactamente los que hubo entre el timbrazo que te despertó y el que te asustó. Pero tampoco cogiste el teléfono aún, porque no reconocías aquel dormitorio, tanta ropa por el suelo, y todavía con el corazón acelerado por el sonido metálico, inconscientemente observabas con mucha atención lo que te rodeaba, intentando desesperadamente encontrar algún detalle que pudiese darte alguna pista sobre el lugar en el que estabas, sobre cómo habías llegado allí.

No debiste cruzar precisamente esa puerta. Ni siquiera debiste haber descolgado el teléfono al cuarto timbrazo. Así no tendría que estar ahora apuntándote a la cabeza con esta pistola.

Resonando: Respira_La Mari y Enrique Morente
(El texto es un ejercicio para una amiga que necesitaba algo así por motivos que no vienen al caso)

16 diciembre 2007

Funambulismos

Todo eso de las posibilidades y los universos que abren cada decisión siempre me ha gustado como tema para magrear intensamente por fascículos en ratos muertos.

Aquella noche bailaban posibilidades en diferentes puntos de la sala, probabilidades teóricas, mientras un tipo tan serio que nunca sabremos qué hacía allí, apenas se movía.

Incluso antes de entrar, ya iba vestido con esa cómoda camiseta de indiferencia bien acogida que llega a veces y sienta tan bien, así que tuve perspectiva privilegiada para verlo todo sin subjetividades.
Quizá por eso me resultó tan sencillo ir comprobando cómo las posibilidades se agrupaban en dos bandos irreconciliables. El grupo mayoritario jugaba sabiendo que todo acababa allí, sin sangre, ni sudor ni lágrimas, una especie de aperitivo sin menú posterior, y veías las sonrisas, los gestos comunes, las distancias, las formas y maneras, y me sonreía, pedía una copa y me enredaba en otro ángulo a seguir identificando otras partidas similares.

Pero lo más divertido fue ir adivinando y reconociendo esos otros juegos que van más allá de las posibilidades, donde el humo flotaba entre certezas aplazadas, donde había más distancia aparente pero todo iba deslizándose en un fino alambre de funambulista, en un roce sin aperitivos pero con pensión completa en otro lugar.

Lo que no esperaba era cruzarme con esas dos certezas humeantes en dos momentos distintos de la noche, porque en este caso eran mis certezas, y uno siempre se siente extrañado cuando ve unas caderas que estuvieron tatuando las noches descosidas de un verano perdido y un otoño suicida, que caminan precisas por el alambre y muerden la manzana un instante antes de servírtela mientras susurran una canción.
Aquella carretera de circunvalación de tantas veces me acogía desolada mientras volvía a repasar en los labios, el sabor tan exclusivamente dulce que tienen las posibilidades convertidas en volutas ciertas, y la sonrisa pacífica que roza la cintura mientras se susurra al oído, "hoy voy a dormir solo, pero ha sido un auténtico placer mantener el equilibrio en el alambre con tu olor en mi cuello".

Resonando: Porqué te vas_Popular Org.

13 diciembre 2007

Paradojas a lo tonto

En unas horas unos cuantos y un servidor se pondrán a hacer el anormal durante un buen rato intentando que otros cuantos se lo pasen bien, pero en la preparación de todo eso (que aunque los presentes crean que ha sido pura improvisación, podemos jurar que nos lo hemos preparado), surgió, entre otros cientos de cuestiones y paradojas, una desasosegante pregunta que se quedó flotando en el aire (y sigue allí). Qué raros vaticinios puede depararnos el hecho de mezclar a Los Payasos de la Tele con una canción de Los Calis (aquella famosa "Heroína")?

Probablemente nunca lo sabremos, pero desde luego aquel famoso mail cadena que cruzó las cuentas de correo de todo el país relatando la infancia y adolescencia típica de esa generación que estamos entre los 27 y los 40 años ahora (más o menos), y que concluía diciendo algo como que a pesar de todo hemos llegado hasta aquí sin casi rasguños (cuyo corolario fue el famoso anuncio de Coca-Cola)......pues qué queréis que os diga, después del capazo de imbecilidades que se les pueden ocurrir a siete tipos de esa generación encerrados en una habitación durante un buen rato, no aseguraría yo que hemos salido indemnes.

R
esonando: Eso, la canción nombrada (pero disfrazados de payasos de la tele, cuanto menos desasosegante, ya digo).

