19 diciembre 2011

Durmiendo...

Uno puede descubrirse a sí mismo cientos de cosas sobre sus propios sentimientos, estados anímicos y sensaciones simplemente viendo dormir a alguien. Es un estado íntimo, privado, completamente deshinibido en el que el que duerme, no teme, no esconde, no guarda, no protege, nada más allá de lo que quepa en el mundo fuera de lo onírico y sin embargo es completamente revelador, sincero y honesto, el hecho de poder ver dormir a alguien.
Observar el modo en que respira, la forma en que se voltea o no bajo el edredón, la postura que acaba adquiriendo cuando ya se ha dormido del todo, puede muy bien ser una especie de gran enciclopedia breve y potente, de lo que uno es, de lo que alguien nos despierta.
Por eso uno suele tener la prudencia precisa para compartir esos instantes de una manera incluso tacaña. Y cuando digo tacaña, me estoy refiriendo no al número de veces con alguien, sino al número de “alguienes” con los que uno se permite la licencia de descubrir, para bien y para mal, a lo largo del tiempo , cómo es observar dormir a alguien, y en consecuencia, otorgar la posibilidad de que alguien descubra cómo se siente al dormir con nosotros.
Porque se corren riesgos al lanzarse al vacío de intentar jugarse con uno mismo el órdago de mirar a la cara las sensaciones que la persona que respira despacio, acompasadamente, en mitad de la oscuridad de una madrugada diferente, va consiguiendo sedimentar en uno mismo, en el estómago, en la punta de los dedos, en los párpados, en los costados y en el borde de los labios a medida que la observas dormir, soñar, descansar.
Alguien (Kundera, gracias Kenny) dijo hace muchos años que el deseo de alguien, no está en querer acostarse con esa persona, sino en querer dormir a su lado. Por eso, porque a veces, dormir al lado de alguien, es la manera más precisa, exacta y sincera de darse cuenta, de que a partir de ese momento, la cama puede llegar a ser un desierto enorme, cuando la mitad de ella está vacía.


Resonando: “Starring role”_Marina and the Diamonds

Fotografía: Image Source

11 diciembre 2011

Artesanalmente

Ya hemos escuchado muchas veces que soñar es gratis, y así lo es, por eso no podemos dejar de sucumbir a ello cuando se nos presenta la oportunidad de regocijarnos en algo que consigue descosernos del suelo. No importa el tamaño, la aventura, el universo o el color del sueño, siempre, cuando menos te lo esperas, hay un resorte escondido en algún lugar, que nuestros pies torpes lo rozan sin saber, y activan el mecanismo más perfecto que no se ha podido diseñar en el mundo real, el de los sueños de cada uno, ese artilugio invisible y frenético que tiene la textura y la forma que sólo uno mismo es capaz de imaginar, la dinámica de desplazamiento, la velocidad y el ritmo que nuestro propio motor de ilusiones es capaz de crear.

No importa, realmente, cuál es ese resorte, incluso difiere para cada uno de nosotros o en uno mismo a lo largo del tiempo. Ni siquiera, la mayoría de las veces, somos conscientes de haberlo pulsado hasta después, hasta que estamos viviendo por fin en ese universo, en esa burbuja incolora a simple vista, insonorizada en cada pulgada, desnuda de irrelevancias e impurezas, de esquinas que cortan y agujeros por los que se pierde el aire que respiramos los días impares, de cruces sin automóviles ni paradas de autobús, sin atascos de madrugada o aeropuertos sin terminales de llegada, sin bares con tragaperras ni casinos donde nunca sale verde, sin ministerios ni púlpitos, ni saques de esquina ni titulares sin voz ni sentido, sin errores con sabor industrial ni fugas masivas de capitales que no tienen provincias ni estados.

No importan los colores de la pintura que elegimos para todas las paredes del universo, ni las vistas que ofrecen los enormes ventanales de la burbuja donde habitamos cuando el otoño se ha refugiado en datos macroeconómicos y Consejos con políticos que nadie necesita ni saben masticar en silencio. No importan las canciones que los labios son capaces de tararear cuando pulsas el interruptor de la luz que alumbra las habitaciones donde sólo vive Súper Ratón, sólo importa dotar de realidad esa atmósfera, para que cada mañana, al despertarse, uno sepa que cada vez, su universo, es más reversible, y funciona en el haz, el día a día y sus puñeteros chistes sin gracia, y en el envés, donde los sueños, a veces, se pueden construir artesanalmente a cuatro manos, y suman mucho más que dos sueños hechos con dos manos cada uno.

Resonando:At home_Crystal Fighters

06 diciembre 2011

Una luciérnaga en la palma de la mano

A veces nos equivocamos, incluso aunque pretendamos lo contrario en el fondo, lo que se ve es un error, enorme, de dimensiones gigantescas y brutales, una de esas cosas que convierte tu saliva en óxido y no se podría eliminar del paladar ni con alguno de esos productos tan estupendos que incluso sus anuncios promueven la sexualidad desenfrenada. A veces puedes mantener tu senda años y años, dar pasos lentos y cuidadosos para mantener el equilibrio, despacio, para no marearte en algún movimiento brusco, buscando una luz que sabes que se esconde en algún punto discreto y velado del bosque de alimañas y material de derribo. Y cuando la atisbas, cuando tienes la suerte de ver primero el reflejo, como si no lo hubieses visto, porque parece que sólo ha titilado unos instantes para desaparecer, entonces echas a correr, como si de repente fueses tan torpe como para olvidarte de que conseguiste llegar a esa luz precisamente caminando con cuidado hasta conseguir el equilibrio, como los bebés aprenden a caminar, despacio, gateando quizá primero, asiéndose a cualquier elemento que pueda darles estabilidad, hasta conseguir la fortaleza de ánimo y seguridad necesaria para echar a andar. Y cuando te olvidas de eso, entonces estás perdido, el error te ha rodeado, te has equivocado, y entonces conviene escuchar y asumirlo. Escuchar a la bola pegajosa y ponzoñosa de la boca de tu estómago, a las lágrimas invisibles que te aderezan los labios y se esconden como las tortugas bajo su caparazón, a las referencias que te mantienen siempre, desde hace casi siglos, en pie y te sostienen cuando el viento sopla de sotavento o los truenos descascarillan el barco, cuando las brújulas se desimantaron, o cuando la pleamar dejó los restos de un naufragio entre las costuras de los bajos de algún pantalón. Dicen, algunos que saben, y quizá algunos otros que no, que poder observar de cerca una luciérnaga es un ejercicio complicadísimo, pero que si tienes la suerte de hacer, lo que debes hacer es tomarla en la palma de la mano, y cuando eche a volar, aspirar el olor de la mano, para poder entender la enorme suerte que uno acaba de vivir. Por eso uno debe aprender de sus errores para no repetirlos jamás, y ser capaz de poder volver a disfrutar del olor que desprende una luciérnaga en la palma de la mano.

Resonando: Maldita dulzura_Vetusta Morla