31 mayo 2009

A medio dormir...

Se revuelve en el cielo del paladar ese sabor amargo que tienen los tragos que dejan el vaso de boca ancha casi vacíos, y el líquido pesado va recorriendo tu garganta a la velocidad de la luz mientras al fondo, en un escenario muy pequeño y demasiado oscuro para un lugar completamente negro como este, un tipo sin cara de ser alguien especial comienza a soltar algunas frases que acompaña con la guitarra y se convierte de repente en el tipo más estupendo de cuantos recorrerían cualquier madrugada como esta con el abrigo preparado para arropar a quien lo necesitase.
La mujer con el tatuaje en el hombro sirve la última copa y espera, en un rincón de la barra donde no llegan las luces, a que el tipo más solitario de la ciudad por fin se anime a sacarla a bailar, aunque siempre ha odiado mover su cuerpo a un compás diferente al que puede recrear un par de manos y unos labios en el cuenco delicado que forman sus clavículas cuando su ropa ha buscado dónde pasar la noche entre las láminas de madera que hay junto al armario.
El tipo más solitario de la ciudad anuncia vacaciones pagadas en el borde de su propio acantilado sin reserva ni descuentos, mientras se derriten sus ganas de levantarse de la silla al ritmo de los cubitos de hielo en alguno de los vasos que han probado sus labios esta noche, y el sonido de las trompetas al final de aquella canción siempre consigue convencerle de que con el tiempo suficiente, cualquiera es capaz de quedarse colgado de los ojos más intensos de cualquier ciudad sin arrabales ni pasos de cebra.
El chico tímido acodado en el taburete que canta mejor de lo que sueña, suelta otra de esas frases que retumba por todo el local con más potencia que los suspiros de cualquiera de los presentes al apagar la luz cada noche, y sin saberlo espera terminar esta función, con algún átomo de energía más que ayer, quizá lo suficiente como para acabar vomitando las ganas de ella en la primera baranda junto al puerto que encuentre de camino a anteayer.
Y mientras todo esto parece el único guión posible de esta noche, tus ojos se humedecen con los violines que prometían inviernos ardientes y veranos vestidos de carcajadas, los calendarios que esquivaron las madrugadas de los viernes, la piel que se cuarteaba cuando no la tocabas y las sonrisas que se quedaban colgadas en mitad de cualquier avenida entre camisas de trabajar y pantalones con los bolsillos retorcidos.

El mechero en el bolsillo izquierdo, y un paso después de otro, como si no hubiese mañana teñido de ayer y hoy fuese una ilusión a medio dormir.

Resonando: Song for a friend_Jason Mraz

23 mayo 2009

No te salves

Una amiga a la que aprecio cada día más, y que cada vez está más cerca aunque a priori parezca que no, y que tiene esa capacidad para hacer las cosas precisas en el momento adecuado, para acertar, para estar cuando debe, me envió algo el otro día que sin ella saberlo, era tan certero como suele ser ella.
Esta semana ha sido muy intensa, como lo vienen siendo desde hace unas cuantas, han cambiado muchas cosas a mi alrededor aunque parezca que todo sigue estando igual, he empezado, de nuevo, a hacer algo que no pensaba tener que volver a hacer, y de un modo particular, tengo que volver a aprender algo que ya creía saber, y sin embargo he desaprendido en los últimos meses. Pero además, el mundo se ha hecho un poco más oscuro porque se ha marchado Benedetti. A priori, todo esto no tiene ninguna relación entre sí, y desde fuera, muy probablemente no lo tendrá, incluso no tendrá ni sentido si habéis llegado hasta aquí leyendo. Pero prometo que íntimamente, sí lo tiene.
No voy a descubrir nada que no se sepa de sobra si hablo de Benedetti, así que ni siquiera lo intentaré, sería pretencioso. Tuve la suerte de verle hace años, en una charla deliciosa que dio en un lugar en Madrid. Tuve la suerte de que mientras caminaba hacia el lugar, unas calles antes de llegar, y tras girar en una esquina, me crucé con él. Ya era muy mayor, caminaba despacio, pero parecía lo que sin duda uno imaginaba al leerle, alguien en paz y sin embargo siempre inquieto con el mundo.
Le descubrí hace muchos años con su “Primavera con una esquina rota” y pasado el tiempo, su libro de poemas “Insomnios y Duermevelas” acabaría dando nombre a este sitio. Y por ese cúmulo de casualidades que a veces tienen los días, las respiraciones, los rincones y las horas, mi amiga me envió uno de sus poemas. Justo ahora, podría haber elegido muchos otros de él, pero este es justo el que debía elegir.

NO TE SALVES
No te quedes inmóvil

al borde del camino

no congeles el júbilo

no quieras con desgana

no te salves ahora

ni nunca
   
  
no te salves

no te llenes de calma


no reserves del mundo

sólo un rincón tranquilo

no dejes caer los párpados

pesados como juicios


no te quedes sin labios

no te duermas sin sueño

no te pienses sin sangre

no te juzgues sin tiempo



pero si
....pese a todo

no puedes evitarlo
 y

congelas el júbilo

y quieres con desgana


y te salvas ahora

y te llenas de calma

y reservas del mundo

sólo un rincón tranquilo

y dejas caer los párpados

pesados como juicios

y te secas sin labios

y te duermes sin sueño

y te piensas sin sangre

y te juzgas sin tiempo

y te quedas inmóvil

al borde del camino

y te salvas
           
entonces


no te quedes conmigo.


