22 noviembre 2009

Tres canciones


En uno de sus últimos artículos, Antonio Muñoz Molina, mientras describe maravillosamente los descubrimientos del silencio y de la atención de dos escritoras, realiza una definición cristalina de lo que acaba resultando ser nuestra realidad, la de cada uno. Dice, textualmente, que una de las escritoras, fue aprendiendo que la forma de la vida es la suma de las cosas a las que decidimos estar atentos. Siempre me ha resultado interesante, en el sentido más hedónico de la expresión, ese tipo de resortes que tienen algunas canciones, frases, sonrisas, personas, o minutos, que nos hacen fijar nuestra atención intensamente en ellos o ellas.

Hace unos cuantos días veía una película repleta precisamente de eso, detalles, que construían un universo específico y delicioso, y que gracias a mi puro desorden mental y a una pequeña conversación con otra fanática de los detalles, asociaba a otra película también repleta de minúsculos pero grandes guiños que la convierten en algo especial. Mientras tanto, otro día cualquiera, disfrutaba de tres canciones en directo que concentraban toda la atención de los pocos que estábamos allí, mientras comentaba con una amiga hasta dónde pueden llegar las casualidades que visten la tarde de un viernes de intimidad, y el frío reciente puede teñir de dulce cualquier tarde de las afueras de una gran ciudad, sin que los verdiales que sonaban como prolegómenos de la breve maravilla a guitarra y voz de después con forma de daiquiri que encajaba a la perfección, pudiesen amortiguar nada, simplemente porque a esos detalles, en esos momentos, no les prestamos atención.

Al día siguiente, tras esa burbuja en que se tejieron unos cuantos detalles dotando de más colores a una tarde cualquiera, vinieron unas cuantas horas más en que todo se desarrolló en una sala inmutable, impersonal, desvaída y que aletargaba y potenciaba los nervios a partes iguales. Mientras el mundo rodaba cansino por las aceras de un fin de semana en mitad del otoño, aquella sala parecía haberse detenido en mitad de ninguna parte, para que los seis o siete que estábamos allí tuviésemos todo el tiempo del mundo para dedicarnos a pensar en los detalles que hasta ese instante, sumaban la vida a la que habíamos decidido estar atentos. Y bajo una luz tan fría como industrial, ese mismo mundo que reptaba pesado unos cuantos metros más allá, parecía querer decir algo sin terminar de decirlo, formando una curiosa amalgama de detalles inconexos, que sin ninguna base científica, en mis labios, parecían desplegar el sabor de nuevos horizontes a la vuelta de la esquina.

Como suele pasar en la mayor parte de estas ocasiones, una vez pisé las aceras gastadas de la ciudad, recorrí las carreteras algo huérfanas de una tarde de sábado en ciertas zonas de la ciudad, y la noche se había comido al resto de las horas, ninguno de todos esos detalles que se habían abocetado en mitad de aquella sala impersonal, tuvo ningún sentido, como tampoco el recuerdo del sabor de mis labios mientras me detenía en aquello. Pero eso, supongo, conforma otra historia diferente, o, al menos, con otros detalles a los que prestar atención.

Resonando: Sweet disposition_The Temper Trap

* Fotografía: Frank Krahmer

2 comentarios:

Giraluna dijo...

Detalles, detalles, detalles... Tengo un compañero francés en el jurado y casi siempre empieza las frases con "pues" y con esa boquita de piñón con acento franchute. Una delicia. Un detalle.

ps: "Verdial: Cierta clase de canto flamenco"
No conocía esta palabra... :)

Iraultza dijo...

Siempre los detalles, a veces no nos damos cuenta, y son los que se nos quedan grabados sin querer...siempre los detalles.

pd: pero sí conocías una canción de ese estilo...;-)