12 diciembre 2007

Faltó uno

En uno de esos juegos absurdos de las tantas de la madrugada en un grupo de seis o siete que se han tomado varias copas y dejan chorrear la conversación sin destino prefijado ni predecible (ni se le espera), a alguien se le ocurrió intentar recordar a lo tonto los siete pecados capitales. Si, ya sé, una gilipollez como un polideportivo de grande, pero es lo que tiene la suma de confianza, copas y mínimas ganas de volverse cada uno a su casa, que un juego chorra puede llevarte un rato si las copas te embarullan un poco la memoria y encima a todos y todas las presentes les da por hablar al mismo tiempo y con alguna canción coñazo atronando el lugar.

Y me quedé con la pereza, debe ser, porque ahora debería estar haciendo alguna de tres cosas que tienen una fecha más o menos tácita en su existencia, y sin embargo estoy escribiendo esto, y una canción menos coñazo atronando la casa, y un café recién hecho humeando todavía a mi lado sobre la mesa, y un olor en la memoria, y dentro de un rato tacharé miradas del calendario o tararearé los últimos planes que no salieron, en sordina, y me reiré, prepararé un baño muy caliente y saldré a pasear entre el frío y tendré una conversación casi tan larga como chorra con algún amigo que espera frente a un escaparate del centro a que su novia acabe de discutir con la dependienta, y luego hablaré con su novia y pondremos tibia a la dependienta sin nombre, y me invitarán a cenar y las conversaciones seguirán iguales derroteros sin destino prefijado ni predecible (ni se le esperará).

La pereza, si, era ese el que faltó por nombrar aquella noche. Parece mentira.

Resonando: Siboney_Connie Francis

09 diciembre 2007

Corriendo


Corríamos como si nos fuera la vida en ello, y a lo mejor, sin llegar a saberlo, fue así de algún modo. Todo empezó a lo tonto, como suelen empezar casi todas las cosas que se convierten en las que más nos gustan.

- Si llegas antes que yo a ese sitio y consigues meterte detrás de la barra y convencer a la camarera de que te deje servirme una copa, te regalo mi ropa interior.

Yo sabía que a veces te daba por ahí, soltar lo primero que se te ocurría a ver si esa vez caía, pero en ese momento sólo se me ocurrió soltar una carcajada.

- Yo no quiero tu ropa interior. Sabes que mi única aspiración de los próximos diez minutos es quitártela.


Saliste corriendo de aquel bar, y como si se despertase un resorte, salí detrás de ti. Luego me contaron mis amigos que durante unos segundos creyeron que me pasaba algo, y aunque no tenían ni idea, tenían razón.

Subiste aquellos escalones de dos en dos, y me pareció que empezabas demasiado fuerte, pero mirabas de reojo a ver si te seguía, y mientras tanto no dejabas de hablarme:

- He dicho que te regalo mi ropa interior, pero no sabes cómo será la ceremonia de entrega.

Cruzando entre los coches detenidos ante cualquier semáforo en mitad de la ciudad, sus ocupantes nos miraban con una mezcla de incredulidad y cachondeo en las pupilas.

- ¿Y si ganas tú?

Mientras veinte japoneses se apelotonaban junto a la puerta de un hotel, probablemente pensando en la inseguridad de la noche madrileña, porqué si no iba a ir aquel tipo detrás de aquella chica con una cara tan dulce si no era para hacerle algo malo, conseguí escuchar tu risa:

- Si gano yo, me llevarás de viaje a aquella isla, el día que menos me lo espere.

Cometiste un error, aunque eso lo supiste luego. Tu fallo no fue creer que iba más lento que tú porque no podía correr más rápido, tu error no fue dar por sentado que no podría convencer a aquella camarera, ni siquiera cometiste el error de pensar que no deseaba quitarte la ropa interior después de tanta carrera. El único fallo en todo tu plan fue no advertirlo al pasar por delante, y seguir corriendo. Ni siquiera lo sospechaste, lo supe al ver tu gesto engreído cuando por fin entré en el sitio ese y ya tomabas tu copa servida amablemente por aquella camarera. Se detuvo tu carcajada socarrona, pero te brillaron los ojos cuando deslicé en el bolsillo trasero de tus vaqueros aquellos dos billetes mientras te susurraba al oído:

- ¿A que no te lo esperabas hoy?

