30 noviembre 2008

Demorar el tiempo...

Pedimos tiempo con demasiada facilidad, pero a veces no nos queda más remedio, no hay más salidas, no hay otras alternativas, simplemente falta tiempo, para lo que uno debe hacer, para lo que uno quiere hacer, para lo que uno puede hacer, y para la mezcla de todo eso y alguna cosa más. Y entre tanto, se siguen sucediendo días extraños y sabores extrañados, y se abren caminos que uno sabe incapaz de seguir más allá de la vuelta de aquella esquina.

El otro día escuchaba a un tipo muy, muy interesante, decir algo como que para emprender proyectos, uno debe emocionarse, pero no demasiado, porque entonces se pierde el control. No sé si voy perdiendo el control casi a cada paso que doy, o como me sucede en más ocasiones de las que quisiera, no me emociono lo suficiente en algunos de esos proyectos, pero en cualquier caso la suma de todos ellos, al menos en estas pasadas semanas y unas cuantas más por delante, me consumen casi al completo. Por eso hago un breve pausa en este rincón, unas cuantas semanas de "vacaciones", con comillas, sin duda, porque no utilizaré aeropuertos (o no para lo que más gusta utilizarlos), ni sestearé interminablemente, ni dejaré de pensarme qué hice mal aquella noche o cualquier otra en que algo no salió como quise, no dejaré de esperar una llamada en concreto, ni dejaré de utilizar el despertador, no abandonaré rutinas ni horarios, ni me dejaré estar sin pensarlo demasiado. Pero mientras tanto, no podré hacer todo lo que quiero hacer, y algunas cosas deben reposar un poquito.
Desde luego, se seguirá macerando esa mezcla bizarra y algo delirante con que me tizno las ganas en los últimos meses, así que tarde o temprano, volveré para contarlo, para contármelo, para dejarlo por escrito, para inventarlo o simplemente imaginarlo.
Mientras tanto, pásenlo bien, muy bien a poder ser, o extremadamente bien si se da el caso. Volvemos a vernos en unas semanas.

Resonando: Eye of the tiger_Chiara Mastroianni

16 noviembre 2008

Anticipar


Justo al otro lado de aquella barra tan moderna que forma un círculo asimétrico, está tu rostro, que conozco tan bien y sin embargo parezco mirar por primera vez ahora. Sólo le alcanza algún haz rebelde que se escapa de esta media carcasa cortada en su mitad superior donde se puede encontrar ese juego tan absurdo que consiste en remover unos cuantos cubitos de hielo al fondo de un vaso de boca ancha.

El vaso está frío cuando las yemas de mis dedos acarician su costado, pero apenas lo percibo porque mi mente anticipa ese rumor sordo que producen mis manos al resbalar muy despacio alrededor de tu cintura y recorrer lentamente tu piel, subiendo desde tu ombligo.

Anticipo sin querer el sonido amortiguado de tus pies sobre la alfombra al llegar tarde a casa, el cuidado inconsciente con que dejarás las llaves en la entrada y la delicadeza estudiada con que te servirás una copa de vino para beberla a sorbos muy cortos en la semipenunmbra del salón, donde sólo se iluminará un mínimo display azulado que muestre la canción que suene a tu alrededor.

Tu sonrisa se cuelga de mi estómago al otro lado de esa barra extraña donde no paran de moverse personas, a su alrededor, que se acodan unos segundos y luego se marchan, que parecen desmontar su personal campamento para trasladarse a tierras más frías, que desembarcan con toda la artillería que fueron capaces de recolectar al bajar la marea, y sin embargo a ti puedo verte a cámara lenta, o más despacio que al resto, mirándome y soltando ese guiño que conozco a la perfección y sin embargo me parece nuevo.

Mientras el vaso se ha templado al tiempo que mis dedos se han humedecido con las leves gotas que se han ido formando en el exterior, anticipo cómo dejarás la copa de vino sobre la mesa baja de tu salón para mandar ese mensaje cuando salte la canción adecuada.

