28 agosto 2010

En el espejo...

Alex Majoli_Woman in Mirror
Lo he comentado en más de una ocasión, pero me sigue apasionando la voracidad visual con que nos relacionamos actualmente con casi todo. Del mismo modo que antiguamente la imaginación se alimentaba casi exclusivamente de lo oral, de los contadores de historias, de los cuentos, relatos, incluso las noticias, ahora dependemos voluntaria o involuntariamente, de una imagen, de un vídeo, nuestras charlas más banales o incluso las más profundas, acaban partiendo de lo visual.

Hace unas cuantas semanas me crucé por azar (siempre el azar, claro), con una fotografía que me sugirió una historia, con esa tendencia a imaginar a partir de un instante congelado sin aparente contenido más allá de lo puramente visual. Una imagen que, aparentemente, no comprende ninguna noticia de portada, no refleja ningún conflicto ni tragedia, no muestra a ninguna celebrity, no ilustra ninguna publicidad, ni recoge un delicioso horizonte para un catálogo de viajes. No he conseguido aún saber de dónde viene, si forma parte de un reportaje mayor con un tema que lo hile, o es una fotografía única que no forma parte de nada más. Inicialmente ni siquiera supe quién era el fotógrafo, si realmente era un profesional o aquella imagen era un simple retazo de alguien anónimo que deja una foto en la red y acaba girando sin sentido por diferentes sitios habiendo nacido en la intimidad anónima de una noche cualquiera.

Mostraba un instante sencillo, cotidiano, aparentemente despojado de cualquier otra connotación, de una mujer frente a un espejo, maquillándose, recogida entre dos bordes de oscuridad frente al tenue brillo que enmarca el quicio de la puerta de un baño, un brillo sepia que lanzan dos bombillas y un espejo frente a la posición de la cámara, parapetada en la oscuridad de un pasillo, que dota al espectador de la sensación de voyeur precisa para detenerse, como el fotógrafo, a contemplar la familiar intimidad de una mujer en el momento en que comienza a maquillarse. Pero contenía algo, muchos detalles inconexos de repente unidos por la imaginación y la deducción desnuda, que invitaban a contemplar aquella imagen con más detenimiento para arrancar con más potencia la historia que la imaginación había intuido inicialmente al toparse con ella.

Una mujer morena, de pelo rizado levemente desordenado cayendo por su espalda, cuyo rostro se puede ver no directamente sino como reflejo en el espejo, de la que se intuye un rostro aún apenas tocado por el maquillaje, quizá en esos primeros segundos en que ese acto relativamente cotidiano, se inicia. Pero los detalles, los elementos accesorios de la imagen fueron los que trastocaron la breve historia que empecé a imaginar a partir de la primera impresión de la foto. Hay un neceser abierto sobre la tapa del inodoro, las bombillas sobre el espejo sugieren un camerino, y sin embargo las cortinas de la ducha, de la que apenas se intuye un pequeño pedazo a la derecha de la figura femenina, y lo que quizá parece un tubo de dentífrico sobre una pequeña jabonera bajo el espejo convierten lo público en privado, lo confunden, reflejando una mezcla algo caótica de rutina y excepcionalidad, como si no quedase clara la relación temporal entre ese pequeño habitáculo y su ocupante, como si no hubiese una pista concreta ni potente de la que deducir el grado de temporalidad de esa mujer en aquel baño, como si no fuese un local público, y sin embargo ella si estuviese de paso allí dentro, más aún por la indumentaria que lleva, una camiseta de tirantes ajustada, negra, que contemplamos por detrás, sobre una piel sepia por el tamiz de la imagen, pero que intuimos blanca, natural, sin rozar por el sol, probablemente en mitad de un invierno largo en un lugar apartado de la costa, una falda minúscula, de colegiala, que no muestra nada pero sugiere mucho, apenas quince o veinte centímetros de tela con breves tablas que enmarcan unas caderas explosivas, tensas, jugosas y deliciosas, una anticipación de los muslos que, esta vez sí, no hace falta intuir porque se pueden ver claramente, quizá lo único obvio en toda la fotografía, una piel tersa y visualmente dura, en ese punto de madurez fronteriza entre los veintimuchos y los treintaypocos probablemente, y finalmente, como deleitándonos con la indulgencia mezclada entre la fugacidad y la constancia, dándonos más mensajes equívocos de la relación temporal de la mujer con la estancia, unas botas claras, con un tacón grueso intuido y una caña alta que deja la rodilla a unos escasos diez centímetros por encima de su borde.

