21 septiembre 2008

De ejércitos inconcretos y vueltas a casa

Precisión descolgándose de los bolsillos de unos vaqueros algo raídos pero que son cada vez más cómodos. Las calles rebosando por cada costura, como ejércitos desorganizados de soldados sin objetivo definido, una plaza, un bar, una acera, encontrándose en una conversación absurda detrás de otra que parece convertirse en bucle por los aledaños de las calles.

Y como otras veces, una sensación de extrarradio en las palmas de las manos, como si se deshiciesen las noches en agua densa a cada minuto, a cada mirada deshojada del calendario, a cada pulsación descontrolada que no identifica correctamente la bocacalle adecuada. La sensación desigual en el borde de los labios, pero más suave, despacio, mientras caminas sin prisa entre una multitud desordenada en una plaza, mientras alguien te observa sin decirte nada, mientras a tu espalda sabes que dejas algo que podría estar bien.

Buscas en los bolsillos la respiración adecuada, y encuentras una mesa con mucha gente y un vaso dentro del que se golpean sin piedad unos cuantos cubitos de hielo y recauchutador de heridas que ahora no tiene nada que curar. El sabor de la copa sigue sabiendo a otoño preanunciado y a descampados ajenos, a coches destartalados y a charcos en mitad de la acera al volver a casa un domingo cualquiera, pero la tomas con la misma parsimonia que unas horas antes te escurrías entre gente por aquella calle del centro que siempre está abarrotada de personas descontroladas sin capacidad para desasirse de una tarde de sábado acompañadas.

Y a pesar de todo, de los ejércitos descontrolados saliendo y entrando de los cuarteles de esta época, con barra y máquina de tabaco con control de menores, de los frenazos a destiempo y las conversaciones sin nada debajo, de la discusión íntima que te pilla en mitad, de lo solitaria que puede llegar a ser una plaza atestada donde falta alguien en concreto que sólo está a unos metros que parecen kilómetros, de las desbandadas cuando suena el toque de queda desasistido. A pesar de todo, el cielo sobre tu cabeza mientras el aire te acoge dentro del coche, y esa frase sonando muy fuerte para que se quede un rato en cada fachada por la que pasas hace que te sientas bien, inexplicablemente bien.

Incluso siendo un elemento complicado, a estas alturas, es suficiente.

Resonando: Deportado_Quique González

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