29 marzo 2009

Las despedidas

Sólo nos separaba una mesa, dos tazas de café y un cenicero con varios sobres vacíos de azúcar sobre él, pero cuando era capaz de abstraerme unos segundos para intentar verme desde fuera, podía darme cuenta de que realmente nos separaba un océano de tiempo en que no fui puntual, en que llegué tarde allí.

A veces nos resulta complicado acabar de entender porqué se dan determinadas circunstancias casi de manera idéntica en alguna cosa de nuestra vida, se repiten en el tiempo, como si no aprendiésemos, o una especie de azar juguetonamente caprichoso estuviese partiéndose de risa mientras tira sus dados.

Otras veces simplemente nos subimos las solapas del abrigo, recogiendo un poco nuestro cuerpo bajo aquel tejido, miramos alrededor una sola vez, y comenzamos a caminar sin mirar atrás, dejando que los movimientos de nuestras piernas nos lleven a otro lugar.

Y es precisamente en estas últimas ocasiones cuando realmente más aprendemos, cuando más notamos que no importa demasiado, que a pesar de todo, seguimos caminando con la misma fuerza que cuando no se habían dado iteraciones de las mismas tormentas desbocadas ni los bolsillos pesaban casi. Dejan de escucharse los ruidos que estorban nuestros oídos el resto del tiempo, apenas se percibe la muchedumbre, ni la temperatura real parece tener ninguna relación real con la que uno siente en sí mismo. Los semáforos son simples iconos en mitad de la ciudad que obedecemos por inercia, las aceras recogen charcos en forma de media luna pero no tienen ningún encanto, y los portales no guardan escondido ningún acertijo recóndito que debamos descubrir por casualidad ni las sábanas se retuercen formando figuras que hay que adivinar.

La mesa que nos separaba se quedó con varias marcas redondeadas de restos de la conversación, de esa leve intimidad flotando entre humo y palabras. En la puerta de aquel sitio, me despedí con cierta ternura, sin darme oportunidad a mirar ese reloj que nunca marca la hora correcta. Sonreí mientras se alejaba, volvió la cabeza para decirme adiós una vez más, volví a sonreír, y me subí las solapas del abrigo. En ocasiones, lo que se nos guarda en los labios, siempre es eso, una despedida.

Resonando: Drifting further away_Powderfinger

22 marzo 2009

De alegrías sin incendios

Se cuela en los oídos esa frase mientras la rutina cotidiana se mezcla en las manos un mediodía cualquiera de día festivo...”crecías como un incendio...de esos que hacen que todo sea más intenso...”, y la frase se queda colgando de los labios toda la tarde, mientras los rayos de sol juegan al escondite con los edificios del centro, mientras esperas unos segundos a que cambie el muñequito de un paso de peatones para llegar hasta la otra acera de la avenida, rodeado de muchas personas que caminan sin prisa por los mismos lugares que unos días antes parecían acolchados de sonrisas en mitad de una noche extraña en que nada llegó a ser lo que parecía ser, pero todo derivaba a lo que iba a ser.
Cuando esa idea que te ronda la cabeza desde hace semanas por fin te llega a los dedos, y corres para anotarla rápidamente en esa pequeña libreta que siempre viaja en el bolsillo interior del abrigo, decides sentarte a saborearla en un escalón que da paso al parque más grande dentro de la ciudad.

Lo primero que sale en forma de sordina mientras mientras la tarde se agosta en medio del mes de marzo, es otra frase más...”mis manos ardían... así que tuve que apagarlas en ti...”. Sonríes, te levantas y caminas lentamente por los senderos que se van abriendo a través de la hierba y los árboles y dejas reposar los ojos sobre un niño muy pequeñito que intenta patear una piedra y su madre, cerca, muy cerca, atenta para que no caiga, sobre una pareja que detiene el mundo entre los labios tan juntos que no cabe el aire, sobre un anciano con una sonrisa pintada en el rostro convertido en mapa mientras se fija en un perrito que olisquea casi cualquier cosa, sobre un pequeño grupo de adolescentes que parecen hiperactivados por algo y no pueden parar de moverse en un radio que no va más allá del área de dominio visual de otro grupo de adolescentes femeninas que parecen no hacer ni caso a los movimientos del grupo masculino, sobre los ojos más tristes de la ciudad que porta la chica más guapa de la misma ciudad y que parece contener todo el peso de la humanidad sobre sus botas...

