31 enero 2010

Entre tanto...

Es complejo, y sin embargo preciso, intentar desentrañar los motivos por los cuales uno consigue sacar cosas que escribir. A veces pueden ser multitud de razones, detalles, quizá una simple actitud que empapa todo lo que sucede dentro o alrededor de uno. Y otras, por épocas, como casi todo, las razones se reducen a las habituales, a las que siempre lo han sido y han compartido cajón con muchas otras pasajeras o puntuales. Hay canciones, música en general, que despiertan sensaciones potentes. No es ningún descubrimiento, ni para mí, ni para el resto de la humanidad. Pero hace poco leía sobre la sinestesia, y escuchaba hablar a varias personas sinestésicas que intentaban explicar de la mejor manera posible cómo sentían, cómo se comunicaban, cómo percibían los sonidos, las palabras, y esa extremadamente interesante forma de mezclarse en el cerebro de todo eso. Y de un modo tangencial, lo relacionaba con esa capacidad casi espasmódica que tiene la música para conmovernos, de unas u otras maneras, en unas u otras situaciones.

Son meses especialmente atareados por diversas razones, y eso me impide publicar con la fluidez que quisiera, pero prometo seguir investigándome la sinestesia, o la cantidad ingente de razones que rodeo, piso o descubro en cada minuto que pasa.

Resonando: Figured you out_Nickleback

03 enero 2010

En sombras


Sobre la cómoda en penumbra, en esa tenue oscuridad que tamiza la luz algo artificial que llega desde la calle en una noche de luna llena, él ve los dos pasajes blanquecinos descansando a un centímetro escaso del filo de madera. Se demora mirándolos, sin saber muy bien qué pensar todavía, cuando apenas han pasado tres o cuatro horas desde que ella llegó por sorpresa, y sin embargo parece que han pasado meses desde ese instante, fugaz, que recorrerá mentalmente al mínimo detalle cuando ya se haya ido, pero ahora, mientras puede ver aún sus hombros, su pelo corto esparcido casi milimétricamente sobre la almohada, sus ojos cerrados, apenas recuerda del todo ese momento en que ella abrió la puerta sin decir nada, callada y detenida bajo el alféizar, mirando al fondo del salón donde él se incorporaba con sorpresa por verla llegar de nuevo, después de tantos meses en que se olvidó que seguía teniendo llaves.

Gira con lentitud la cabeza, enciende un cigarro y la llama escasa del mechero que ha brillado durante unas centésimas, le impide durante un minuto volver a percibir los contornos y las formas de la habitación sin ninguna luz más que la cortina tímida de luz que llega desde la calle, una mezcla casi perfecta del amarillo industrial de las farolas y el blanquecino natural de la luna brillando ansiosa en lo alto.

Ella se mueve con lentitud, cambiando de postura, volviendo la cabeza hacia el otro lado, dejando plenamente a su vista el pelo, su pelo rizado y moreno, que se deslía sobre la almohada casi con la misma diligencia y seguridad con que ella hace todo mientras está despierta, desde lo más superficial a lo más importante, con esa seguridad y a la vez ingenuidad que reconoce con extrema facilidad a estas alturas, aunque hayan sido demasiados meses sin verla, sin descubrir de nuevo esa forma tan suya de moverse por el mundo, de pedir algo en un restaurante o darle las gracias a alguien que le ha sostenido la puerta mientras salía del portal, con esa seguridad de cada decisión que toma cada día y a la vez esa fragilidad imperceptible que sin embargo le ha confesado muchas veces que le ataca en ocasiones, venciendo casi siempre su orgullo, su fortaleza, pero siempre temiendo que se le note, que sea demasiado patente que duda y sin embargo siguiendo adelante, sin pensarlo más veces, dando el paso.

Y mientras da una calada al cigarro, mientras la observa desnuda, aunque desde su sitio sólo puede contemplar sus hombros, su cuello delicado y suave, sus brazos y sus manos, bajo el edredón sabe, recuerda, que está desnuda, mientras apenas empieza a recordar de nuevo el sabor de sus labios, el sonido entrecortado de su respiración cuando se comienzan a acariciar, con esa cadencia que siempre ha tenido para saborear lo mucho que le gusta unos segundos o minutos después de haberla tenido entre sus manos, entre sus labios, rozando y arañando su cuerpo, mientras recorre de nuevo los centímetros que ha ido acariciando, besando, mordisqueando, lamiendo y rozando un rato antes, vuelve a ver las esquinas algo dobladas de esos pasajes sobre la cómoda que parecen descansar tranquilamente, como neutralizados, mientras que el reloj, sin quererlo explícitamente, como en una mala película de espías, se va acercando, muy despacio, pero sin detenerse, al momento exacto en que ella salga por la puerta y en el segundo pasaje sepa, con absoluta claridad, que no está escrito su nombre.

Resonando: For one day_Dido


*Fotografía: Image Source