01 abril 2007

Abandonando la ciudad

La radio del coche comenzó a sonar de repente. En los límites de la ciudad había desaparecido cualquier sonido y se había quedado ese runrun en sordina del dial vacío, y después de varias decenas de kilómetros había perdido la conciencia de tener la radio encendida, ni siquiera la luz de display inundando los centímetros alrededor le habían hecho percatarse de que seguía encendida. Por eso se sobresaltó levemente cuando comenzó a sonar de nuevo.

Era una voz femenina, suave, que conseguía casi mecerte en su tono, cantando sobre una base de medio tiempo:

"Dibujábamos en cualquier dintel, besos en el cielo de nuestras bocas, como gotas de agua en un mediodía de verano..."

Puso una media sonrisa en el rostro, por esa capacidad sorprendente con que a veces una canción o una estrofa es capaz de recordarnos un momento de otro tiempo, una situación, un instante con alguien...

A lo lejos, entre la negrura de los laterales de la carretera, lo no iluminado por los faros del coche, divisó un restaurante. En apenas un par de kilómetros apareció el desvío, que tomó con tranquilidad. Al bajar del coche sintió de repente el frío helado de aquel lugar, en plena meseta castellana, en un invierno que decían continuamente que no estaba siendo como otros años, pero que si uno se detenía a pensarlo, contenía una buena dosis de frío. Estaba de moda hablar del cambio climático, de los peligros de la civilización occidental, de los gases, del efecto invernadero, la prensa, la radio, las editoriales todos parecían haber acordado el tema y no parecía existir otro debate, todo era cambio climático, todo eran soflamas amenazantes... y probablemente hubiese algo de verdad en todo ello, pero le seguía resultando curiosa la manera en que los estados eran capaces de construir una amenaza y entregársela a sus ciudadanos en forma de responsabilidad y mantenerles ocupados en intentar reconducir un tema del que realmente no eran responsables, o mínimamente, mientras esos mismos estados se ocupaban de otros temas más interesantes para ellos y con menos molestias desde el lado de los ciudadanos, ya entretenidos en otros menesteres.

Era un amplio local, dividido visualmente en dos partes, las mesas donde se servirían los menús a la hora de comer, varias decenas bien ordenadas, bien colocadas, en el extremo izquierdo del local, y una barra alargada y extensa, con taburetes, en el otro extremo y llegando hasta la mitad del local. La puerta de entrada estaba justo en el centro, de modo que al entrar uno tenía la sensación de tener que elegir, pues cada opción se le desplegaba a un lado, las mesas a la izquierda, la barra a la derecha. Sailor no tuvo demasiadas dudas, las mesas estaban todas completamente vacías, y los ocho o nueve clientes que a estas horas estaban tomando algo en aquel lugar, estaba adecuadamente repartidos a lo largo de la barra.

Resonando: Volcano_Damien Rice

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