Mientras esperas de nuevo a que cambie el muñequito del semáforo para cruzar al otro lado y volver a recorrer los mismos pasos de un rato antes, o de varios días, la frase más demoledora revolotea por tu mente, y esta vez no necesitas anotarla para poder recordarla dentro de un rato, cuando la madrugada parezca derrumbarse en tres metros cuadrados de colchones que dejaron de arder...”...incendios de esos que duelen...de esos que cambian la suerte...”.

Resonando: Septiembre no está tan lejos_Nadadora

15 marzo 2009

Atrévete un poco menos, valiente...

Asumimos riesgos, cada mañana, cada madrugada inconsistente, cada paso al doblar la esquina de unos ojos que lo bañan todo, y en ocasiones no nos detenemos a medirnos, a medir esos riesgos, a calibrar lo que nos puede recorrer el gaznate durante los siguientes meses si aceptas, tácitamente, dar ese paso que gira aquel edificio tan bonito junto a la plaza que tanto te gusta.
No medimos, sólo avanzamos, sin pensarlo realmente, por eso somos capaces, sentados frente al futuro que quizá podría saber a sal en los labios, de sentir en el fondo de todas las heridas, la necesidad de huir, de marcharse, de largarse rápidamente de allí para no volver a repetir los errores tan manidos por uno mismo.
La noche se endulza a través de palabras, y todo se rellena de eso que uno busca sin saberlo durante cada día, de ese sabor dulce en la punta de la lengua, en las yemas de los dedos, en la garganta que tiñe tu voz de suavidad, en los costados resecos de un tacto que se guarda en lo más profundo de la memoria.
Uno se detiene en mitad de la madrugada, cuando ya ha girado la esquina, cuando ha notado el sabor en los labios de las ganas. Mira el cielo, que se inunda de primavera, y respira dos o tres veces lentamente, en el silencio de las calles, mientras con algo de atención sólo puede escucharse el eco sordo de sus propios pasos, y sabe que esa senda sólo tiene un final anunciado, una herida más, una resaca agria y devorada en mi propio estómago, un anhelo adicional, el borde de una playa escondida donde nunca veranearé, el aeropuerto en el que no sale mi avión por cancelación indefinida, el colchón desnudo donde no dormiré ninguna noche ni remontaré las caderas que abren los días.

Asumimos riesgos, cada día, y sin embargo realmente siempre nos detenemos a medir los mismos, los que no somos capaces de detener a tiempo, los que nos horadan el estómago, los que no debemos rozar pero que no podemos evitar, porque saben tan bien que se nos llena la cabeza de todo eso que miran esos ojos tan enormes que podrían recubrir el aire de lo que quisiesen.

A veces lo valiente es precisamente lo contrario a lo que dice la gente, ser capaz de no entrar en ese aura que puede devorarte con sólo escucharla decir las palabras adecuadas, o simplemente verla sonreír.

Resonando: Tengo muchos vicios_Hablando en plata

08 marzo 2009

Sobran las palabras...

He divagado en varias entradas sobre la forma que a veces toman las palabras en nuestros bolsillos, en nuestra memoria o en nuestro día a día y en todo eso a la vez. He divagado sobre las frases que forman colchas de pequeños retales que van configurando nuestro propio escenario invisible en el que a veces nos desahogamos, nos deshacemos o simplemente nos dejamos vencer durante madrugadas perniciosas. Y como suele pasar casi siempre, basta con que uno se empecine en darle vueltas a una idea para que se encuentre de sopetón con la idea contraria.

Por casualidad, como suelen ocurrir las cosas curiosas, encontré hace poco un spot, aunque podría mejor denominarse cortometraje (la marca, realmente, sólo aparece una única vez, y de manera completamente tangencial, si uno ni siquiera está atento ni la reconoce, aunque es lo de menos reconocerla o no). El origen es un festival de cortometrajes que organizó hace unos meses la propia marca a anunciar, este en concreto ni siquiera sé si ganó o no, pero eso, también, da igual.

