31 agosto 2008

Los ojos que detienen la ciudad

No es sencillo de explicar, ni siquiera delante de un café recién hecho, bollos recién horneados y un zumo de naranja exprimido unos segundos antes.

Cómo explicar a los que estuvieron alrededor de ti también unas horas antes, que realmente se detuvo la ciudad delante de aquel sitio. Se detuvieron las risas y las manecillas del reloj, las aceras y los extrarradios, el verano se tomó una pausa, como la noche, aunque ésta, quizá en forma de dedicatoria, quiso hacerse más oscura para que aquellos ojos brillasen más y se apoderasen de todo.

Unos cuantos minutos antes todo iba a su ritmo, lento y algo hedonista, como cualquier noche de verano en un barrio como ese, acostumbrado a dejar pasar el rato y que las miradas se crucen constantemente en busca de azares. El final de la cena nos había dejado a todos en una lisergia extremadamente suave y deliciosa, por eso todo fluía con tranquila diligencia hacia ningún lugar concreto.
Ya habíamos deshilachado los estados anímicos de cada uno en aquel lugar tan bien ventilado, así que sólo nos quedaba mirar al futuro de las siguientes tres o cuatro horas como se miran los escaparates de las tiendas bien iluminadas, con cierta curiosidad, pero sin mucho interés patológico.

Aquel lugar estaba bien, sin demasiada gente y espacio suficiente como para que las carcajadas siguiesen derramándose a lo largo de los escalones que llevaban al fondo del local. Pero no esperaba que mientras el último participante de la máquina de tabaco hubiese concluido catastróficamente una función abocada al fracaso desde que inició el ejercicio, el verano, la noche, la ciudad y mi respiración se quedasen en suspenso al ver cruzar aquellos ojos verdes de los que no quise ni pude despegarme.

La noche se deshacía entre aceras y asfalto mientras en mi móvil se sucedía un mensaje y una llamada. El texto llegaba desde el pasado para recordarme en forma de noticia dónde se habían quedado algunas pequeñas porciones de mis ilusiones hace muchos años y me hizo sonreír al saber que ciertas cosas siguen su curso mucho mejor sin mí. La llamada llegaba casi desde el presente y me enseñaba la voz que pertenecía a la dueña de los ojos verdes que había conseguido parar la ciudad para mí.

Por eso cuando ya sumaban media docena el número de veces que habíamos visto el camión que siempre nos indica que llegamos tarde a ningún sitio concreto, la mano de la chica de los ojos verdes acariciaba el aire para decirme adiós, empecé a sentirme cómodo con esa forma apabullante de detener la ciudad, esperando el momento en que decida volver a trastocar los ritmos de este verano extraño en que la forma de detener el mundo se mide exactamente desde el color verde de unos ojos.

Resonando: Brothers and sisters_Nick Hook

3 comentarios:

Mercromina Roja. dijo...

He estado leyendo tu blog y me encanta como escribes =)
Saludos!!

Giraluna dijo...

A pesar de que no vayan más allá, estos son los momentos deliciosos que componen los veranos extraños, los que pueden detenerse o acelerarse según unos ojos se acercan o se alejan, aunque todo acabe (o continúe, quizá continúa) con frases que únicamente congelan tus esperanzas.

Iraultza dijo...

Chica tripolar: gracias por pasar, y por tus palabras. Un placer tenerte por aquí.

Giraluna: en ocasiones nos alimentamos de algo parecido, de un segundo congelado en el aire de una ciudad, aunque luego no pase nada más, de una mirada que prometía mucho más de lo que era capaz de lograr, de unos labios que pintaban historias que nadie creía pero sonaban bien durante un par de minutos escondidos en una bocacalle que no llevaba a ningún sitio....dotando a este verano de algo más extraño que no tiene mucho sentido, ni importa demasiado. Besos.