15 abril 2007

Verde agua

Se encendieron aquellas antorchas, poniendo botones de luz a lo largo de aquella playa. La música subía de volumen, del suave susurro cuando llegamos, comenzaban a escucharse de manera sensual los graves, como un mantra seductor.

Alguien me puso en la mano aquella copa, de un sabor dulzón. Le di dos sorbos, y miré hacia la orilla. Apenas veinte o treinta personas bailaban con cierta dejadez aún, en diversos grupos, sin demasiado orden, aunque el olor a incienso ya comenzaba a extenderse por toda la arena.

Había varios mástiles clavados en la arena, a suficiente distancia unos de otros. No supe su utilidad cuando llegamos, y sin darme apenas cuenta, ahora habían enganchado largas telas de gasa desde su parte superior y ondeaban con suma docilidad al ritmo de la leve brisa que templaba la noche, como barcos encallados donde se mezclaban los rumores adormecedores de las conversaciones con los titilantes brillos que dejaban escapar las antorchas.

Le di un par de sorbos más a la copa y me descalcé, las sensaciones se multiplicaban al caminar descalzo por la arena que no había dejado escapar aún el calor del día, pero que ya mostraba retazos de la frialdad de la noche.

Fueron apenas veinte minutos, no más, pero aquella playa se llenó de gente. Unos camareros y camareras la recorrían con bandejas llenas de copas con aquellas bebidas dulces y lisérgicas, o boles llenos de sandía, y la música subió unos cuantos decibelios más, para terminar de envolver a todo el mundo bajo su burbuja, densa, serenamente seductora, como un olor acerado y erótico que no te deja pensar, que se te cuela hasta dentro, como unos ojos y unos brazos que entrevés fugazmente entre el vaivén de una de esas gasas que ondean a lo largo de toda la playa, que también se te cuela hasta el estómago y te agarra por dentro.

Caminé hacia aquel estandarte, en busca de esos ojos y sus brazos respectivos, había bastante gente, pero la extensión de la playa permitía que todo el mundo estuviese cómodamente, sin empujones, ni masificaciones, se podía caminar con tranquilidad. Caminé hacia aquella vela translúcida intentando no perder de vista aquellos ojos, dejé la copa vacía sobre una de las bandejas que había por allí y cogí dos más mientras seguía viendo aquellos brazos, aquellos ojos.

No sé en qué momento sucedió, ni siquiera puedo asegurar que hubiese oportunidad, porque no aparté mi mirada de esos ojos y esos brazos, pero al llegar junto a aquel mastil, allí no estaba, ni su vestido, que había ido reconociendo a medida que me acercaba, un vestido leve, tan suave como aquellas velas en tierra que ondeaban en la playa, de un color verde agua cuyos tirantes rozaban sus hombros, como bailando al ritmo de la música que sonaba por toda la playa.

Llegué hasta aquel lugar, y no la encontré, es como si se hubiese diluido entre la arena, di varias vueltas al mastil con la vela vaporosa, miré en todas direcciones, pero no aparecieron aquellos ojos ni aquellos brazos, ni el vestido de gasa verde agua. Me quedé, una vez comprobada su ausencia, varado junto al mastil, como un animal perdido, con las dos copas en la mano, mirando hacia la orilla.

Resonando: Release yourself (290107)_Roger Sánchez

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