21 agosto 2006

Lo que no está

Escuchó el sonido de la lluvia varios minutos después de haber olido la tierra mojada. Como casi siempre cuando el otoño empezaba a cercenar las aceras de la ciudad, al oler la tierra mojada, especialmente si era al atardecer, le poseían unas irremediables ganas de tomar un café caliente en algún local del centro, le entraban ganas de tomarlo lentamente, al humo de un cigarro y frente a las páginas de un libro.
Se subió las solapas del abrigo, el viento que soplaba aquella tarde empezaba a ser gélido, una especie de anuncio delirante y atávico de inviernos de años atrás. Cerró los ojos un instante, y como siempre, como cada año, echó tenuemente de menos el último verano en la playa.

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