Resonando: No te acuerdas de mí_Javier Álvarez

17 mayo 2009

Sin volverse loco

La torre del reloj manda los ecos de una hora indecente, de esas en que se abren las carnes de la madrugada para encontrar perfiles blancuzcos de amanecer. Y me sorprende, como últimamente pasa a menudo sin pretenderlo, mirando las copas de los árboles que retozan despreocupadas cualquier día en que la brisa decide trasnochar un poco más de lo habitual.

El humo de un cigarro se columpia en ese nudo absurdo que ha alquilado una parte de mi estómago por tiempo indefinido, y las yemas de los dedos vuelven a tareas que no quise volver a tener, recordar el tacto que borre otros tactos en un colchón desconocido donde habita alguien que busca exactamente lo mismo que mis manos, el olvido permanente.

Hay noches en que siempre es más sencillo hacer lo que uno no debe, que asumir el silencio que cabe entre las sábanas donde se ha demostrado que puede vivir un mundo con forma de mujer y maneras de mi propio deseo. Así que la boca ancha de un vaso es la excusa perfecta para soltar la frase adecuada en el momento adecuado, y los ojos de alguien que no sabía nada se incendiaron como los bajos de algunas cortinas en la mente de mi próximo verano, y sólo hubo que pensar seriamente en el camino que costaría recorrer hasta llegar al punto donde hacer lo que no debía hacerse.

La torre del reloj, incansable y certera, vuelve a gemir su llanto en las medias, y en mi mano derecha se debate la tormenta al agarrar con fuerza un teléfono móvil donde caben tres posibilidades antes de darme la vuelta y cerrar la madrugada con un suspiro. Sólo una de esas posibilidades acaba sucumbiendo a mi energía malbaratada un rato antes, después de que alguien en la otra punta de la ciudad, a la que ni siquiera recuerdo ya, me deje una frase que resume todo lo que puede caber en inviernos disfrazados como este. “A veces, la rabia convierte una noche en algo diferente que no se puede explicar sin volverse loco. Te echaré de menos mañana”.

Resonando: Groupies Eléctricas_Quique González

04 mayo 2009

Quedarse sin palabras...


A veces, decorar tus días pueden ser un pequeño triunfo que no acaba de terminar nunca. Lo piensas, cuando abres los ojos, cuando eres consciente de esa primera respiración sin haber pisado aún el suelo, cuando ni siquiera eres capaz de ver el horizonte de las semanas o los meses por delante donde no entra la luz, y te dejas vencer otra vez contra la almohada, con ese gris azulado que tiene el cielo en esos minutos inconstantes justo después de amanecer. En esos instantes, cuando en tu cabeza se dibujan extremadamente claros, los días que has tenido que vaciar a golpe de martillo neumático y sigues atesorando momentos en que resulta complicado mover cualquier músculo. Creer que esto es lo que te queda, entonces es cuando el cielo de tu paladar se vuelve industrial, pesado y distante, cuando la música que suena a tu alrededor es la de ese tipo que nadie conoce y que hace sonar cualquier cosa a una madrugada cualquiera de hace muchos años, con el viento soplando frío a la vuelta de cualquier esquina o en alguna carretera oscura en mitad del mapa. Tienes que obligarte a inspirar algo de aire, que con torpeza se cuela donde debe, aprietas muy fuerte las manos, como decían en aquella canción, y sales a la calle por fin, esperando no quedarte ciego con la luz que hay por todas partes pero que parece completamente ajena a ti.

Te metes en el coche, subes el volumen de la canción que se repetirá insaciablemente los siguientes cinco cambios de luna, y aprietas el acelerador sabiendo de antemano que hace unas cuantas horas que no hay un destino concreto donde desees ir más que a ningún sitio, el mismo sitio que te rodeaba la cintura y los labios, el mismo sitio que era el centro del universo en el que no importaba medir distancias o minutos. Pones el intermitente, sonríes al tipo que siempre está en aquel sitio, como si nada cambiase allí, y sigues adelante, aunque no vayas a ningún sitio, a veces, es lo único que podemos hacer, seguir adelante, y que el silencio que se guarece bajo el agua que recorres invariablemente durante un buen rato, sea lo más acogedor que te espera a lo largo del día.

Anochece de nuevo, como cada día de ese calendario exclusivo que se ha creado de repente y en el que lo único que se mide es agotador, complicado, y te deja exhausto y al borde de acantilados a los que no querías volver. Se acabaron los bailes a medianoche, las frases que contenían todo lo que entienden las ganas y los desayunos a cualquier hora, y la noche es un buen lugar para pasar el invierno que llega cuando quiere, aunque nos hubiésemos prometido a nosotros mismos, dividir el año sólo en tres partes. Desde lo alto de esa montaña enorme en que te has quedado inerme, vislumbras al fondo un valle solitario y sereno, quizá algo pintado en un enorme lienzo que no existe, pero lo suficientemente lejano, como para saber que a veces, cuando te descubres completamente desnudo, la casualidad, la ironía, la impuntualidad y tu propia torpeza o simplemente el orden de las cosas, hacen que te abrigues más que nunca.

A veces, lo único que te obligas a recomendarte a ti mismo, es exigirte que sea como deseas. Y si no lo puede ser, entonces, arrancas el coche y comienzas a recorrer esas distancias entre el hoy y el sin destino que no sabes dónde está, pero que aparecerá alguna vez tras alguna colina detrás de la cual sólo está ella, sentada al borde de la playa, sin palabras.

Resonando: Dog shelter_Burial

* Fotografía de Tadas Kazakevicius