26 abril 2009

Porque nunca podría ser así

Nos acostumbramos a mirar las cosas desde nuestros propios tamices, desde nuestros absolutos esquemas mentales de cómo seríamos si fuésemos esa persona que tenemos delante, justo un centímetro más allá de donde llegan nuestras manos. Y en todos esos remolinos nos asaltan las dudas y nos cuestionamos constantemente porqués, barruntamos y masticamos teorías que puedan calmar algunas madrugadas, o simplemente que las hagan más llevaderas, pero no son más que pequeñas gasas humedecidas que nos bajan la fiebre un rato mientras todo sigue sin comprenderse completamente. Y cuando abres los ojos y desayunas realmente con esas respuestas provisionales que guardas en los bolsillos, admites que nada encaja en ninguno de los patrones que tienes tatuados en el estómago si eso te ocurriese a ti, y desdeñas completamente las respuestas que tú mismo habías construido, y decides dejar sin resolver las dudas, porque intuyes que nada de lo que fuese podría ser mejor que no entenderlo del todo.

Desdibujas como mejor puedes tus ganas en una tormenta sin destino en mitad de una calle sucia entre risas figuradas y la sola idea de dejar sangrar otra madrugada es el mejor plan que te rodea la cintura precisamente esta noche. No es necesario ningún decorado de la costa oeste, ni un pianista acodado al final de la barra que te tararee entre dientes una canción exacta entre humo y movimientos en blanco y negro, para poder dejarse desollar en un rincón sin luz donde sólo cabe un colchón sin nombre y dos respiraciones sin apellidos, mientras de fondo se escucha, como un mantra, la voz entrecortada en un contestador de alguien que quizá esperaba algo que nunca recibirá.

La ciudad se tiñe de esa pátina acerada con que se pinta los párpados cuando no tiene ganas de dar abrazos y amanece como si nada fuese diferente hoy. Pero algunos de los que caminamos por sus aceras sin prestar atención a nada más que a no tropezar con la siguiente sonrisa, miramos con desdén amargo a los portales donde habitan respuestas que nunca podremos entender y se nos acaba la voz gritando dos estrofas una y otra vez para conjurar las ganas de seguir ensuciándonos cada vez que decidimos volver a intentarlo.

Resonando: Plane_Jason Mraz

19 abril 2009

En bucles sin destino

Y después de limpiarme las heridas frente al espejo, y de preparar un té para tomarlo mientras llovía fuera, y de escuchar aquella canción muchas veces seguidas, me puse de pie, deteniéndome unos segundos a ver qué grado de fortaleza me quedaba, y descubrí que toda, que me hubiese vestido para seguir en esa guerra caliente de la que no quería irme, de las leves batallas que nos hacían mejores, de perder el sentido del tiempo entre tus manos, de las noches en vela y las vueltas en la cama, de buscarte en todos los pasos de cebra y esperar que llegases por sorpresa.
Y a cada minuto me quedaba, y a cada minuto me iba, y quedarme era un placer, y marcharme dolía todo, pero nunca he sabido llegar cuando debía, así que decidí empezar a escribirlo (porque así no tengo que asumir del todo lo que he acabado siendo), a ver si así sacaba alguna conclusión, de esas que te quitan los nudos en la garganta, de esas en que te mandan postales cuando menos te lo esperas o un guiño en mitad de un océano de tiempo.

Esto lo escribí hace mucho tiempo por otras razones a hoy, pero lo releía hace unos días (mientras preparaba otras cosas) y parecía que hay senderos que curiosamente acaban siendo los únicos que uno sabe transitar, o al menos, que se repiten demasiadas veces para mi propio gusto.

A veces elijo mal, rematadamente mal, pero desde luego a estas alturas ya sé reconocer lo que no quiero. Ese es un buen paso. Me sigue permitiendo dormir cada noche.

Resonando:Période bleue_Jane Birkin

12 abril 2009

Midiendo la hora en los costados

Quizá su atractivo precisamente esté en esa fugacidad de la que se nutre, en lo intangible de esos instantes, de esas pocas horas, quizás ni siquiera llegan a ser más de dos. Llegar a tu ciudad después de un viaje, y hacerlo en mitad de una madrugada, en esa franja leve y casi transparente que precede al amanecer, cuando la ciudad no se ha despertado, cuando las ausencias son significativas, y las aceras están más vacías que de costumbre. Los bolsillos repletos de sueño, los ojos brillantes, los hombros algo aletargados, aparcar el coche para que un par de amigos se bajen, una breve despedida casi en susurros, como si subir el tono de voz en ese momento fuese a despertar a los pocos vecinos que han permanecido en los edificios. Una frase desde el portal, y una sonrisa cómplice, con cierta amargura pero agradecida en cualquier caso. Notas el frío, que en estos primeros momentos puede desentumecerte, espabilarte lo suficiente, y hacerte ver que la camiseta que llevas puesta es demasiado poco todavía. Arrancas de nuevo, y conduces despacio entre avenidas y semáforos que cambian de color y parecen ser los únicos testigos mudos de la madrugada, junto contigo. Una risa espontánea por algo que acabas de recordar y una sensación ya habitual de verte con cierta perspectiva cómo, de nuevo, te ríes sólo por algo que has recordado sin querer. Acordarse de alguien también de repente, al girar a la izquierda en una calle conocida, y pensar, mientras el semáforo te da las buenas noches y buscas una canción concreta para que suene muy alta, que quizá esos relojes internos que todos tenemos agarrados a los costados raramente se ponen en hora, y por eso caminamos casi siempre impuntuales, y que lo único que hay que hacer en momentos así es decidir, tomar decisiones, casi siempre complicadas, para atravesar otras avenidas y girar en otras esquinas, y no mirar atrás y lamentarse de las normas tan mal establecidas para medir los tiempos.