Resonando: Complexity reducer_Delorean

(La foto, uno de los doscientos sitios mágicos de la isla negociada, el cráter de un volcán apagado hace muchísimos siglos).

05 diciembre 2007

La realidad inconcebible

Entre casi nada sonó aquel piano, lentamente, y volvió a recordar porqué le gustaba tanto aquel sonido. Hasta ese momento no se escuchaba nada más, sólo el roce asistólico de la punta del bolígrafo contra el papel, como dos amantes ansiosos y temerosos al mismo tiempo.

Giró la cabeza un cuarto o simplemente movió la mirada cuarenta y cinco grados a su izquierda. No había nada, la noche se lo había comido todo, y sintió que en parte también le había pasado lo mismo con esos meses de ventaja que hoy cumplían su aniversario, el aniversario extraño de aquella última mirada.

Subió el volumen para que los mordiscos tiernos de las teclas negras y blancas se comiesen también aquella casa, y siguió mirando la oscuridad que no era capaz de volverse loca ni a la luz de las velas, sólo sonreía.

Todo pasaba lentamente, los segundos, la respiración y las hojas cayendo sobre las aceras, todo era como una gastada película proyectándose en cámara lenta y sin parar.

Y recordó aquella estrofa de aquel libro que había llegado en la versión original de otro otoño, que más o menos creía que decía algo como "la mayor parte del tiempo contemplamos la realidad a distancia, desde lejos, por eso es soportable. Pero cuando se aproxima a nosotros y nos toca, entonces nos resulta inconcebible e irreal, a veces fantástica, como un sueño".

Por eso siguió sonando el piano, igual de descarnadamente lento y delicioso, para no dejar que la realidad se aproximase del todo, para no dejar que la oscuridad traspasara los límites de su campo de juego, para que no le tocase lo inconcebible, para que todo siguiese estando en la adecuada y profiláctica distancia de tantas veces, de tantas vidas, de otras veces.

Resonando: A bitter song_Butterfly Boucher

02 diciembre 2007

Al fin, sonreíste

A las tres de la madrugada, con la lluvia anunciándose débilmente a ratos cortos y las aceras mojadas, las calles estaban inusualmente vacías para ser el día que era y el lugar. Mis pasos no resonaban, simplemente se amortiguaban con el sonido asincrónico de algún coche por la calzada, camino de aquel parking. Si me hubiese dado la vuelta de ese modo algo instintivo e inconsciente en que a veces lo hacemos cuando caminamos solos de madrugada por la ciudad, quizá te habría visto, y habría recordado sin dudarlo tus ojos negros o aquel lunar que se había colocado impúdico en aquel lugar delicioso de tu cuerpo, probablemente hace años ya. Pero no giré la cabeza, sino que seguí caminando, con la idea deglutiéndose cada vez más deprisa, de llegar al coche y encender la calefacción, y dejar el frío y el ruido insano de aquel sitio sobreexplotado por almas malbaratadas en días como este, a las que sigo sin encontrar la gracia, tanto tiempo después.

Un par de postadolescentes se gritaban completamente borrachos desde las dos aceras de aquella avenida con nombre de calle, pero realmente no se comunicaban, no había ninguna conexión entre lo que gritaba uno y lo que le contestaba la otra, era una forma totalmente absurda de despedirse, supongo. Giré a la izquierda por la calle de mi tienda favorita y tampoco conseguí verte de refilón, aunque no sabía aún que estabas allí, así que me subí el cuello del abrigo para seguir intentando conjurar un poco más el frío desangelado que se me había instalado en el estómago y una pareja amable con dos maletas me dio las buenas noches en otro idioma.

Fue entonces, mientras daba los primeros pasos para bajar por aquellas escaleras del parking cuando te vi girar la esquina y sorprenderte, porque supongo que no esperabas encontrarte conmigo de frente. Te quedaste parada, como yo, que me detuve y no bajé ni un escalón más. Supongo que, subjetivamente, podría haberse construido un rascacielos en el tiempo en que nos quedamos mirándonos. Una sirena nos volvió a dar las buenas noches girando en aquella plaza, y la lluvia, durante unos instantes, no quiso molestar.

Al fin, sonreíste. Me senté en el escalón esperando que llegases, pero debiste encontrar otras razones y escuché cómo, entre un par de motores más, tus tacones corrían en dirección opuesta por la calle de mi tienda favorita.

Resonando: The black swan_Thom Yorke