29 agosto 2007

Todo el otoño que cabe entre las sábanas

Cerraríamos los ojos un rato, para descansar de comernos las pupilas a sorbos lentos con toda la constancia de quien sabe alimentarse de una mirada y pensaríamos quizá en escaparnos sin decírselo a nadie a aquel lugar fuera del mundo que quiero enseñarte.

Y la neblina se tragaría aquella casa que desde fuera parece una casona en mitad de un parque gigante, pero que por dentro es nuestro paraíso, de un sofá enorme donde mirar llover mientras te cuento una tontería que te hace reir de esa forma absurda en que algunas tardes parecen endulzar el café.

Y el otoño repentino nos sorprendería en mitad de un verano íntimo en que nos sobran hasta las sábanas en aquella cama con vistas a un altillo donde me enseñas a jugar a diseccionar un reloj que no nos importa mientras sigue girando lentamente pero sin descanso en nuestro cielo de la boca, de la tuya mientras yo la acaricio en el precinto suave que forman tus labios, o en la mía que tu recorres cuando intento contarte qué preparar de cena.

Te susurro esa frase que quiero morder en tu espalda..."...dance with me into the colors of the dusk..." y la chimenea del centro de aquel salón enorme donde valoro cuando te alejas cómo desabrocharte ese pantalón que te queda tan bien o mido a ojo de buen cubero cuántos segundos tardarás en proponerme un postre que llega antes que el aperitivo, mueve sus hilos anarajandos como si nos silbara la melodía de perder la cabeza.

Resonando: In the colors_Ben Harper

26 agosto 2007

Planes de circunvalación

Si, si, ya lo sé, yo no lo había planeado, no había hecho la compra de sensaciones en esas tiendas pequeñas de una gran ciudad que es donde se encuentran las cosas más bonitas, pero eso era antes.

Yo, como suele pasar en estos casos, estaba en otra cosa, no pensaba en nadie, ni mi cama era demasiado grande ninguna noche. No había puesto la mesa de las ganas de echar de menos, no había pensado en volver a quitar un vestido como me gusta quitarlo, poco a poco, pero, insisto, eso era antes.

No pensaba en ningún color concreto, ni en abrazos de los que pintan un viernes de azul, no había pensado en recorrer su ombligo cuarenta y dos veces ni en contar los centímetros que hay entre sus labios y los míos.
Pero ahora no puedo evitarlo, y tampoco quiero evitarlo, quiero contar hasta cuarenta y dos, con un color entre los labios y las cosquillas entre su ombligo y mi boca.

Si, si, ya sé, que estas cosas se nutren de casualidad, de oportunidad, de esperar, de no pensar, de no pensarlo, de no pensarse.

Pero no había hecho inventario de confidencias, ni balance de deseos, no tenía la partitura de los días impares sobre la mesa, ni las ganas habían conseguido la pole.

Si, si, ya sé, a quién le importa todo eso. Y tienes razón, porque ahora las ganas han hecho vuelta rápida, pole y podio, los dedos se me deslizan solos echando de menos ese ábaco donde contaré sus respiraciones entrecortadas, he aprendido varias palabras nuevas que ahora pronuncio con frecuencia para mí, y los mapas de repente se han hecho pequeños, como si no importasen.

Hay un reloj sobre mi mano con la tapa trasera abierta, y se ve el engranaje, mil ruedas minúsculas perfectamente engarzadas, que giran cada una a su tiempo, pequeñas piezas que tienen su función, un bol lleno de fruta, un plato repleto de tortitas y el techo de la cocina impoluto, suenan canciones que me hacen morderme los labios y guardo en la memoria un olor en forma de manzana, las tentaciones están diseñadas para caer en ellas y la lista de planes siempre recorren una carretera de circunvalación en torno a ella.

