31 marzo 2008

De fronteras y pupilas

Es etérea, frágil, y al mismo tiempo robusta, densa, inigualable, esa sensación inane y como evanescente de la caída del sol en la playa, cuando apenas hay nadie, quizá un par de parejas de señor y señora mayor que caminan algo desubicados por la orilla hacia ningún sitio, ese que suele estar marcado al borde de un espigón, o junto a un puesto cerrado de la Cruz Roja.

Se detiene el reloj, como si entrase en un agujero negro del calendario, se queda atrapado entre los breves montones de arena extremadamente fina, se agota yendo y viniendo en la orilla cada vez que una ola en fase de aprendizaje rompe educadamente al borde de cada uno, y tu respiración se diluye con ansia pausada en una espiral sin principio ni fin, que amortigua los olvidados días laborables.

Hace rato que has cerrado los ojos mientras sigue saliendo la misma canción, una y otra vez, por los auriculares minúsculos que apenas se ven a esta distancia, que no es nada pero parece una frontera entre dos países que se temen y se atraen a partes iguales.

De vez en cuando abres los ojos, sin despegar tu cabeza de la toalla, sin mover ni un músculo, solo abres los ojos como los niños pequeños estiran el brazo en el sueño intranquilo, para comprobar que sigo ahí, que sigo mirándote, que sigo recorriendo despacio con mis pupilas tu cuello, deslizándolas como una peonza delicada por la curva cartesiana que forma tu espalda, por el borde milimétricamente erótico que marca la tela negra de tu bikini en tus caderas.

Abres los ojos unos cuantos segundos y me miras, a esta distancia insalvable de los días perdidos entre las aguas de un marzo extraño, me miras y sonríes, sin darte cuenta, cuando compruebas que no aparto los ojos de ti, cuando confirmas las íntimas sospechas de que es como si no hubiese nadie ni nada más en la playa que el faro reposado y fantaseante que forma tu cuerpo tumbado en la arena, cuando te aseguras de que seguiré mirando unos minutos más al quitar tu brazo de delante de tus ojos y aguantarme la mirada, sin decir nada, sin moverte más allá de lo imprescindible.

Es etéreo, frágil, y al mismo tiempo robusto, denso, inigualable, saber que no quieres que deje de mirarte durante los próximos siete minutos, porque nunca se sabe el destino que tiene la frontera que ahora nos separa y que hace rato que empieza a demolerse con el empuje de nuestras pupilas.

Resonando: 124_Los Planetas

28 marzo 2008

Mientras mienta así....

Todo son referencias compartidas, sin querer, sin saber, por azar o por esa casualidad que nos va a alcanzar, que nos va a salvar o a matar.

Cuentan que todavía se sigue extrañando de su repercusión, de su capacidad de generar esa atención, como si acabase de llegar y le pillase por sorpresa, con esa sinceridad tranquila que transparenta cuando dice algo como "es que me sigue pareciendo curioso, porque es lo que me gusta hacer, lo que he hecho siempre".


Pero muy probablemente no acabe de creer que en eso está su fuerza, que lo que siempre ha hecho es lo mismo que los demás, indignarnos, crecer, perder la cabeza, dejar de entender, mimar, ser heridos, viajar, ver las estrellas, besarse a la salida de un pueblo, mirar, enamorarse, ver cine, leer, hacer cosas sin pensar y pensarlas después, hacernos mayores, hacer daño sin querer, perder cosas que importan, olvidar, escuchar mucha música, escribir, el hedonismo, los comics, ilusionarnos, decepcionarnos, ver algo de televisión, jugar, soñar, aprender y disfrutar del sexo, beber, mirar al final de algún local buscando unos ojos determinados, dejar de esperar, buscar, encontrar y dejarlo todo aparcado.

Sólo que él lo escribe, así, como fue, como es, como va siendo, y lo hace sonar, y lo respira, y consigue que todos los demás podamos resumir con multitud de detalles cualquier momento de nuestros últimos quince años en cualquiera de sus canciones.

Por eso a todos los demás no nos sorprende lo que genera al componer y cantarlo.

Hoy, de nuevo, he vuelto a mirarme dentro unas cuantas veces durante las dos horas en que cantaba lo que hemos sido y seguimos siendo los que estábamos allí. Hoy de nuevo ha estado Iván Ferreiro siendo lo que somos todos. Pero él lo hace extremadamente bien.

