22 febrero 2009

Cuatro respiraciones

Muchas veces no tiendes a pensar con claridad porque te ves dentro del mismo tornado o suave chaparrón, que de todo hay. Pero es un ejercicio de lo más saludable cogerse por los dobladillos del pantalón y ponerse boca abajo una mañana cualquiera, como si ese mismo pantalón fueras a tenderlo al aire frío de un amanecer cualquiera. Es en ese momento, cuando comienza a bajar la sangre a tu cabeza, cuando se empiezan a aclarar las aceras, el olor del café recién hecho acaricia tu pituitaria, y los brazos tienen más ganas de desperezarse que de cualquier otra tarea, cuando más claras se ven las cosas que en otros momentos del día cuesta limpiar de hojarasca, de todos los grumos que ciertas cosas acaban enturbiando tu vista a través del día.
Remueves el líquido caliente dentro de la taza, le pones el azúcar preciso, y la cuchara comienza a marcar el ritmo más adecuado para que emerjan esas ideas que ya tenías dentro del estómago desde hace semanas, como una especie de diapasón particular que marca los latidos rítmicos de tu forma de respirar, de las ganas de mirar o de descubrir.
resoplas lo suficiente como para dejar a un lado lo que ensucia ese cúmulo de tres o cuatro ideas deshilvanadas que empiezan a coserse entre sí. Te detienes un momento a leer un poco lo que has escrito en ese papel, como si quisieses recoger de nuevo el hilo que un par de brillos a destiempo te han hecho perder, y vuelves a retomar ese ovillo que empieza a tener forma, ya, de jersey tejido.
Acabas de escribir, sabes que aunque todo eso ya lo tenías en la cabeza desde hace semanas, es ahora, precisamente ahora, cuando toma verdadera forma y precisión, cuando comprendes qué es lo que no acababas de encontrar pero ya tienes delante, esa conclusión que no acababa de llegarte a pesar de masticarlo convenientemente, y que ahora, mientras caminas de nuevo hacia la cocina para prepararte un segundo café, se ha dibujado con absoluta precisión de delineante delante de tus ojos, de tus labios, que a fin de cuentas son los que no eran capaces de pronunciar coherentemente lo que en estos momentos ya podrían recitar.

Un rato después, mientras este sol cariñoso que se deja ver en los descansillos del invierno te acariciará la espalda con extrema gratitud, será muy sencillo dejar reposar la copa sobre la mesa de madera y mirando a los ojos de la persona que tienes delante y que te ha vuelto a soltar aquella pregunta para la que no tuviste respuesta semanas atrás, desgranar todo lo que aunque no eras consciente ya sabías desde aquella noche en que te sentiste tan completamente solo que no importaba estar rodeado de tanta gente conocida. Lo que uno quiere, aunque parezca muy complicado de encontrar, cuando lo tienes delante, tarda tres respiraciones en comprenderlo, cuando has inspirado cuatro veces, es mucho más sencillo decirlo, tal cuál. Yo lo habría entendido sin ninguna explicación más, que ahora no me interesa. Acabo de exhalar mi cuarta respiración.

Resonando: It's supposed to be love_Ayo

15 febrero 2009

Los retales que forman las frases


Del mismo modo en que el olor reciente de la famosa magdalena del libro despertaba un recuerdo que acababa convirtiéndose en varios volúmenes del clásico, ocurre con la música, o una fotografía, un sonido, un olor, una referencia, o alguna palabra. Siempre me ha parecido especialmente curioso lo de esa última, esa asociación de alguna palabra con un momento concreto del pasado. Hace poco más de un año pasé una noche, más concretamente un rato de una noche, poniendo en un papel no sólo palabras, sino un montón de frases, preguntas, expresiones, que por alguna razón que todavía desconozco, recordaba que me habían dicho o había dicho yo a alguien en un momento determinado. Algunas de ellas ni siquiera era consciente de tenerlas almacenadas en mi memoria, simplemente salieron cuando hice ese pequeño esfuerzo de recordar frases o expresiones que en algún momento habían formado parte de una conversación, o simplemente de esos diálogos malbaratados que suceden algunas noches o mañanas peregrinas que no se sabe muy bien cómo acaban siendo así.
Obviamente todas ellas, al leerlas una vez acabé de escribir todo aquel patchwork de breves recuerdos resumidos, tenían alguna connotación específica, la mayor parte, descontextualizadas, no le dirían nada a alguien ajeno, o podría entender cosas diferentes a las que realmente quise, o quisieron decirme con ellas. Ni siquiera sé porqué, al borde de aquella madrugada, muy cansado y en un hotel a muchos kilómetros de mi casa, me puse a escribir aquello.