Me giro un momento para ir a buscar mi abrigo en la otra punta de este sitio, meto la mano en el bolsillo y la pantalla se ilumina con "Te estoy esperando".

Resonando: una de las dos del otro día.
Fotografía: Henrik Weis

10 noviembre 2008

Tus madrugadas...

Como hace a veces, cuando menos la esperas, la casualidad.
El sonido de un procesador renqueaba al ritmo de su batería después de muchas horas ejerciendo. El humo en esa habitación comenzaba a despejarse mientras dos amigos se marchaban con doce páginas escritas y varios planes a cuál más absurdo.

Por la ranura de la puerta de la terraza se colaba el aire frío y unas cuantas ganas rimando en la madrugada, y unas cuantas letras viajaban a la velocidad de la luz por más de mil quinientos kilómetros para encontrarse exactamente con mis pensamientos.

En ese mismo momento, alguien colocaba junto a otra que casaba perfectamente, la misma canción que vengo escuchando cada cierto tiempo desde hace meses, cuando todo se queda demasiado en silencio y sólo soy capaz de escucharme a mí mismo.

Y las palabras que venían desde tan lejos se subieron certeras en el borde de la copa que mecían esas dos canciones, poniéndose a bailar acompasadas y lentas justo delante de mis ojos, ejerciendo un poder casi hipnótico y haciendo que de repente el salón se calentase de inmediato, como si pudiese verse una chimenea ardiendo en un rincón.

Paladeé con destreza lo que suponían esas palabras para mí y subí el volumen para ver si con un poco de suerte quedaba un baile por bailar en mitad de esa intimidad con más de mil quinientos kilómetros por en medio.

Por eso, a veces, la casualidad, la que hace que una canción la sumen a otra, precisamente a esa, y alguien la ponga en el aire justo en ese momento, precisamente en ese momento, en el instante en que la persona de la que te estás acordando pulsa el botón de enviar donde ha puesto una sonrisa graciosa y un beso, capaz de llenar un salón de algo difícil de definir, pero radiante.

Ahora esa canción suena ya diferente en mitad de su madrugada.

Resonando: Reckoner y Love lockdown_Radiohead y Kanye West (Mash-up)

03 noviembre 2008

Las burbujas desanimadas

Sumergido en esa burbuja aséptica en que a veces se introduce, mientras transcurren muchos días plácidos, y sin embargo algo se le retuerce en el estómago, como una especie de ansia puta sin destino aparente.

Y en esas circunstancias le suele resultar complicado incluso llevarse bien consigo mismo, porque discute, se enfurruña, se aleja, sólo mira, no escucha, sonríe con suficiencia o se esconde, resopla y vuelve a levantarse, transita sin destino, como el ansia puta, hacia no sabe dónde y no sabe cuándo, vuelve a mirarse y no se reconoce a ratos, se mancha con algunas cosas que le cuentan, divaga hacia arriba y hacia abajo, le busca tres pies a los gatos que no le gustan y ni se fija en las aceras donde taconean promesas infundadas, es una máquina diseñada para desear, pero recoge pedazos sin respiración cuando se concentra un minuto.

Las burbujas se pinchan, se rompen, o simplemente se deshacen hasta otra, por eso en los momentos más tensos, más intensos y bizarros, respira con lentitud, finge escucharse y camina hacia otro lado, porque siempre regresan de una u otra manera, por unas razones exactas o porque es una forma peculiar y aparente de avisarle de algo, de ese algo que irá rumiando lenta e inexorablemente mientras la burbuja inefable siga hinchada y letárgica.

Por eso se concentra en estos días, en cosas pequeñas, en detalles aparentemente nimios, en un par de olores y cómo combinan apenas cuatro o cinco colores entre sí, sonidos rítmicos y leves roces de la piel...o todo junto a la vez, poco a poco.

Resonando: Reckoner_Radiohead