Uno puede descubrirse a sí mismo cientos de cosas sobre sus propios sentimientos, estados anímicos y sensaciones simplemente viendo dormir a alguien. Es un estado íntimo, privado, completamente deshinibido en el que el que duerme, no teme, no esconde, no guarda, no protege, nada más allá de lo que quepa en el mundo fuera de lo onírico y sin embargo es completamente revelador, sincero y honesto, el hecho de poder ver dormir a alguien.
Observar el modo en que respira, la forma en que se voltea o no bajo el edredón, la postura que acaba adquiriendo cuando ya se ha dormido del todo, puede muy bien ser una especie de gran enciclopedia breve y potente, de lo que uno es, de lo que alguien nos despierta.
Por eso uno suele tener la prudencia precisa para compartir esos instantes de una manera incluso tacaña. Y cuando digo tacaña, me estoy refiriendo no al número de veces con alguien, sino al número de “alguienes” con los que uno se permite la licencia de descubrir, para bien y para mal, a lo largo del tiempo , cómo es observar dormir a alguien, y en consecuencia, otorgar la posibilidad de que alguien descubra cómo se siente al dormir con nosotros.
Porque se corren riesgos al lanzarse al vacío de intentar jugarse con uno mismo el órdago de mirar a la cara las sensaciones que la persona que respira despacio, acompasadamente, en mitad de la oscuridad de una madrugada diferente, va consiguiendo sedimentar en uno mismo, en el estómago, en la punta de los dedos, en los párpados, en los costados y en el borde de los labios a medida que la observas dormir, soñar, descansar.
Alguien (Kundera, gracias Kenny) dijo hace muchos años que el deseo de alguien, no está en querer acostarse con esa persona, sino en querer dormir a su lado. Por eso, porque a veces, dormir al lado de alguien, es la manera más precisa, exacta y sincera de darse cuenta, de que a partir de ese momento, la cama puede llegar a ser un desierto enorme, cuando la mitad de ella está vacía.
Observar el modo en que respira, la forma en que se voltea o no bajo el edredón, la postura que acaba adquiriendo cuando ya se ha dormido del todo, puede muy bien ser una especie de gran enciclopedia breve y potente, de lo que uno es, de lo que alguien nos despierta.
Por eso uno suele tener la prudencia precisa para compartir esos instantes de una manera incluso tacaña. Y cuando digo tacaña, me estoy refiriendo no al número de veces con alguien, sino al número de “alguienes” con los que uno se permite la licencia de descubrir, para bien y para mal, a lo largo del tiempo , cómo es observar dormir a alguien, y en consecuencia, otorgar la posibilidad de que alguien descubra cómo se siente al dormir con nosotros.
Porque se corren riesgos al lanzarse al vacío de intentar jugarse con uno mismo el órdago de mirar a la cara las sensaciones que la persona que respira despacio, acompasadamente, en mitad de la oscuridad de una madrugada diferente, va consiguiendo sedimentar en uno mismo, en el estómago, en la punta de los dedos, en los párpados, en los costados y en el borde de los labios a medida que la observas dormir, soñar, descansar.
Alguien (Kundera, gracias Kenny) dijo hace muchos años que el deseo de alguien, no está en querer acostarse con esa persona, sino en querer dormir a su lado. Por eso, porque a veces, dormir al lado de alguien, es la manera más precisa, exacta y sincera de darse cuenta, de que a partir de ese momento, la cama puede llegar a ser un desierto enorme, cuando la mitad de ella está vacía.
Resonando: “Starring role”_Marina and the Diamonds
Fotografía: Image Source