Un instante, y decenas de detalles que se contradicen, una imagen que nos dota de complejidad un segundo perdido en cualquier noche invernal en cualquier lugar. Y la imaginación dejando crecer una historia que parte de algo tan cotidiano, tan intemporal y a la vez exclusivo y único como una mujer frente a un espejo. Y el azar, siempre el azar, diciéndome hoy, que se trata de una fotografía profesional, de Alex Majoli, una imagen desconocida para mí de un fotógrafo de la Agencia Magnum al que descubrí hace años con un reportaje completamente opuesto.

Y la imaginación alimentándose de lo visual para hacerme empezar a desliar una historia.

Resonando: Hot toddy_Usher ft. Jay-Z


* Fotografía: Alex Majoli

15 agosto 2010

Mucho más pequeño


Ocurre en muchas situaciones, pero quizá la más precisa, tangible podamos sentirla cuando volvemos a leer algo que en su momento nos abrió la imaginación y nos tuvo enganchados a las páginas durante varios días o semanas. A veces, con esa casualidad almibarada por tantas y tantas sobadas frases de las que consumimos sin darnos demasiada cuenta, volvemos a abrir las páginas de un libro que leímos cuando apenas empezábamos a vislumbrar lo que podemos haber llegado a ser hoy, o quizá pasado mañana, y nos damos cuenta casi de inmediato de que hay algo que no encaja, como si al empezar a adentrarnos de nuevo en esa historia, en los mismos pasillos que imaginamos entonces, las cosas fuesen de distinto tamaño, tuviesen otro olor o incluso los colores pareciesen haber mutado en tonos completamente distintos. Es una sensación casi parecida a volver a un lugar donde no regresábamos desde que éramos pequeños, y de repente, al volver a pisar la estancia, todo nos parece mucho más pequeño a como lo recordábamos.
Con las historias que leímos y a las que volvemos pasado mucho tiempo, sucede algo parecido. En aquel momento construyeron en nuestra imaginación algunos palacios, o adornaron habitaciones vacías hasta entonces, o quizá simplemente le dotaron de entidad a una playa donde varaba un enorme navío o a una vereda junto a un río azaroso que otra novela ya había bosquejado entre otras brumas. Nos transformaron la pituitaria, las glándulas salivares y las terminaciones nerviosas durante las tardes perezosas en que buscábamos excusas para no ponernos delante del cuaderno, las noches calurosas en que el asfalto recalentado no nos dejaba pegar ojo y las hormonas convertían cada madrugada en una fiesta de azotea, o en las mañanas extremadamente alargadas entre las mesas funcionales que formaban la pequeña libertad de algún momento preciso en que nos dejaban estar solos durante unas cuantas horas.

Por eso, aquello que imaginamos y nuestra precaria memoria manipuló lo suficiente como para sedimentarse en ella durante mucho tiempo, parece muy diferente cuando volvemos a ello no a través de nuestro propio recuerdo, sino con el artificioso mecanismo que entonces lo arrancó todo, volviendo a abrir las mismas páginas algo amarillentas por el tiempo, de aquella novela. Pero si conseguimos preverlo levemente desde el inicio, esa nueva aventura, ese baño incandescente en aquel armario de entonces, en aquellas cajas llenas de cómics o en la manta de sofá que robábamos un rato para llevárnosla a la cama a esas siesta eternas que no acababan nunca más que con el sonido amortiguado de una vespino reconocible entre miles y la sonrisa de la temporada de nuestra vida al otro lado de la acera, y nos adentramos con cuidado, sin pretender romper nada, sino añadir, recrear, volver a paladear unos minutos de un sonido que se guardaba sin querer en nuestro recuerdo, de una temperatura demasiado baja que durante varias noches parecía no importar, o una prenda de ropa que cruzó demasiados años añorando el tacto de una sola noche, entonces, volver a determinados libros, a determinados cómics y a determinadas novelas, puede convertirse en el plan perfecto de una tarde cualquiera donde los relojes parecen haberse detenido en aquella arboleda sin destino, y en el tacto de una noche que nunca acabó aunque apenas hubo comenzado.

Resonando: Close to you_L.A.

* Fotografía: Don Farrall