27 octubre 2008

Una que son dos

Cuando las calles de la ciudad se hacen pequeñas, manejables, como un juego donde girar, sin importar hacia donde porque vas sentada en el asiento de al lado, subiendo la música porque te pone de buen humor esta canción que suena ahora, del mismo humor con el que mientras esperamos un semáforo cambiando a verde bailamos de esa forma tan tonta como si nadie pudiese vernos tras los cristales, aunque justo en ese intante el paso de cebra se llena de gente que nos mira, algunos divertidos al vernos mover los brazos y los cuerpos como si de verdad fuésemos un cuerpo de baile de dos atrapados dentro de un coche. Debe notarse en nuestras caras que justo en este momento nada importa, sólo esa canción que en realidad son dos, pero tan bien mezcladas que nos hace saltar de los asientos y reir sin parar de movernos.

El semáforo cambia a verde y las carcajadas enrocan con la canción que son dos, y la ciudad sigue siendo como lo que pretenden a veces los anuncios de coches, manejable, a nuestro alcance, confortable, porque no importa que esté repleta de nuevo, porque no importa quién la habite ni las veces que es agria y condescendiente, ni si volverá a ser fría y nubosa un viernes cualquiera, ahora mientras el paladar recoge dos minutos más de guiños a bote pronto y entramos en aquel sitio que nos ha gustado desde siempre, aunque fuese por separado, sabemos que al escuchar dos frases nos miraremos como si conociésemos las pupilas del otro desde hace años, las sonrisas en silencio cruzaran al resto de gente con la que estamos y tus movimientos se acompasarán a los míos un segundo después de que vuelva a sonar, de nuevo entre nuestras carcajadas, esa canción que son dos.

La ciudad de nuevo se hace más habitable al despertarse un domingo por la mañana mientras en el salón has puesto la canción que es dos y el café recién hecho borbotea en la cocina al ritmo en que se mueven nuestros cuerpos...

Resonando: In da club y Staying alive_50 Cent y Bee Gees (Mash-up)

19 octubre 2008

Tres

Como un íntimo diálogo transparente entre mucha gente más, que no acaba de ver el juego de malabares que hacen tus manos cuando se acarician levemente el borde del cuello mientras te apoyas unos segundos en esa barra para pedir algo que aclare tu garganta.

La mesa está esperando para que nos sentemos a jugar y se empiecen a repartir las cartas. Me das la señal a través de un par de guiños que dan la vuelta al mundo por el ciberespacio para llegar a mis manos que están a solo veintiún tantos de tus caderas.

A medida que se reduce la audiencia, la partida avanza imparable hacia ese duelo sordo en que mientras se mezclaban cien conversaciones con el humo y los cubitos de hielo, medían nuestras pupilas a intervalos estocásticamente acompasados. Una voz ronca se escapa por los altavoces de ese lugar, y muchas frases rítmicas que parecen guiar mis ojos al borde de tus labios mientras desabrochas un botón más de tu camisa, en el afán de que la próxima carta de mazo que te voy a levantar sea una figura.

Y esos minutos siguientes de tensión donde parece no pasar nada pero sólo queda una carta por levantar, mientras te balanceas al ritmo de la música y la falda roza tus caderas como si ya supieses qué juego tengo, incluso antes de levantar mis cartas, dejándonos junto a varios personajes secundarios, un ritmo que nos acerca demasiado como para no apostar, y las llaves de tu coche en tu mano. Susurras ese estribillo en mi oído y una frase sencilla vuelve a dar la vuelta al mundo en breves segundos para llegar a tus manos ordenada y bien encapsulada para que puedas leerla en tu teléfono y veas las cartas que llevo.

Te despides de todo el mundo dejando en suspenso mi sonrisa irónica, mientras te alejas, puedo ver tu espalda, caminando, y tus manos escriben un número impar que me llega a mí y que no acabo de entender, por eso es mejor ver al fondo de la calle cómo se encienden los faros de tu coche e iluminan la acera al mismo tiempo que la pantalla de mi móvil con tu frase que explica el número impar.

Los botones de mi camisa que todavía están abrochados.

