27 junio 2009

De intensidades

La intensidad, casi siempre, se lo lleva todo, como una tormenta brutal, como una inundación que cae desde la ladera de una montaña a cuyas faldas se asienta el pequeño pueblo. Por eso es necesario que tenga el espacio suficiente, el adecuado, y que los que se volteen con ella, fluyan sin nada más, simplemente se dejen llevar y no haya ni una sola piedra en los bolsillos, ni nudos en los costados, ni deudas impagadas. Esas intensidades construidas con las piezas correctas, se deshacen, como todas, pero lo hacen tranquilamente, en una orilla donde comienza otra cosa, la que sea, y uno, en mitad de esa orilla, sonríe lentamente por el viaje, por el recorrido tumultuoso y desaforado desde la ladera umbría hasta la playa caliente y arenosa, como si hubiesen pasado varios otoños entre tanto y nuestro cuerpo se hubiese nutrido exponencialmente en esos meses de lo preciso, lo que dota de energía, potencia, salubridad, paz.

Pero hay intensidades que se envenenan, esas que nacen sin espacio, con bolsillos repletos y costados sin restañar, con multihipotecas y relojes marcando horas inexactas. Esas explotan, se retuercen, te devoran, no hay espacio suficiente, y eso las vuelve más salvajes, como los animales encerrados, salen por donde menos lo esperas, pero salen. Porque las tormentas, aunque sea a espasmos, buscan su salida, y uno debería ser consciente desde el principio que tendrán su instante, su momento exacto en que revienten, ya saben, pura física, presión...porque casi todo tiene su similitud en la naturaleza, en fenómenos científicos, reacciones químicas, comportamiento cuántico o teoría de juegos, de cuerdas, del caos o sistemas evolutivos. Todos somos lo mismo, y eso ya debería darnos pistas sobre las posibles sendas que pueden seguir las cosas, aunque nosotros estemos metidos de lleno en ellas, a fin de cuentas, somos física, reacciones químicas, evoluciones de las mismas piezas. Transitamos en constantes juegos de suma cero, con equilibrios perfectos o en permanente desequilibrio sin que Pareto pudiese hacer nada por arreglarlo, con decisiones irracionales que desmontarían cualquier modelo económico de comportamiento, nos columpiamos en la teoría de cuerdas, y así lo abarcamos todo.

Y sin embargo no hay nada más aburrido que estar demasiado alejado durante demasiado tiempo de la intensidad, ni nada más peligroso que no saber salir de ella, de nuevo, puro método aristotélico. Por eso, en ocasiones, uno se pregunta a sí mismo, al mirarse en el espejo cualquier madrugada huérfana en la que la temperatura desquicia los sentidos y antes de ir a dormir, “entonces ¿en qué quedamos?”. Y Aristóteles, Pareto, Hawking, Scherz y Schuarz, Schrödinger y todos los demás suelen montar fiestas en la azotea mientras los demás apagamos la luz esperando que esta vez, la intensidad no nos devore completamente.

Resonando: Un día normal_Carlo(Baldo remix)

2 comentarios:

B_VILLA dijo...

Totalmente de acuerdo, yo elegiría estar a cubierto la mayor parte del tiempo porque es vital pero si alguna vez, que son las menos, te ves en medio de una tormenta de intensidades como las que describes, yo no cogería paraguas, dejaría que la lluvia me calara, sin interferir, dejando hacer a la madre naturaleza y sí, es cierto que es complicado salir de esas intensidades (de hecho creo que nunca se sale del todo) pero esto es lo mejor del asunto porque siempre te queda algo bueno de ellas y además, si no las viviéramos, probablemente no estaríamos escribiendo ahora sobre ello, ¿no crees?
Besos intensos

Iraultza dijo...

Sea bueno o malo, sea como sea que cada uno las vive, las deja estar, las deja fluir o las contempla aturdido...casi siempre podemos valorarlas, sólo, cuando ya han pasado, o al menos, cuando la cabeza y el estómago empiezan a discutir permanentemente.