02 diciembre 2007

Al fin, sonreíste

A las tres de la madrugada, con la lluvia anunciándose débilmente a ratos cortos y las aceras mojadas, las calles estaban inusualmente vacías para ser el día que era y el lugar. Mis pasos no resonaban, simplemente se amortiguaban con el sonido asincrónico de algún coche por la calzada, camino de aquel parking. Si me hubiese dado la vuelta de ese modo algo instintivo e inconsciente en que a veces lo hacemos cuando caminamos solos de madrugada por la ciudad, quizá te habría visto, y habría recordado sin dudarlo tus ojos negros o aquel lunar que se había colocado impúdico en aquel lugar delicioso de tu cuerpo, probablemente hace años ya. Pero no giré la cabeza, sino que seguí caminando, con la idea deglutiéndose cada vez más deprisa, de llegar al coche y encender la calefacción, y dejar el frío y el ruido insano de aquel sitio sobreexplotado por almas malbaratadas en días como este, a las que sigo sin encontrar la gracia, tanto tiempo después.

Un par de postadolescentes se gritaban completamente borrachos desde las dos aceras de aquella avenida con nombre de calle, pero realmente no se comunicaban, no había ninguna conexión entre lo que gritaba uno y lo que le contestaba la otra, era una forma totalmente absurda de despedirse, supongo. Giré a la izquierda por la calle de mi tienda favorita y tampoco conseguí verte de refilón, aunque no sabía aún que estabas allí, así que me subí el cuello del abrigo para seguir intentando conjurar un poco más el frío desangelado que se me había instalado en el estómago y una pareja amable con dos maletas me dio las buenas noches en otro idioma.

Fue entonces, mientras daba los primeros pasos para bajar por aquellas escaleras del parking cuando te vi girar la esquina y sorprenderte, porque supongo que no esperabas encontrarte conmigo de frente. Te quedaste parada, como yo, que me detuve y no bajé ni un escalón más. Supongo que, subjetivamente, podría haberse construido un rascacielos en el tiempo en que nos quedamos mirándonos. Una sirena nos volvió a dar las buenas noches girando en aquella plaza, y la lluvia, durante unos instantes, no quiso molestar.

Al fin, sonreíste. Me senté en el escalón esperando que llegases, pero debiste encontrar otras razones y escuché cómo, entre un par de motores más, tus tacones corrían en dirección opuesta por la calle de mi tienda favorita.

Resonando: The black swan_Thom Yorke

7 comentarios:

Giraluna dijo...

Y esa sonrisa fugaz pero intensa, hace que seas tú el que sonrías durante días, sin necesitar otra razón más que ese recuerdo.
Un beso!

Iraultza dijo...

Las huidas caprichosas tienen efectos curiosos, ciertamente. Besos.

Princess Valium dijo...

Tal vez era sólo la sombra de aquella que un dia te deslumbró con sus ojos negros. Tal vez sólo el recuerdo con sonido a zapatos de tacón.
Besos

aRa dijo...

no me preguntes la razón, pero me viene una frase a la mente: "tan solo una palabra tuya bastará para sanaRme.."
el sonido de unos tacones lejanos..me hace pensaR..
besos.

Iraultza dijo...

Princess: tal vez....o tal vez no, nunca se sabe. Besos.

Ara: pues no te pregunto, pero seguro que tiene su explicación (incluso se me ocurre algún hilo de conexión entre la historia y tu frase). Y ese sonido de tacones lejanos que te hace pensar....ya me dirás, suena bien? Besos.

aRa dijo...

me gusta ese sonido.además me hace sentir poderosa.jaja...
besos.

Iraultza dijo...

A mí me gusta también ese sonido, escuchado acercándose, reconociéndolo, pero por motivos diferentes a los tuyos (eso resulta obvio)....tiene algo.....si. Besos.