Porque a veces lo más simple suele ser lo más divertido, lo más sensual, lo más sincero, y en ocasiones, sobran las palabras. Dura doce minutos, espero que os guste.

"Signs"_Patrick Hughes


01 marzo 2009

Melodías en mitad de febrero

Hay melodías que a pesar de ser recientes son capaces de retrotraerte a mucho tiempo atrás, no porque se parezcan, o al menos no del modo más académico en que solemos utilizar esas similitudes, a ninguna otra que escuchamos en otro momento. Simplemente contienen elementos que por razones que rara vez somos capaces de desentrañar al detalle, nos huelen y saben del mismo modo que algo ocurrido hace años.

Hace unos días escuchaba uno de mis programas favoritos en la radio (la maravillosa tecnología nos permite escuchar en otros momentos más oportunos los programas de radio que en su momento habitual de emisión en directo no podemos), y de repente comenzó a sonar una canción muy sencilla, tremendamente simple, y sin embargo de esas que a los primeros acordes te dicen algo, algo más allá de la letra propia de la canción o de una melodía que por casualidad pudieses asemejar a algo. En los primeros acordes se cuelan por lo más profundo de tu memoria y son capaces de levantar bajo la capas más superficiales de ella parcelas enteras a las que hacía años que no volvías.

El sol de mediodía me rozaba el rostro a través de la ventanilla del coche, en estos mediodías recientes en que la primavera ha lanzado sus primeros trailers mientras en el calendario se sigue emitiendo un invierno que ha sido todo lo protagonista que es capaz de ser. Conducía camino de la otra punta de la ciudad a una de esas horas en que todavía no se ha almacenado el hambre repentina en las carreteras de circunvalación, y la fluidez me permitía ir recogiendo el viento agradable y condescendiente que suelen tener los días más templados del año. Y de repente esa canción que no había escuchado hasta ese momento se encargó de pintar ella sola una gama de colores extrañados de los que no tenía conciencia de haber almacenado con tanto detalle. Y mientras transcurrían esos cuatro minutos me di cuenta de que hay breves gestos sin ninguna pretensión que son capaces de quedarse muchos años guardados en los bolsillos y aparecer de repente tras unas cuantas notas armónicas y fácilmente hiladas.

Fue sencillo conducir hasta un punto asimétrico de los mapas ordinarios en que me muevo los días más habituales, mientras en mi cabeza o en mis labios se sucedían atardeceres naranjas con forma de risa, unos vaqueros muy desgastados con un paquete de Lucky asomando por el bolsillo trasero, mil lunas engarzadas a través de sus manos, nuevos sentidos para las brujas, otra forma de pedalear en bicicleta para una tarde cualquiera, los inviernos que no supimos entender, los caminos alumbrados torpemente en los márgenes, los labios rebosando de palabras cada noche, las estaciones abandonadas, los folios en blanco llenos de algo que sólo se definía después, la humedad de las paredes y la ansiedad de los círculos oscuros, el café de puchero y los bizcochos como dieta, los sonidos de los animales pastando, todo en los ojos y en las yemas de los dedos, las declaraciones sin sentido, los paseos entre las casas viejas, la ropa que nos intercambiamos, los sellos y el olor de la tinta, los días laborables ajenos, lo normal, lo anormal, lo cotidiano, lo diferente, lo nuestro y ayer, el sabor de sus labios y su sonrisa, las carreras en mitad de la hierba, sus amigas, mis amigos, la lluvia rompiendo la monotonía asíncrona y las mochilas amontonadas, el sabor de la cena a toda prisa, y esa melodía sonando a cada rato aún sin haberse compuesto todavía pero resonando ya en los poros para quedarse allí y volver un mediodía de sol donde se acumulan maneras nuevas de construirme de nuevo para cambiarle el paso a algo que no tiene nada que ver con aquello.

Resonando: Año bisiesto_La Buena Vida