Resonando: Confianza_Gotan Project

22 agosto 2007

De cero a cien

Cuentas diez pasos desde la esquina donde vendían aquellas golosinas rojas y giras a la derecha, caminas nueve pasos más, sin respirar, hasta que el semáforo cambie de color y entonces cruzas la calle, caminando rápido, hasta tocar la acera, miras a los dos lados, sonríes, y te sientas en el banco que nunca está ocupado, cierras los ojos ocho segundos y cuentas mentalmente hasta siete, te muerdes seis veces el labio para celebrar que llevas cinco segundos acordándote nuevamente de ella, y te levantas, le mandas cuatro mensajes desde tu móvil:

"Me separan de ti tres cartas de la baraja, y ya sé cuáles son".

"He pronunciado tu nombre dos veces en voz alta y algunos me han mirado raro".

"No pienso dejar ni un centímetro de tu cuerpo por recorrer".

"He terminado de contar al revés, no me quedan excusas para retrasarlo más, la cena ya está hecha".


Resonando: Everything's just wonderful_Lily Allen

19 agosto 2007

Cerezas

Te esperaba cuando tú no lo sabías, cuando llegabas tarde de trabajar. Y al entrar en casa parecía que no había nadie, llegabas y todo estaba apagado, pero había notas por toda la casa que te daban las instrucciones precisas.

Aquella canción comenzaba a sonar por cada rincón, y aunque no te viese, sé que sonreías. Dejabas el bolso, el abrigo y la bufanda en la entrada, y cogías la primera nota que estaba pegada en la pared: "Descálzate y entra en la cocina".

Sin ninguna displicencia te quitabas las botas y entrabas en la cocina, cogías aquel vaso de zumo de naranja y te lo bebías despacio, sin mostrar ninguna impaciencia, como sabías que debía hacerse, y cuando no quedaba ni una gota de zumo, recogías la nota de la encimera: "El baño te está esperando".

Suficientemente parapetado, escuchaba tu breve carcajada, mientras te desabrochabas los botones de aquella camisa blanca que se llenaba de vaho cuando te la ponías para ir a aquel restaurante oriental que descubrimos por casualidad y nos aprendimos su menú intentando robarles los palillos mientras te miraba el escote.

Te quitabas lentamente la ropa, sabiendo que tu demora me ponía nervioso, dándole la espalda a la puerta porque sabías que te estaba mirando.

Te dabas el baño caliente paladeándolo, recorriendo cada centímetro de tu piel con aquella espuma de olor a fresa, sabiendo que se mezclaría un rato después con mis labios. Salías del baño y al coger la toalla volvías a encontrarte otra nota: "Túmbate boca abajo sobre la cama, te espera un masaje terapéutico". Entonces sí que te escuchaba reir sin prisa, con esa carcajada limpia y demoledora que tenías, y caminabas hasta el dormitorio, donde varias velas le daban un aire de penumbra acogedora, y te tumbabas sobre la cama, esperando que llegase, donde nos recogíamos durante un buen rato antes de preparar la cena, antes de tomar cerezas, antes de saber que no volveríamos a acordarnos, antes de dejar de ser y volver a comprar cerezas para otros platos.

Resonando: Audrey_Los Piratas

17 agosto 2007

Escríbeme algo

- Escríbeme algo.
Se lo pidió como quien necesita respiración asistida, con urgencia, como se cierra la puerta de una habitación de hotel después de un reencuentro o se besa un cuello.
Él la miró una décima de segundo antes de quedarse callado, como anochece en algunos lugares del mundo, de repente, como pide las cosas el estómago o como el frío que dan los polos de hielo.
Ella se acercó a él, mucho, como el calor que da una hoguera en invierno, o lo que falta para que te duermas abrazada a mí.
Él quiso decir algo, pero no supo, o no pudo, como dicen que le pasa a la selección en los mundiales, o como los exámenes que no aprobábamos en el colegio.
Ella rozó levemente sus labios, como las autopistas a las grandes ciudades, por fuera, o como adelantan los buenos pilotos o está el verde de las manzanas que te gustaban.
Él sacó una libreta y un boli, como si lo tuviese planeado, lentamente, como se prepara una macedonia, o se me coló aquella forma de reir que tenías.
Ella supo que no volvería a verle y tendría demasiados recuerdos de aquellos siete minutos y medio, como los otoños que no se recuerdan, tristes, como las pompas de jabón un domingo por la tarde o esa canción que suena cada vez que comes conmigo.

