16 enero 2011

Copos de nieve


En ocasiones tendemos a creer casi a pies juntillas, y sin pararnos a recapacitar un sólo segundo, algo que ha llegado a convertirse en un cliché, en un tópico, en frase hecha...como la infinita capacidad de los copos de nieve para ser diferentes entre sí, que parece ser el paradigma de las referencias cuando de singularidades hablamos. O analizándolo desde otro punto de vista, no somos conscientes de que las verdades más universales, pueden ser enormes errores de cálculo, que con el paso del tiempo se quedan sedimentadas en la conciencia colectiva hasta que llega alguien y demuestra su error. Todo evoluciona, especialmente el conocimiento, y la mente de uno debe ser lo suficiente permeable para adaptarse a los cambios, especialmente en uno mismo.

A partir de una referencia de una revista, conocí el personaje de Wilson Bentley (al que se conoce como snowflake man). A los diecinueve años, con un sentido más artístico que científico, comenzó a fotografiar copos de nieve, intentando deleitarse con las diferencias entre cada uno de ellos, dejando constancia de no haber encontrado jamás, entre más de 5300 fotografías, ninguno igual a otro.

Además del tema puramente estético de la ausencia de similitudes entre dos copos de nieve, es importante resaltar que estamos hablando de finales del siglo XIX, y de fotografía microscópica, es decir, que para llegar a tener algo entre las manos sobre su obsesión, tuvo que experimentar y buscar el modo de poder realizar fotografías microscópicas en un periodo donde ni mucho menos se disponía de lo que ahora nos parece común. Fue capaz de adaptar un microscopio a una cámara, y finalmente consiguió obtener fotografías reales de copos de nieve.
A partir de ahí siguió buscando nuevas formas, y probablemente, se unieron en su dedicación, el afán de ser capaz quizás de conseguir encontrar dos copos iguales, a la vez que la satisfacción intensa de ser capaz de descubrir formas matemáticas en cada una de las fotografías que tomaba, aunque no fuese consciente de ello (su diferencia tiene, dentro de ella, la similitud de la hexagonalidad). Entre miles de tópicos que juegan con esas ideas, se encuentra por ejemplo el copo de nieve gigante que cada Navidad coloca el ayuntamiento de NY en la quinta avenida, que influido por el personaje antes comentado, acabó formando una tradición que ahora "pertenece" a UNICEF.

Pero bajo todo ese esfuerzo fotográfico, y los miles de fantasías que esa breve idea de diferencia entre cada uno de los copos de nieve han ungido cuentos, relatos, sueños, o incluso alguna que otra campaña de publicidad, la realidad parece, a mi modo de verlo, mucho más interesante aún que ese mito.

Desde el año 88, una científica especializada en fenómenos atmosféricos, Nancy Knight, descubrió por casualidad, como suele ser habitual, en un viaje por Wisconsin para la NCAR (National Center for Atmospheric Research) dos copos de nieve idénticos, absolutamente iguales. A partir de ahí, y ya dedicando los esfuerzos a ese pequeño detalle concreto, comprobó que todos, absolutamente todos, los copos de nieve nacen siendo idénticos, y que son las infinitas combinaciones de humedad, temperatura, presión, velocidad, turbulencias...desde que nacen hasta que tocan el suelo, lo que los hace convertirse en únicos al tocar la tierra.

Las verdades universales, y mucho más en tiempos como estos, son probablemente lo más falso que existe, uno puede encontrarle varias lecturas a lo que he escrito, desde perspectivas más científicas, más personales, más filosóficas, pero a fin de cuentas, esa es la única verdad que muestra, que no hay ninguna, y nada más sano para nuestro propio cerebro, que asumirlo y disfrutar de cada copo de nieve.

Resonando: Crystal clear_L.A.


Referencias:
"All Alike". Adam Gopnik. The New Yorker. 3 Enero 2011.


