Es etérea, frágil, y al mismo tiempo robusta, densa, inigualable, esa sensación inane y como evanescente de la caída del sol en la playa, cuando apenas hay nadie, quizá un par de parejas de señor y señora mayor que caminan algo desubicados por la orilla hacia ningún sitio, ese que suele estar marcado al borde de un espigón, o junto a un puesto cerrado de la Cruz Roja.
Se detiene el reloj, como si entrase en un agujero negro del calendario, se queda atrapado entre los breves montones de arena extremadamente fina, se agota yendo y viniendo en la orilla cada vez que una ola en fase de aprendizaje rompe educadamente al borde de cada uno, y tu respiración se diluye con ansia pausada en una espiral sin principio ni fin, que amortigua los olvidados días laborables.
Hace rato que has cerrado los ojos mientras sigue saliendo la misma canción, una y otra vez, por los auriculares minúsculos que apenas se ven a esta distancia, que no es nada pero parece una frontera entre dos países que se temen y se atraen a partes iguales.
De vez en cuando abres los ojos, sin despegar tu cabeza de la toalla, sin mover ni un músculo, solo abres los ojos como los niños pequeños estiran el brazo en el sueño intranquilo, para comprobar que sigo ahí, que sigo mirándote, que sigo recorriendo despacio con mis pupilas tu cuello, deslizándolas como una peonza delicada por la curva cartesiana que forma tu espalda, por el borde milimétricamente erótico que marca la tela negra de tu bikini en tus caderas.
Abres los ojos unos cuantos segundos y me miras, a esta distancia insalvable de los días perdidos entre las aguas de un marzo extraño, me miras y sonríes, sin darte cuenta, cuando compruebas que no aparto los ojos de ti, cuando confirmas las íntimas sospechas de que es como si no hubiese nadie ni nada más en la playa que el faro reposado y fantaseante que forma tu cuerpo tumbado en la arena, cuando te aseguras de que seguiré mirando unos minutos más al quitar tu brazo de delante de tus ojos y aguantarme la mirada, sin decir nada, sin moverte más allá de lo imprescindible.
Es etéreo, frágil, y al mismo tiempo robusto, denso, inigualable, saber que no quieres que deje de mirarte durante los próximos siete minutos, porque nunca se sabe el destino que tiene la frontera que ahora nos separa y que hace rato que empieza a demolerse con el empuje de nuestras pupilas.
Resonando: 124_Los Planetas
Se detiene el reloj, como si entrase en un agujero negro del calendario, se queda atrapado entre los breves montones de arena extremadamente fina, se agota yendo y viniendo en la orilla cada vez que una ola en fase de aprendizaje rompe educadamente al borde de cada uno, y tu respiración se diluye con ansia pausada en una espiral sin principio ni fin, que amortigua los olvidados días laborables.
Hace rato que has cerrado los ojos mientras sigue saliendo la misma canción, una y otra vez, por los auriculares minúsculos que apenas se ven a esta distancia, que no es nada pero parece una frontera entre dos países que se temen y se atraen a partes iguales.
De vez en cuando abres los ojos, sin despegar tu cabeza de la toalla, sin mover ni un músculo, solo abres los ojos como los niños pequeños estiran el brazo en el sueño intranquilo, para comprobar que sigo ahí, que sigo mirándote, que sigo recorriendo despacio con mis pupilas tu cuello, deslizándolas como una peonza delicada por la curva cartesiana que forma tu espalda, por el borde milimétricamente erótico que marca la tela negra de tu bikini en tus caderas.
Abres los ojos unos cuantos segundos y me miras, a esta distancia insalvable de los días perdidos entre las aguas de un marzo extraño, me miras y sonríes, sin darte cuenta, cuando compruebas que no aparto los ojos de ti, cuando confirmas las íntimas sospechas de que es como si no hubiese nadie ni nada más en la playa que el faro reposado y fantaseante que forma tu cuerpo tumbado en la arena, cuando te aseguras de que seguiré mirando unos minutos más al quitar tu brazo de delante de tus ojos y aguantarme la mirada, sin decir nada, sin moverte más allá de lo imprescindible.
Es etéreo, frágil, y al mismo tiempo robusto, denso, inigualable, saber que no quieres que deje de mirarte durante los próximos siete minutos, porque nunca se sabe el destino que tiene la frontera que ahora nos separa y que hace rato que empieza a demolerse con el empuje de nuestras pupilas.
Resonando: 124_Los Planetas