24 mayo 2008

La luna con las manos frías 1.1.

Recoge la libreta de tapas negras donde escribe textos que le vienen de repente a la cabeza, como destellos en mitad de la noche, como gotas de lluvia dispersa que de repente, cuando la tormenta ha dejado de descargar, caen sobre los charcos que se quedan sobre las aceras. Levanta la vista, de nuevo, hacia esas cristaleras algo sucias y una señora camina cuidadosa en una especie de equilibrio mal calibrado entre los charcos reales que se aposentan sobre las aceras y la calzada ahí afuera, mientras sujeta un paraguas demasiado grande con su mano derecha y una bolsa donde se marcan las gotas de agua en su mano izquierda.

Esa escena le parece algo forzada, y aguanta unos segundos más en la silla, sin moverse, mientras termina de ver pasar a la señora de la bolsa, como una equilibrista novata en uno de sus primeros ensayos.

Cuando la calle vuelve a quedarse vacía, recoge también el móvil que estaba sobre la mesa y lo guarda en uno de los bolsillos de su abrigo. Sabe, sobradamente, que ella no contestará ahora, porque nunca lo hace, casi como un ritual tácito que mantienen desde aquella tarde lejana y algo bizarra en que se conocieron. Los mensajes en que sólo se intercambian un párrafo, una frase, una sensación o un puñado revuelto de ansias, no se responden de inmediato, se dejan reposar, y se responden horas más tarde, cuando ya no se los espera, llegando como por sorpresa, con otras sensaciones, otros párrafos, con un puñado de guiños implícitos y varias ansias concatenadas.

Por eso guarda el teléfono, coge su libreta y se levanta. Hace dos horas que ha terminado uno de esos turnos salvajes de más de 30 horas seguidas y aunque está terriblemente cansado y apenas puede mover las piernas con suficiente pericia, se ha detenido en este café tan pequeño y acogedor que hay junto a su casa.

Lo regenta una familia hindú, y a estas horas, normalmente, suele estar sólo la hija pequeña de la familia atendiendo el negocio, de unos veintitrés o veinticuatro años. Le conocen, todos, el padre serio y la madre alegre, la hija mayor que empieza a tener esa seriedad paterna en su forma de hacer las cosas, como si la responsabilidad probablemente inculcada año tras año desde que nació, empezase ahora, por fin, a tomar cuerpo, y en contraposición, la frugalidad profesional de la hija pequeña, que hace todo como si nada fuese importante, aunque no sea consciente plenamente de esa levedad que impone a todo aquello que toca o hace. Camina entre las mesas como si siempre sonase alguna melodía pop en su cabeza, mira a los ojos con el descaro placentero de quien no ha sido educado en una senda hipócrita de clase victoriana, toca el dinero como si no lo fuese, como si realmente tomase o devolviese piezas de un puzzle que no acaba de comprender, pero tampoco le interesa mucho, y a Bruno, esa forma de hacer, le gusta, porque cuando la observa, desde su mesa, parece que nada es lo suficientemente grave como para que no pueda curarlo la mirada negrísima de esa chica joven.

Quizá por eso le gusta este café, donde acude casi cada día. Ya le conocen, y no necesita pedir nada. Entra tranquilo, como si reconociese su sala de estar en este lugar, busca una mesa libre, preferiblemente junto a los ventanales algo sucios, y se despoja del abrigo, del paraguas, de lo que sea que le incomode, y abre su libreta. Unos segundos después, puede escuchar, de fondo, cómo la chica joven recoge unos cuantos cientos de granos de café de una de las grandes bolsas que jalonan el interior del mostrador, y cómo, acto seguido, se escucha el repiqueteo del molinillo automático triturando los granos. Unos minutos después llegarán los pasos tranquilos y musicales entre las mesas, de la muchacha acercándose para posar sobre la suya una taza y un plato verde, un pequeño cestito con bolsitas de azúcar de diferentes tipos, la cucharilla y un bombón de chocolate. La dejará sobre la mesa con diligencia y le sonreirá.

Recoge el abrigo y se lo pone. Sonríe a la muchacha que le sigue con la mirada tras el mostrador y sale del pequeño local. Desde la puerta, a miles de kilómetros de las copas de los árboles que Claudia tiene frente a sus ojos, tampoco se ve a nadie en las aceras y no parará de llover. Ya conoce la lluvia de esta ciudad. Se sube el cuello del abrigo y echa a correr. Ha olvidado el paraguas, esta vez, en la taquilla del hospital.

Resonando: La canción que acompañará a la historia.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Relaja leerte. No sé. Es curioso, supongo que es por el modo pausado y limpio que tienes a la hora de describir las cosas.

Acabo de ver que en la anterior entrada no comprendí nada... vaya.

Tita dijo...

Me encanta cómo hasta un cliente habitual de cualquier bar de cualquier ciudad se puede convertir, en tus letras, en algo tan importante como son esas palabras que se mandan vía mensaje y llegan en modo ilusión.

besos grandes

(s_gg) dijo...

A mí tu texto me habla de esos vínculos que creamos, o que se crean solos, con determinados lugares y con algunas personas (las especiales) que permanecen estemos donde estemos, por encima del tiempo y la distancia.

Iraultza dijo...

Penélope: gracias por tus palabras, también me relajan a mí leértelas. No es que no entendieses nada, es que lo viste desde otro punto de vista, y yo había sido algo "oscuro" describiendo ciertas cosas. Besos.

Tita: lo enorme, lo fantástico o colosal, ya nos lo venden y embalan desde todos lados no? (A veces hasta la saciedad), así que qué mejor que quedarse unos minutos, o un océano, mirando con cuidado y pausa a lo pequeño, a lo a priori insignificante o leve, a lo cotidiano, a eso en lo que vivimos cada uno, donde con un poco de ganas puede uno saborear miles de sabores... Besos igual o más grandes.

(s_gg): tienes razón, la historia, que continúa, se asienta en esos vínculos precisamente, en los inexplicables, en los mágicos, en los breves contactos que te viran los días, en el humo casi invisible que a veces hace conectar a dos azares....tiempo y distancia, si. Besos.

Tita dijo...

Cierto, no puedo estar más de acuerdo contigo. Me gustó que midieras en océano, por un momento lo visualicé.

Besos, esta vez de buenas noches

AAN dijo...

¿Cuándo escribirás una novela? No dejo de sorprenderme de lo bueno que eres cada vez que te leo.

Besos

Angus Scrimm dijo...

Me gusta el tono intimista de la historista, y la mezcla de realismo y fantasía también es apreciable, como mi querido García Márquez, no sé si es un referente para ti, pero podría serlo

Saludos

Iraultza dijo...

Aan: me enrojece lo que dices, pero te lo agradezco infinito, una cosa no quita la otra. En cuanto a la pregunta...algo tengo por ahí que en una mala noche podría parecerse a eso. Besos.

Angus: le leo, le leí, y releo, así que de una u otra manera algo habrá quedado, eso siempre pasa con los buenos escritores, uno se los acaba "apropiando" de muy diversas maneras. Abrazos.