06 julio 2008

Alguna llegada

El tipo con los ojos todavía algo hinchados por el sueño que acumula, coloca su equipaje de mano dentro del compartimento y empuja la puerta hacia abajo hasta que escucha el chasquido metálico. Se sienta y respira profundamente un par de veces como si acabase de escalar una montaña y hubiese llegado a la cima justo en ese momento. Cierra los ojos unos segundos y piensa que se ha dejado olvidado, sobre la mesa de la cocina, un par de periódicos de la semana pasada. Le molesta acordarse, ahora, de eso. Gira su cabeza a la derecha y por la brumosa ventanilla ve, al fondo, una ciudad desperezándose. El avión se pone en marcha y escucha el murmullo poco claro de alguien que enuncia la información básica del vuelo.

Piensa en lo solo que se ha quedado ese amable viejito que vive enfrente suyo, el sándwich mixto que de repente le apetece y en una fábrica blanca con la que debió soñar hace unas noches. Se escucha el bip que le permite desabrocharse el cinturón del asiento, pero lo mantiene abrochado. Se coloca los auriculares del mp3 que sostenía en su mano izquierda durante el despegue y lo enciende. Esta noche, en esa ciudad a la que vuelve tanto tiempo después, quiere ir a cenar a ese restaurante que recuerda nítidamente como si todavía fuese entonces, aunque lo que realmente le apetece es probarse a sí mismo si es capaz de recorrer el camino que va de aquella avenida hasta la puerta del local.

La mujer que hay sentada al otro lado del pasillo, una fila por delante de la suya, le resulta familiar, pero no le creería si se lo dijese, así que cambia el plano de la mirada por el ángulo delicioso que ofrecen unas piernas perfectas unos cuantos asientos por delante y juega a imaginar el rostro que mejor encajaría con esos muslos, pero la mujer que le resulta familiar ha girado su cabeza y a intervalos suficientemente distanciados entre sí, le observa, creyendo probable y malamente, que él no se ha dado cuenta.

Vuelve a sonar el obediente bip acompañado de la señal luminosa. Apaga el mp3 y mira las manos de la mujer. Le gustan. Quizá los ojos, al mirarlo de frente, sean tan negros como él quiere recordar que son.
De nuevo el murmullo inodoro resonando por los altavoces del avión y él piensa en unas sábanas blancas y unas almohadas mullidas y todo el tiempo del mundo.

Casi no queda nadie en el avión, coge su equipaje de mano y camina despacio hacia la salida. La azafata le da los buenos días y se adentra en esa especie de gusano opaco que le devuelve a una terminal.

Las puertas automáticas de llegadas no paran de abrirse al fondo, y pulsa de nuevo el botón que inicia la música en sus oídos. El olor a mar le despierta algo en el estómago, sonríe, y tras la puerta decorada al ácido lee los labios perfectos de la mujer de los ojos negros que le preguntan cuánto falta para volver a verle.

Resonando: Beautiful boyz_CocoRosie y Antony Hegarty.

3 comentarios:

Tita dijo...

Tengo la manía de que cuando me nombran una canción o leo algo sobre ella, si la tengo, la pongo a sonar, así que ahora suena M.,me gusta que también forme parte de tu historia y que me lo cuentes.

Intuyo que eres de mar, me gusta. Disfruta de él, yo no seré menos.

besos tranquilos porque todo irá mejor

AAN dijo...

:) Después de leerte he cogido fuerzas para seguir trabajando. Los aviones (y sus pasajeros, como los compañeros de trabajo :P) dan mucho juego, sí...

Beso

Iraultza dijo...

Tita: manía compartida entonces. Buena canción elegida entonces. No, no soy de mar, pero el cuerpo me lo pide casi con escrupulosa puntualidad, y no conviene negarle ciertas cosas. Disfruta mucho y recuerda nuestro pacto. Besos a la vuelta.

Aan: me gusta la idea de darte energía, y si, hay cosas que dan taaaanto juego...sigamos jugando no? Besos.