Resonando: Rocco Sigfredi_Iván Ferreiro

23 marzo 2008

Dos teléfonos ardiendo y uno de guardia

Siempre las casualidades, o es que queremos verlas así cuando no son más que simples sucesos aleatorios que nosotros mismos "atamos" de una manera tangencial entre sí.

Se sucedieron casi de manera redundante las tres cosas. Una sensación extraña casi de madrugada mientras seguía atado a un día muy largo de trabajo. Un mensaje a primera hora de la mañana siguiente con una propuesta bizarra y una noticia a mediodía que me hizo volver, sensorialmente, a esa madrugada anterior.

Habían desaparecido casi todas las luces, todos los sonidos del día, sólo quedaban tres pantallas encendidas entre muchas más apagadas y tres teléfonos sonando cada poco tiempo. En dos de ellos se sucedían llamadas lentas, preguntas suaves, tonos aplacados y cómplices, ciertas incomprensiones por las horas, por los motivos, por intentar empatizar un poco, supongo, con los dos receptores que yo podía ver si giraba levemente mi cabeza a derecha o izquierda.

En el otro se sucedían llamadas desde la otra punta del país y las conversaciones eran también tranquilas, a veces densas, a veces más someras, pero casi todas en ese idioma ininteligible que se acaba construyendo con el día a día de oficina, casi de jergas.

Cuando el ascensor nos llevaba a la profundidad del edificio, con todo el cansancio del mundo en las manos y los ojos y los hombros, cada uno de los tres recitaba casi inconscientemente sus siguientes pasos. En ese punto fue donde volvió la sensación de un rato antes, la de las conversaciones telefónicas extrañamente desacompasadas, la misma que unas horas después me bañó entero cuando me contaban algo que a priori, era una magnífica noticia para alguien que en otros días, años, fue alguien importante para mí.

Porque a veces, hay cosas que suceden alrededor y que sin afectarnos directamente, nos hacen sonreír, disfrutar, crecer por dentro, y en otras ocasiones, curiosa y casualmente siendo casi la misma noticia, nos dota de una terrible certeza, de cierta sensación de frialdad hacia uno mismo.


Probablemente porque esas últimas hablan con mucha potencia de lo que hemos ido siendo, de cómo hemos hecho las cosas, de porqué las conversaciones de la madrugada anterior siempre eran sobre cosas ininteligibles, o los pasos hacia los que me dirigía al salir de aquel parking son fácilmente olvidables.

Resonando: La luna debajo del brazo_Quique González

17 marzo 2008

Hay más

Igual que otras veces no es así o sale diferente, esa noche se escurrían las nubes entre las ruedas del coche y el asfalto aparecía vestido de verbena, y volvía a casa demasiado tarde. Una canción que parecía recubierta de agua con burbujas sonaba por enésima vez y la ventanilla pedía a gritos acostarse un rato.

Da lo mismo, a veces, que haga frío y caiga agua del cielo, no hay nada que consiga esa mezcla perfecta que consigue una carretera vacía, llovizna y aire frío en la cara, mientras una canción deliciosa suena por todos lados.

Es como si pudieses redimirte de todo lo demás, los errores y las imperfecciones, los viajes para dos acabados en impar y los juegos en que siempre pierde alguien, los sentimientos deportados, los toboganes con aristas y las playas desiertas, los abrigos mal cosidos y las luces de neón, los días en que pierdes la cabeza, la ropa interior que nunca probarás, las malas noticias en portada, los aeropuertos de madrugada, el paso cambiado y la sonrisa irónica, las ganas de más, los susurros que no se escuchan, los colchones enormes y los huecos sin pintar, la huella de unos labios en un vaso y el olor en una camisa, lo que nunca hiciste pero no faltaron ganas ni intención, lo que perdiste sin saber cómo y lo que nunca serás, las campanadas y los besos de madrugada, y los inviernos de después, las noches mal contadas y esos ojos que siempre echas de menos, la vulgaridad y lo que nunca se recuerda, la parte que nadie llegó a ver y las llamadas que recuerdan a una estrofa perfecta de una canción, los domingos por la noche y los supermercados de otro país, las miradas vacías y leer entre líneas lo que uno no quisiera haber leído.

A veces, sólo se necesita eso, una carretera vacía, tarde, estar muy cansado y unas finas gotas de lluvia con el aire frío rozándote la cara. Lo demás, lo llevas en los bolsillos de una u otra manera.

Resonando: Circuitos de lujo_Pastora