28 febrero 2010

Atmósferas


Ahora que en el ocio, en el día a día se busca y se venden los personajes que no son reales, los mundos inventados, las texturas virtuales, los guiones débiles que no profundizan en nada de verdad, donde los directores más preciados son aquellos que cuentan cualquier cosa sin mucha cercanía con el mundo real, donde los temas preferidos de conversación suelen versar sobre alguna parte de un mundo que sólo existe en las pantallas de televisión o en una revista, donde los políticos son entes absurdos que parecen sacados de un sketch de un mal humorista; ahora que la moral establecida e impuesta seduce cualquier mínimo pensamiento, y valora todo lo que toca o incluso roza; ahora que la mejor forma de tomar partido es insultando al que tiene una opinión diferente a la nuestra, donde quien más grita parece ser el que más sabe; ahora que las aceras están llenas de pies sin destino y las colas vuelven a ser enormes a las puertas de determinados lugares que harían llorar a cualquiera; ahora que lo mejor que nos queda casi siempre es guarecernos en breves mundos inventados por cada uno para no caer en los que inventan otros, se agradece que alguien, alguna vez, se acerque a textos o canciones hechas hace muchos años y las manosee tanto como quiera hasta mezclarla con otros estilos, con otros modos, con otras canciones incluso de varios años después, y consiga mostrar algo que siempre traerá párrafos y párrafos de críticas despiadadas y avinagradas porque se estila así, porque parece que todo tiene que medirse en términos de mejor que o peor que, porque no parecen poder existir tantos gustos como canciones, grupos, películas, cuadros, voces o sonidos, porque todo tiene que medirse en una sola lista, y formar parte de lo que todo el mundo piensa que está bien, y si no, no vale nada.

Pero afortunadamente sigue habiendo de todo, y afortunadamente, por el momento, tenemos la libertad aún, de poder elegir y desechar lo que no nos gusta y dedicar nuestros sentidos a lo que nos gusta, sin la necesidad constante de tener que justificar porqué no nos gusta, porqué no vale nada, porqué es imposible que le guste a nadie, y de verdad poder dedicar nuestros esfuerzos a disfrutar de lo que nos engancha, lo que nos genera placer, satisfacción, sensaciones que aunque suene infantil, nos hagan cada mañana algo más transitable, sin preocuparnos de tener que explicarle a nadie, que no valoramos las cosas por cómo las percibe la mayoría, los que hacen las listas, los que tienen púlpitos donde evangelizar con cualquier cosa, sino por lo que nos despiertan en sí mismas, sin preocuparnos de todo lo demás.

Jugando, como casi siempre, con esas casualidades que entreveran a veces elementos a priori independientes, se mezcla en mi memoria a corto plazo ciertas noticias escuchadas o leídas recientemente en la prensa y en la radio, el último libro de Antonio Muñoz Molina (“La noche de los tiempos”), una delicia, desde mi gusto personal claro, que transcurre de manera temporal durante 1936 a diferentes ritmos, y una de las canciones del último EP de finales del año pasado de Los Planetas (“Cuatro palos”), y especialmente una de sus canciones, “Romance de Juan de Osuna”, que basada en la versión de dicho romance que en el año 1962 hiciese Manolo Caracol, y manoseando también probablemente una canción de principios de los 70 de Neu!, construye un universo especial donde cabe la voz de J. diciendo frases que mi imaginario personal hila al libro que comentaba al principio del párrafo.

Ahora que nos queda la libertad de crearnos nuestras propias atmósferas, disfruten de las suyas sin que nadie les diga que no están bien, incluso en todas aquellas que no tienen nada que ver con el ocio.

Resonando: Romance de Juan de Osuna_Los Planetas

*Fotografía: Thinkstock