Analizándolo después, todas las frases tenían un lugar común, un punto que las hacía específicas, que las diferenciaba de los millones y millones de frases que podemos decir o nos dicen al cabo del tiempo, cada día. Se diferenciaban en que estaban asociadas irremediablemente a un momento concreto, a alguien concreto, a un periodo exacto y definible de mi vida, o a la mezcla de esas tres cosas, y además, podía establecer ese momento, persona o periodo en mi memoria (con la asumible fiabilidad que no siempre suele tener).

Ya digo que la mayor parte de ellas, leídas desde fuera, no ofrecen apenas información de porqué, cómo o quién, aunque fuese en abstracto, pero leídas unas cuantas semanas después, conforman una peculiar arquitectura de muchos pequeños momentos. Curiosamente, muchas de esas frases las recuerdo porque las mastiqué a posteriori, es decir, en el momento en que fueron dichas, no tenían ningún componente específico asociado, y fue más tarde, cuando la persona que me las dijo o a la que se las dije, fue formando parte de mí por unos u otros motivos, cuando esas frases se fueron realmente asociando al momento o a la persona, fueron realmente convirtiéndose en ese pedacito del patchwork completo que construí aquella madrugada.

Mientras el baño se llena de vaho y la música hace bailar la llama de cada una de esas cuatro velas en un rincón, una frase concreta en la que no había reparado hasta hoy, se acaba de hilvanar en ese mural de retales que acaban conformando algo más importante que cada uno de ellos por separado.

Resonando: Man on the corner's miracle_Genesis vs. Fragma (Mash-Up)
* Elaboración propia sobre una fotografía de Tsuneo Yamashita

08 febrero 2009

Al doblar alguna esquina

Al girar una esquina en una noche sin mucho sentido te encuentras de frente contigo mismo camino de una cita sin ningún recuerdo posterior, que quizá, como mucho, consiga abrirte el apetito, de nuevo, de aquella forma de rozar tus labios que tenían esos otros labios que no se sabe muy bien qué manzanas morderán a estas alturas, ni las almohadas en que reposarán las noches en que no se puede mirar a ningún sitio. Pero tampoco gastas demasiado tiempo en eso, sino que al mirarte fijamente a los ojos cuando te cruzas con ese que alguna vez fuiste, no soportas ver tanta tinta de novela sin final en las pupilas, y acabas girando levemente la mirada hacia ese parque algo desnudo donde a estas horas alguien enfundado en un chaquetón enorme pasea a un perro que no tiene ganas de pasear y al que esperan en algún salón aburrido sin ganas de volver a él. Mientras el animal corretea sin mucho ánimo, es capaz de llevar su cabeza a algunos océanos que pasaron por sus pies cuando tenía quince años menos, y recordar con poca fiabilidad sincera, el color que tenían los atardeceres de aquella casona antigua y el sabor de la cerveza con aperitivos salados que se confundían, al llegar las primeras brumas violetas del anochecer, con la sal de los labios que ella traía de su último baño del día en la playa.

Al cruzar la enorme avenida que horada su estómago, siente las mismas ganas de volver a casa que aquella tarde que se hizo noche sin apenas verla, porque todo lo llenaba la mezcla de piel que se formaba sobre aquel colchón al que volvió muchas veces más, y que siempre tenía la virtud de hacer pasar el tiempo como si no hubiese suficientes relojes para acunarlo adecuadamente. Pero esta vez no se cruza con nadie, e inconscientemente suspira aliviado por no tener que volver a cambiar el paso, por esa manía en la que acaba de caer días atrás, por la que empiezan a molestarle las multitudes, y en noches como esta, todo lo que no sea nadie, convertiría las aceras en multitudes ahogantes.

