Se detenía el reloj siempre a la hora adecuada, no importaba cuál fuese, en aquella cocina las manecillas paraban a descansar. Aunque todo aquello ni siquiera lo pudiesen intuir en aquella librería del centro donde se encontraron. Se rozaron sin querer, o no tanto, pero él, sin mirar aún, notó el perfume de ella haciendo cosquillas en su pituitaria y se la imaginó, primero, antes de verla realmente.
Ella le había visto ya unos minutos antes, por eso se demoraba en aquella zona de la librería que no le interesaba nada, porque parecía que a él sí había algo que le mantenía allí.
Le gustó que tocase el lomo de los libros con aquella delicadeza y que al hacerlo pareciese que no había nada más alrededor.
Cuando vio la posibilidad, entonces caminó despacio entre aquellas estanterías que se llenaban de libros de arquitectura y diseño y se fue acercando a él, sin apartar la vista de su espalda, de sus brazos, de los vaqueros que le sentaban tan bien, acercándose lentamente mientras la mano derecha de él acariciaba un libro de Le Corbusier y lo extraía con delicadeza para abrirlo.
Ella se seguía acercando, viéndole de perfil, con su cazadora y la bufanda desanudada algo descuidadamente alrededor de su cuello. Podía ver de manera tangencial su mirada algo miope y atenta sobre la Ville de Savoye y esa abstracción completa que hacía parecer que estuviese solo, o al menos que nada podía molestarle o interrumpirle mientras se dedicaba a esa tarea. Por eso, al pasar junto a él, tan cerca de su espalda, no le quedó más remedio que rozarle con su mano, esperando sacarle de aquella burbuja de fotografías de edificios.
Él notó el perfume unas décimas antes de percibir el roce de su mano por la espalda, y aunque mantuvo los ojos fijos sobre aquella fotografía, ya no pensaba en aquel libro que tenía que elegir para regalar. Radiografió mentalmente cada centímetro de su espalda por el que se iba reposando la mano y aspiraba con pulcritud el perfume que en ese momento ya le cubría todas sus fronteras. Cuando aquel roce se acabó, movió la cabeza muy despacio hacia su izquierda para ver a quién le había acariciado así y vio la espalda de una chica que caminaba despacio con un par de libros en su mano izquierda.
Sus piernas fueron tras ella sin dudarlo, hasta colocarse justo a unos centímetros a su espalda, mientras formaban educadamente cola frente a la caja. Cerró los ojos unos segundos para oler aquel perfume y la frase le salió sin pensar:
- ¿Qué día es hoy?
Ella volvió su rostro un poco, lo justo para poder mirarle con cierta guasa ante aquella pregunta.
- Sábado, ¿por qué?
- No, por nada, es que busco a alguien que me ayude en un nuevo negocio.
Ella sonreía y giró su cuerpo en su dirección del todo, mostrando interés por aquella extraña conversación.
- ¿Tu negocio? Tiene algo que ver con Le Corbusier, supongo.
Él miró de refilón el libro que seguía sosteniendo en su mano y volvió a mirarla a ella.
- Busco una socia. Para convertirnos en domadores de domingos.
Resonando: Moss_Gus Gus