14 noviembre 2007

Va bien, es otoño

Deambular sin ningún destino de antemano, sólo caminar con todo lo que cabe en los ojos y en la nariz, comiéndose el sol y cada centímetro del centro de la ciudad. Sonreír a ciertas vidas que caben bajo las copas de los árboles del botánico y ese olor tan delicioso al caminar a su orilla, o de esas aceras susurrantes junto al parque más grande de este lugar, y esa canción sonando alrededor de mí mientras me escurro por las calles detrás del ministerio a las que no regresaba desde hacía años, encontrando aquel portalón enorme de madera igual, donde se nos agotó aquel vino barato aquella noche en la que nunca supimos qué hora era.

Ver cómo trata la luz de un otoño flamante (adjetivo dedicado) la plaza esa que siempre me ha encantado y a la que alguna vez no llegué y alguna otra llegué muy tarde, y cómo lentamente los grupos enormes de gente entran a vislumbrar aquel lugar tan mágico, o la cantidad de personas que leen sin mayor preocupación (aparente, siempre es aparente), junto al gran museo.

Un par de cafés estupendos, siempre lo son, aunque hoy tuvieran resabios leves de pintura, pero el servicio mejorando algo, y todo el mundo en la calle, y esa parte burdeos que tanto me gusta de ese edificio ampliado, y la noche cayendo de repente y otro paseo incandescente y sinuoso por un camino antiguo, Cervantes, León, del Prado y Santa Ana, una mirada con sonrisa irónica al ático del Me y Núñez de Arce, la Cruz, Victoria y el pasaje Matheu y las carreras que no corrimos, y los jueves por la noche o los martes de ese verano y el camarero albino más lerdo del mundo y esa cueva con velas y la canción de Silvio y bajar por Alcalá y colarnos en el Casino en aquella fiesta tan pija sin poder parar de reír en mitad de las preguntas de Barbie Noche de Fiesta.

Al final una conversación por teléfono que me acompaña de vuelta, al pasar por Cibeles y hacer el camino un poco más largo pasando por la puerta de aquel edificio donde aparcaba tan tarde algunas noches y bajar por donde sigue estando aquel ático para el que hicimos quinientos planes, y la llama aquella siempre encendida y el otoño que siempre busco y ahora ha aparecido, y los mejores cielos del mes.

Resonando: New day_Kate Havnevik

8 comentarios:

Princess Valium dijo...

A veces, sólo con pasear por las calles mil veces andadas, mil veces compartidas, se convierte en un placer de colores, olores y recuerdos imborrables. La luz del otoño, al igual que la de la primavera, ayuda a que sea aún más mágico.
Besos

vega dijo...

Madrid es una ciudad maravillosa cuando quiere... o cuando queremos... cunando no hay obligaciones y solo devociones...

Tengo envidia... nunca me han dedicado un adjetivo y me parece una cosa estupenda!!!

Iraultza dijo...

Princess: Hay calles que el otoño convierte en habitaciones personales, si. Besos.

Vega: cierto, tan cierto que cosquillea por dentro eso de cuando no hay obligaciones. Y lo del adjetivo dedicado....no has visto qué adjetivo era???? Pues apúntate la dedicatoria.

Naty dijo...

Ese otoño se lleva por dentro, no importa la temperatura o si las hojas caen (o no)... Si tengo que elegir, me quedo con el cielo (sin lugar a dudas)...

Iraultza dijo...

Cierto Naty, las estaciones no tienen porqué coincidir con el calendario. Y este cielo de estos días era para quedárselo, ciertamente.

Elena -sin h- dijo...

Al final, por tu culpa, le voy a coger cariño a Madrid...

vega dijo...

bah, era un guiño... precisamente porq lo había visto :P

Iraultza dijo...

Sharezade: Pues nada, asumo la responsabilidad de esa culpa que me otorgas, je.

Y Vega, ya me parecía que debáis haberlo pillado, pero...como lo dejabas ahí a lo tonto....;-).