19 enero 2009

Las arquitecturas del deseo

Quizá por contraposición a lo que suele ser normal, siempre le encuentro un placer específico al hecho de conducir de madrugada por las calles reconocibles de mi ciudad o por cualquiera de los múltiples anillos que la rodean. Encuentro placer en esa forma casi mínima de silencio, de luz amarilleante, de aceras vacías y de calzadas brillantes y a veces mojadas. Quizá porque me hace pensar, porque siempre que sucede uno tiende a sentir al borde de los dedos una curiosa brisa algo mal etiquetada, de libertad momentánea, y el cerebro sube una velocidad más.

En estas semanas se han sucedido con frecuencia esas madrugadas, aunque cada una tuviese un origen diferente. Pero todas han ido guardando su sabor para donármelo en ese preciso instante, cuando lo esperaba. Y en unas cuantas de ellas me ha venido a la cabeza una frase, una expresión que titula un libro al que he vuelto también estos días, y que por razones distintas a la última vez, podría titular también buena parte de lo que mastica mi cerebro en esas madrugadas donde se cruza la ciudad sin límites aparentes. Las arquitecturas del deseo forman parte de lo que somos, de cómo respiramos y aunque solemos tardar más de lo imprescindible en conocerlas, una vez reconocidas, el menos en una buena parte, nos coloca en una situación muy ventajosa frente a nosotros mismos.

A partir de ese momento, reconocemos con sencillez nuestros muros de carga, nuestros cimientos, los arbotantes, las vigas de acero y madera, el material que utilizamos, la orientación y el trato que le damos a la luz natural, cómo tratamos los grandes ventanales y el espacio de cada estancia. A partir de ese instante somos plenamente conscientes de por dónde se ha colado un nuevo habitante y sobre todo, el uso que va a darle a nuestro edificio de deseo. Lo que ocurre a partir de ahí no es aprendible ni controlable, esa es su gracia claro, pero conocer las arquitecturas de tu deseo otorga unos grados de libertad apasionantes, que te permiten dedicarte a poner la intensidad adecuada a las ganas de más, y a intentar conseguir que esa nueva habitante sea capaz de recorrer todas las estancias que ella misma llena de deseo.

Resonando: Disturbia_Rihanna.

*El libro que da título al post es de José Antonio Marina.

4 comentarios:

Tita dijo...

Hacia casa de mis padres se suceden una inmensa cantidad de curvas, carretera poco transitada y silencio, mucho silencio. Hay una curva en especial, cuando no hay luna llena y tengo que poner la luz larga, me da hasta miedo, sin embargo, voy muy lento, no por seguridad, que también debería ser por eso, es porque me gusta alargar el viaje. Las arquitecturas de mi deseo las voy replanteando en esos ratitos.

Me apunto lo del libro.

te beso para que sueñes algo bonito

Iraultza dijo...

Y cómo se paladean esos kilómetros ¿verdad? Despacio, en silencio, acomodándose en el estómago para ir depurando esas arquitecturas....ya me contarás lo del libro.

Besos para que cada despertar sea con sonrisa.

Tita dijo...

Tenía que releer esta entrada tuya otra vez, ahora que has hecho que J. A. Marina se cuele en mis deseos. Entre la inmensidad de obligaciones y petardos falleros ando yo, metiendo la mano en mi bolso, buscando asiento en el tranvía, o en su defecto un buen ricón donde acoplarme, antes incluso de abrirlo ya siento ese placer del que habla.
Sentía la necesidad de darte las gracias por este hallazgo.

Besos con olor a pólvora

Iraultza dijo...

Es un placer si eso te ha abierto la posibilidad de leer a este hombre. Yo tengo otro más de él ya entre las manos...así que cuando acabes, avisa. Besos con extrañas arquitecturas para mi propio deseo.