Resonando: Si está bien_Los Planetas

12 agosto 2007

No lo sabías


Ella no le esperaba. Por eso sonaba aquella canción a todo volumen por toda la casa mientras salía de la ducha, mientras se secaba y se hidrataba la piel, mientras saltaba al ritmo de aquella guitarra y se ponía aquella ropa interior tan suave y tan bonita.

Él sabía perfectamente a donde iba, mientras subía el volumen de la música mientras todavía estaba adentrándose en la ciudad con el viento entrando por la ventanilla, y bailaba dentro del coche al mismo ritmo.

Ella no le esperaba, pero ya adivinaba esa sensación, aunque no pudiese aún identificarla correctamente, esa sensación que la volvía algo frenética, la de elegir la ropa que iba a ponerse mientras seguía bailando al ritmo de aquella canción que se repetía una y otra vez, porque le alteraba, de esa forma adictiva y desaforada que la activaba, de esa forma casi hormonal con que conseguía sentirse desatada, y volver al baño a maquillarse y volver frente al armario a seguir eligiendo la ropa.

Salió del portal todavía algo alterada por la canción, por la ceremonia exhultante de un momento antes, por eso al principio no percibió la canción que sonaba en aquel coche al otro lado de la calle. Algo se le debió aparecer en la imaginación porque tuvo que morderse el labio unos instantes para no comenzar a reir sin sentido, y en ese momento giró la cabeza hacia donde de manera casi delicada se oía esa canción que había bailado un momento antes.

Dejó de morderse el labio, dejó escapar sin control la risa, al verle apoyado en el coche, mirándola, con un pedazo de papel entre las manos que levantó, como un cartel en los aeropuertos, donde con trazos regulares y en mayúsculas podía leerse: "¿has bailado con el diablo a la luz de la luna?".

Resonando: Luno_Bloc Party

08 agosto 2007

Porque sí

Como una pequeña historia que sin saber cómo ni porqué se hace mayor, y acaba rebosando de las hojas, que al final parecía que te la estaba escribiendo a ti.

Como las noches que se pierden en nuestra memoria y que al intentar explicarlas nos hacemos un lío y no somos capaces de recordar ni siquiera el nombre de aquel sitio en que las luces nos aturdían los sentidos, que a esas alturas estaban concentrados en un par como mucho, porque los otros tres se habían perdido con la cabeza y el sexto nos lo quedamos un tiempo para poderlo utilizar con frases cortas que me abrieron el apetito contigo.

Como esas explicaciones que das a tus amigos en una rutina incansable de preguntas breves pero constantes y que resultan ser un estupendo ejercicio de porqués para uno mismo que acaban en un porque sí.

Y te echo un poco de menos cuando te vas, pero no te lo digo, porque no quiero que creas que me he vuelto loco, aunque no sea raro, todos echamos un poco de menos lo que nos gusta.

Y nos ponemos a hablar con naturalidad cuando nos cruzamos, como si nos conociésemos de siempre, aunque esto vale para las primeras veces, pero ahora, que nos hemos contado mil detalles, no necesita explicación esa naturalidad que otros denominan con aquella palabra que no nos gusta.

Y a veces me descubro contándote cosas que ni siquiera sabía que recordaba, y es curioso darse cuenta cómo contártelo me gusta, aunque no se lo haya contado a nadie antes, simplemente porque nadie me lo recordó, o me despertaba el alma de ese modo que me despiertas tú, con cuidado pero con intensidad.

Dicen que hay cosas que no se miden con relojes convencionales, ni con parámetros convencionales, como los encuentros de dos sibaritas raros, que a veces sucede y los colores riman y los sonidos se ponen en bandeja, y no busco respuestas, me vale ese porque sí.

Resonando: Esa que es para ti.

05 agosto 2007

La inoportunidad de Cabo Polonio

Cierras los ojos intentando capturar por dentro esa leve brisa que parece llegar tarde para intentar aliviar el rocoso calor de todo el día. Ese, piensas, podría ser uno de esos momentos que uno elige en esas listas absurdas que a veces escribes en un pedazo de papel en un lugar perdido intentando seleccionar diez o quince o veinte sensaciones.