Cuando te encaminas inexorablemente hacia ese túnel que recorre como una cesárea el estómago de la ciudad, al fondo, por encima del hormigón, de algunos árboles, y de la cresta de los edificios más altos, se puede atisbar con cierta delicadeza el inicio rosado de la luz que dentro de unos cuantos minutos ya cubrirá del todo esta ciudad. Procuras salir antes de que ese hilo gaseoso de color se extienda demasiado, y con el mismo regusto con que la dejaste hace unos días, la recorres caminando ahora, con los auriculares sonando muy fuerte para que no puedas escucharte pensar, y el silencio que no escuchas empujando tus talones más allá de la hora que marca impasible el descorazonador reloj que no utilizas.

El pasillo que sigue sin gravedad desde que eres casi capaz de recordar, te saluda inquietantemente esquivo, mientras resoplas un par de veces como modo más directo de buscar el colchón de los días impares donde no se celebran fiestas, pero se velan madrugadas. En lo párpados, lo que se queda flotando unos segundos antes de quedarte dormido, es esa tela de gasa translúcida que tiene siempre la ciudad durante unos pocos minutos justo antes de amanecer, cuando parece que todo puede cambiar, para seguir igual.

Resonando: Catch the light_Sin Fang Bous

06 abril 2009

Las aspas del ventilador

Se movían con parsimonia las aspas de madera de aquel ventilador ajado, como si mas que mezclar el aire, lo golpeasen con lentitud extrema hasta agotarlo por insistencia. El hall de aquel hotel estaba desierto, como suele ser normal en días como este, calurosos casi hasta la extenuación, en esas horas casi translúcidas en que nada de lo que uno ve con sus párpados abrasados puede asegurar que es cierto. Dejó la bolsa donde se arrumbaba la poca ropa que iba con él, sobre el suelo brillante de mármol, y caminó unos pasos hacia el mostrador donde se podía leer en un pequeño letrero de plástico sucio “Recepción”. Sonrió al descubrir aquel cartel, y con poca intención movió su cabeza en ambas direcciones intentando encontrar un resto de vida que pudiese ayudarle, pero no encontró nada. Se apoyó con cuidado sobre la madera gastada del mostrador, y descuidadamente dejó su vista posada sobre el panal cuadriculado que había al fondo, casi repleto de llaves, lo que en cierto sentido hablaba mal de aquel hotel, pues por aquellos detalles podía inferirse que eran poquísimas las habitaciones efectivamente ocupadas en este momento. A la derecha de aquel panal de madera, había una pequeña mesa donde reposaba un ordenador ya demasiado antiguo incluso para un sitio así que parecía vivir precisamente de esa idea, de parecer viejo (old fashioned para los snobs) y de serlo realmente si uno prestaba la suficiente atención. En la pantalla de esa reliquia de la prehistoria de la informática doméstica, podía verse una página escrita (un procesador de textos muy conocido, en alguna versión algo más moderna que el soporte que la contenía), agudizó su vista, con ese gesto tan característico, especialmente entre los miopes, de entrecerrar los ojos para intentar enfocar mucho mejor algo que queda a demasiada distancia de la capacidad natural de leer sin esfuerzo. No podía leerlo del todo, así que volvió a mirar a su alrededor a ver si conseguía ver a alguien, esta vez con las intenciones completamente diferentes a la primera vez, pues a fin de cuentas ahora lo que intentaba confirmar era que nadie podría pillarle entrando tras el mostrador y leyendo el texto que estaba allí escrito.

Nadie pareció mostrar signos de estar por allí, así que con la curiosidad malsana con que a veces nos gusta inmiscuirnos en los detalles de los desconocidos, fue hasta el lateral del mostrador, lo levantó, haciendo girar las bisagras que lo articulaban, y pasó dentro. Se inclinó levemente hacia la pantalla de aquel ordenador, y comenzó a leer lo que había allí escrito....”Las aspas de este ventilador no son capaces de mover el aire, simplemente lo empujan, lo empujan sin fuerza, como si quisiesen llevarlo fuera de este sitio hasta que no quede nada, hasta que no podamos respirar, pero fuesen incapaces, y el tiempo se queda colgando de las aspas también, para que no pase, para que cada minuto sea como una gota gelatinosa que se adhiere a cada baldosa...y sin embargo lo único que queda hoy por hacer es darle una habitación a ese muchacho que he visto en el restaurante de dos cuadras más allá, comiendo despacio, casi habiendo mimetizado a la perfección el ritmo de este pueblo, de este país, y sé que llegará hasta aquí, que dejará su bolsa y la curiosidad podrá con él hasta acercarse a leer esto, estas mismas palabras que le dicen ahora, justo al pasar sus ojos por esta línea, que yo estoy detrás de él”.

Resonando: Aquí ahora_Macaco