28 noviembre 2007

De vagones y ojos verdes

Cuántas vidas cabrían en aquellas pupilas verdes y marrones a la vez, se preguntaba cada vez que la miraba, levantando la vista con cierta desidia de entre las páginas de aquel libro. ¿Alguien la querría, o al menos le acariciaría la espalda unos segundos antes de dormir? ¿Echaría de menos a alguien o simplemente se dejaba estar?

Las manos le gustaban, con aquellos dedos finos, como de pianista, y se sonreía por dentro pensando en esa expresión tan antigua, rozando con cierta expresión de atesoramiento el lomo del libro y la página de la derecha, como si fuese sencillo comprobar, al mirarla, que lo que estaba leyendo le gustaba.

Y aquella bufanda leve y verde que no se había quitado dentro del vagón, quizá por coquetería o simplemente por despiste o pereza, uno de cuyos extremos le caía plásticamente sobre el borde interior izquierdo de su cuerpo, rozando con milimétrica precisión su cuello, su pecho, su cintura.

Volvió a levantar la mirada y a reposarla sobre el cristal sucio frente a ella que dentro de aquel túnel se convertía en un espejo tiznado sin delicadeza por la luz industrial del vagón. Hacía aquel gesto con cierta cadencia, como si estuviese leyendo algo denso o importante, y cada cierto tiempo necesitase deglutirlo despacio. Pero en aquella ocasión le sorprendió, con un movimiento rápido e imperceptible, viró su mirada para ponerla justo sobre la de él.

En esas milésimas iniciales se sintió nervioso, al tener aquellos ojos verdes sobre los suyos, como si a pesar de llevarla mirando bastante rato, ni siquiera hubiera sido capaz de anticipar que le miraría en algún momento, pero con más celeridad incluso de la que hubiese esperado comenzó a sentirse confortable, como si de repente se estuviese dando cuenta de que los ojos de ella le tranquilizaban, le agarraban dulcemente a aquel asiento incómodo.

Ella volvió a su libro denso o importante y él, sin esperarlo de nuevo, se sintió un poco más solo.

El tren traqueteó metálicamente al salir del túnel y comerse poco a poco la estación. Se levantó con pesadumbre y se detuvo frente a la puerta. El cristal sucio ya no ejercía bien como espejo con las luces en estéreo, tan industriales también, del andén, y no pudo comprobar si los ojos verdes volvían a hacer otra pausa en el paseo por el libro denso o importante y le miraban la espalda.

Las puertas se abrieron con ese movimiento sincopado habitual y sacó el cuerpo, ahora cansado, al andén. Quince minutos después estaría preparándose cualquier cosa para cenar.

Resonando: Like eating glass_Bloc Party

9 comentarios:

Princess Valium dijo...

Delicioso. El, ante esa mirada verde-marrón, debería haber respondido con una sonrisa. Las sonrisas van caras y a veces resultan tan placenteras como que te acaricien la espalda segundos antes de dormir.
Besos con pies helados

Angie dijo...

Siempre que vuelvo después de tanto tiempo, y leo todos tus escritos, acabo como con cierta congoja en el corazón..
tío, tienes todo un mundo en tus manos, en tus letras..
me recuentas sensaciones tan vívidas que creo estar ahí..

y he de confesar que a veces, muchas veces, me humedeces los ojos..
eres como una caricia de agua dada al alma..

un abrazo con mil brazos, Iraultza..

Iraultza dijo...

Princess: tienes razón en una cosa, las sonrisas van caras....y si mejor las mezclamos? sonrisa y que te acaricien la espalda un momento antes de dormir. Besos transfiriendo calor.

Angie: confieso que son tus palabras ahora las que me dejan como con esa caricia de agua. Siempre es maravilloso encontrarte, ya lo sabes. Mil abrazos de todas las formas.

Giraluna dijo...

Acabo de subir al blog una parte de un cuento en el que un vagón también es el punto de encuentro.
Seguramente alguna vez todos nos hayamos enamorado en un tren.
Una casualidad más...

NEBET-HET dijo...

Que dulzura... cuantas miradas a lo largo de nuestras vidas nos habran acompañado, abrazado, besado... Una mirada puede decir tanto o no decir nada que es mas doloroso. Lindo blog. Un besito.

Elena -sin h- dijo...

Por cosas como esta adoro los transportes públicos, no porque me hayan pasado (que me han pasado) sino por poder haber sido testigo, real o imaginado, de esos pequeños universos parejos y compartidos momentáneamente.

Y el día que subiste este texto estrené mi bufanda verde ;)

Iraultza dijo...

Giraluna: los vagones de metro o de tren son lugares maravillosamente transitados por esa especie de fuerza que nos ata a miradas que nunca volveremos a cruzarnos...si, la casualidad.

Nebet-Het: gracias por llegar hasta aquí, y dejar tus palabras. Uno no puede decidir de antemano a qué miradas se queda varado, por eso saben tan bien las que llegan sin avisar, inesperadas y potentes. Besos.

Sherezade: son como teatros, los vagones, a veces protagonizamos nosotros y otras somos espectadores, eso tiene su gracia también, si. Bien por la bufanda verde ;-).

vega dijo...

o no...

llego tarde, pero no he podido evitar ese "o no". A veces los planes cambian cada dos minutos. Y unos ojos verdes que leen páginas y escanean ojos que observan son una buena razón para cambiar los planes.

Besos no planeados

Iraultza dijo...

Siempre puede encontrarse una buena excusa para cambiar los planes, eso es verdad, pero se necesita algún incentivo, aunque sea leve, casi invisible. Besos de planes postergados.