Resonando: Go getta_Young Jeezy

12 octubre 2008

Una lluvia como otra cualquiera

Había escrito otra cosa para hoy, una paranoia algo extraña sobre la crisis financiera y la nueva vuelta de tuerca que eso le ha dado a la famosa teoría de los seis grados de separación que convierte en íntimos a un agricultor canoso de sesenta años que vive en Dakota del Sur y a un amigo mío muy aficionado a los documentales, y en especial a uno en concreto, o de cómo las hipotecas subprime servirían perfectamente para rescribir el guión de "Babel".

Pero cuando se suceden las casualidades, que a veces no lo son, y otras las pintamos de tal, empiezan a mezclarse días consecutivos con guiños curiosos que parecen llegar siempre en punto, como un guión bien afinado en el que cada cabo suelto fuese encajando perfectamente a medida que pasan las páginas una a una y te diese tiempo a sonreír irónicamente mientras ves cómo ese cabo acaba atándose con el siguiente modo de pararse delante de una escultura junto al Jardín Botánico o de rasgar un sobre de azúcar sobre una taza de te.

La invitada favorita a una fiesta que no parece que vaya a celebrarse escuchaba una banda sonora que no cuadraba con sus presupuestos mientras la lluvia maceraba mis ganas encubiertas en los bolsillos y los charcos que se formaban bajo las marquesinas emitían constantemente el mismo vídeo en dos personas a la vez, que casualmente, acababan confesándoselo en mitad de una madrugada donde otra lluvia destemplaba el cuerpo de alguien a quien unas horas antes había buscado por entre la gente en mitad de algunas calles de Madrid y no había conseguido encontrar, mientras que a cambio, al otro extremo de mi hilo favorito, una amiga reciente del tipo de las mallas verdes volvía a demostrarme lo fácil que resultan a veces las cosas, cuando la casualidad estrena vestido nuevo.

Y todo, incluido este texto sin oficio, habría sido diferente, si en un momento concreto de esa sucesión bizarra de días, ella no me hubiese preguntado mi nombre en la misma frase en que ya lo estaba pronunciando, y dejar en suspenso la madrugada siguiente en que una lluvia como otra cualquiera buscaba mis sábanas para que algún cuerpo concreto pudiese olvidar que se había destemplado sin quererlo, y yo olvidase mi dirección y me acurrucase en una acera de Gran Vía esperando que el incendio me diese una alegría, o su segunda pregunta.

Resonando: Black Swan_Thom Yorke

05 octubre 2008

Despacio

Poco a poco se va haciendo más lento, en ocasiones. Como si realmente se ralentizase de una manera confortable, liviana y seductora, no para hacerlo pausado hasta el aburrimiento, sino todo lo contrario, como para abandonar lo frenético y bizarro en que puede llegar a convertirse la dinámica de muchos meses.

Y es entonces cuando una parte de las piezas que tenías amontonadas sin ordenar por falta de tiempo, empiezan a encajar tranquilamente. Despacio, sin prisa, viendo todo con el ritmo adecuado, comenzando a verbalizar para uno mismo las ideas acumuladas durante muchos meses y que no habías pronunciado por un temor absurdo a no ser capaz de controlarlas después.

Por eso, quizá, en mitad de la primera madrugada en la que se nota realmente el frío que ha vuelto, el título de un programa de radio consigue despertar, curiosa y casualmente, el mismo engranaje en su cabeza o su estómago en la otra punta de la ciudad, y consigue encender la pantalla del móvil y hacerlo sonar para que yo escuche, con un eco que rebota en todos los rincones del habitáculo del coche, la misma frase de sus labios que yo acabo de pronunciar en voz alta.

La carretera que me lleva hasta casa está casi vacía y sólo se tizna ocasionalmente con esas manchas amarillentas de las farolas y con algunos pares de brillos lejanos que se deslizan pegajosamente por el retrovisor.

Mecemos ciertas ansiedades mutuas, cubriéndolas con la tela inodora de lo cotidiano durante unos minutos, bailamos a distancia con la misma canción y cuando comienza a describir la desconocida intimidad que se esconde en el sonido de su ropa interior al resbalar por su piel en el salón de su casa, escojo una de esas ansiedades que reconozco conmigo desde hace muchos meses y la verbalizo a través del título de ese programa de radio que acierta, preciso y potente, en el cielo de su paladar y las yemas de sus dedos.

Aún no me he repuesto de la última noche que pasé contigo.

Resonando: Falling down_Oasis