Es tarde, no se escucha nada, absolutamente nada por la calle, hoy parece que incluso el ruido se ha marchado de vacaciones, y lo agradeces, intensamente, como si formase parte de tu plan de tránsito, ese que parece preocuparle a un par de personas cercanas, pero que no es tan preocupante, todo lo contrario, es uno de esos viajes que siempre son necesarios, aunque a veces hagamos lo imposible por retrasarlos. Y en cambio, hace tiempo, no quise aplazarlo más, y cogí las escaleras que no llevaban a ningún sitio y las hice leña, para cuando llegara el invierno, limpié la despensa, pinté las paredes de colores bonitos y me aprendí la letra de unas cuantas canciones nuevas.

Como si todo ese tránsito que lentamente se ha ido depurando, haciéndose limpio, tranquilo y transparente fuese capaz de comunicarse con el mundo y trabajara sin yo saberlo para decorarme de nuevo, ha conseguido que unos minutos después de esa brisa, me encontrara las palabras de alguien que ha aparecido como por sorpresa. No la esperaba en ese momento, la creía fuera y desconectada, pero tuvo un minuto para acordarse de mí, y eso, en el momento adecuado, es como una gran ola que rompe en la playa en mitad de un día de pleno calor, una maravillosa pausa en un viaje largo o una botella de agua fría en mitad del desierto.

Antes de dormir, escucho y veo un reportaje sobre un tipo que siempre me ha gustado. Es un reportaje de hace unos meses, sobre algo que escribió y publicaba entonces, y como suele suceder a veces, uno acaba apropiándose de ciertas cosas que no están ni escritas, ni pensadas, ni tocadas, ni dichas para uno, pero como si lo fuese. Como ese proceso que él pasó en Cabo Polonio, o las inoportunidades oportunas de algunas frases y noches.

Resonando: So here we are_Bloc Party

01 agosto 2007

Una leyenda urbana

Siempre había creido que era una leyenda urbana, lo reconozco, quizá pequé de ingenuo. Llevo varios años utilizándola y nunca se había comportado así, nunca le había dado la razón a toda esa gente que cuenta la leyenda como si le hubiese pasado a ellos mismos.

Pero hoy lo hizo, de repente, sin avisar, cumpliendo una especie de rito que parecía haber suspendido en mi presencia. Hoy la lavadora se comió una prenda, o no exactamente una prenda, porque no lo era, que hay que ser cabrona para zamparse algo del tambor y que sea lo único que no es una prenda, suena a recochineo. Se comió la bolsita donde se colocan las pastillas de detergente.

Rebusqué en los bolsillos de la ropa que se había lavado, en la goma del tambor, por el suelo de toda la casa, incluso entre cada una de las prendas recién sacadas, aunque no había sitio para que pudiese enredarse en según qué prendas. Pero nada, la bolsita de las narices no aparecía. A mí estas cosas me encabezonan, como aquella vez que de repente faltaba un albornoz, aunque esa es otra historia, y me puse a ordenar toda la casa, pues esta vez lo mismo. He abierto cajones, he recorrido perchas, deplegado pantalones y jerseys, pero la bolsita debía estar descojonándose de mí, porque no ha aparecido, y aún antes de empezar a buscarla por los armarios sabía que era absurdo, porque yo mismo la había metido en el tambor un rato antes cuando había puesto la lavadora, pero es igual, porque yo me encabezono y sigo buscándola incluso donde no puede estar ni de coña.

Y lo peor de esto es que aunque sea de manera inconsciente, he debido memorizar todas las prendas que había en la lavadora hoy, y seguro que cada vez que me ponga alguna, estaré masticando en sordina como un picor, imaginándome que la jodida bolsita está en los pliegues de esa camiseta, o en el dobladillo de aquel bañador, y pareceré un histérico, pero la mierda de la bolsita no aparecerá.

Sí, hay leyendas urbanas que de repente son menos leyendas. Puta bolsita.

Resonando: Hurricane_Bob Dylan