Cuando pulsa el botón que le abre el coche a un par de metros de distancia, coge de manera algo automática el móvil del bolsillo del abrigo y tiene la tentación casi catastrófica de enviar un mensaje que le permita dormir tranquilo, pero se arrepiente a tiempo, sabiendo, a estas alturas, que ni siquiera eso puede adormecerle ahora, desde hace semanas, es todo diferente.

Resopla levemente mientras se apaga el motor y sale del coche. Agacha la cabeza mientras sube unas cuantas escaleras y vuelve a salir al frío que a estas horas de la madrugada consigue mostrarle la máxima delicadeza de la noche, aunque su rostro esté a punto de congelarse. Hoy tampoco dormirá de ese modo que vuelve a recordar mientras las farolas rezuman luz amarillenta por los bordillos y los charcos empiezan a congelarse, mañana la luz se inclinará de otro modo probablemente.

Resonando: Endless flight_Gustavo Santolalla

01 febrero 2009

Intimidad

Como ocurre en ocasiones, se suceden, sin saber muy bien porqué, pequeños detalles que coinciden en una misma idea, en una misma referencia, en un breve destello de algo que se queda rondando en tu cabeza días y días, que revolotea cada poco alrededor de tus labios o tus ojos. Y en ocasiones, esa misma idea, destello, detalle, llámese como se quiera, se engarza con algo, y su asociación se hace contingente hasta convertirse en imprescindible, de modo que no se puede hacer revolotear esa idea original, sin su preceptiva asociación azarosa. 

Me lleva ocurriendo desde hace algunas semanas eso mismo, aunque no es la primera vez. La idea, el destello, es lo de menos, pero su asociación es graciosa, graciosa en el sentido menos exclusivo del término. Uno de esos primeros días en que esa idea empezaba a revolotearme en los labios o la cabeza, por casualidad, escuchaba una canción que no había escuchado hasta ese momento, pero sí la voz que sonaba, la reconocí con rapidez, porque es absolutamente inconfundible. Era Antony Hegarty. 

Hace años que le escuché por primera vez, me lo puso en una comida un amigo con el que comparto una buena parte de gustos musicales. Puso aquella canción y la dejó sonar, sin explicarme nada más, y lo primero que noté, fue la invisible intimidad que conseguía transmitir al cantar aquello. Luego mi amigo me explicó quién era aquel tipo extraño que había bajo aquella deliciosa voz que en ocasiones se acercaba tanto, tanto, a ciertos registros de otra maravilla, Nina Simone. Pasé muchos meses escuchando sus canciones cada poco tiempo, enganchándome a unas u otras, dependiendo de la época o de mis estados anímicos, a veces encontré, también por casualidad, como suele suceder casi siempre, alguna colaboración curiosa con algún otro grupo (si no recuerdo mal, hay alguna duermevela de hace unos meses donde resonaba él cantando con CocoRosie una versión deliciosa de una canción original de las hermanas, cuya historia tiene su punto curioso).

Desde hace unas cuantas semanas, como decía al principio, Antony Hegarty se ha ido asociando a mis ideas revoloteantes con suma facilidad. Escuché una de sus nuevas canciones por casualidad un mediodía de principios de año, en el podcast de uno de mis programas de radio favoritos fueron presentando el nuevo disco durante una semana, hace unos días una amiga me puso una canción suya para que la escuchase, sin saber que ya le conocía, y ayer, en un suplemento de un periódico, venía en portada una entrevista con él. Y siempre, cada vez que le escucho, vuelve a titilar en mi mente esa idea todavía demasiado poco perfilada con que le asocio, y se ensimisma en la corriente absolutamente íntima y solitaria que consigue hacerme construir su música, y especialmente esta canción que dejo, como siempre, equilibrando alguna de las patas de la duermevela, para que no cojeen.

Resonando: Dust and Water_Antony and the Johnsons