Fotografía:
Wilson Bentley. Comienzos de siglo XX.

04 enero 2011

Sin nosotros...


En ocasiones, los comportamientos que podemos contemplar en la naturaleza, tienen una similitud casi exacta metafóricamente con lo que puede uno observar dentro de sí mismo.
Hace unos meses se solaparon casi en el tiempo un documental y un reportaje en un semanal de prensa, y hace unos días, la visita a un sitio que hace muchos años tuvo importancia para mí, acabó haciéndome hilar esa especie de intrahistoria que podría unir las tres cosas.

El documental, tenía como tema fundamental contemplar qué ocurriría en la tierra si de repente desapareciesen todos los seres humanos (su título en castellano era "La vida sin nosotros" , para ver el primer capítulo, aquí). Recorre, desde el imaginado momento cero de desaparición del ser humano lo que va ocurriendo con las ciudades, edificios, aceras, centrales...todo ello desarrollado digitalmente, de modo que podemos ver cómo sería esa depauperación de los edificios, cómo se simula el resquebrajamiento de cristales, el crecimiento de la hierba en mitad de las grandes avenidas de un ciudad enorme, el incendio incontrolado de edificios debido a cortocircuitos por las instalaciones defectuosas o escapes de gas y explosiones, tuberías de agua que revientan por el frío y anegan plantas de viviendas u oficinas, aceras, túneles del metro, monstruos de acero y asfalto que son actualmente las autopistas que rodean las megaciudades, que se van resquebrajando hasta combarse y partirse y deshacerse, animales que poco a poco van entrando en las calles, que con el paso del tiempo, casi ni se pueden reconocer como tales, y acaban adueñándose de ese espacio de nuevo.
El documental sigue, año a año, desde ese momento cero comentado, cómo se puede deducir que evolucionarían los paisajes, terrenos, y miles de elementos más que constituyen ahora mismo nuestro "terreno", como seres humanos, dentro de cualquier ciudad.

El reportaje del semanal de El País, trataba sobre las diferentes corrientes que se suceden a lo largo del planeta de personas que visitan y documentan, antes y después, lugares que en algún momento del pasado fueron sitios que cumplían una misión, y por distintas razones fueron abandonados. Se recorren, de la mano de seis autores distintos, varios grupos de Internet, que tienen como esencia fundamental visitar y fotografiar lugares abandonados, hospitales, estaciones, hangares, sanatorios, incluso iglesias, o edificios y naves relacionadas de una u otra manera con la segunda guerra mundial, y se describe, con cierta superficialidad, algunas de las normas que tácitamente, todas las personas que dedican tiempo y esfuerzo a esta actividad, cumplen cuando visitan estos lugares, como dejar al máximo inalterado el sitio que se visita, no forzar ventanas ni cerraduras para entrar, o documentarse completamente para conocer realmente el lugar que se visita, y sobre todo, salvo que sea un lugar demasiado conocido, no dar demasiadas pistas de dónde se encuentra, para, en la medida de lo posible, mantener del mismo modo dicho sitio. Personalmente, la esencia de la actividad me resulta apasionante, ese "juego" extraño que se ejecuta entre alguien que visita un lugar que está completamente deshabitado y en su mayor parte casi desvencijado por completo, pero que mantiene detalles casi terroríficos de lo que una vez fue, de la vida que contenía. Entre las fotografías se pueden ver detalles de sanatorios, estaciones, fábricas...donde encuentras un tenedor sucio y doblado, una carta de naipes, un armario todavía con algunos vasos llenos de polvo pero que casi anuncian la espera para volver a ser utilizados, o quizá el recuerdo de la última vez que fueron lavados y puestos ahí con la desconocida idea de que no volverían a usarse, aunque en ese momento probablemente quien los colocó ahí no lo sabía o sospechaba. Para leer el artículo, aquí.



De una u otra manera, tácita o conscientemente, nos sigue resultando misterioso y atractivo el concepto teórico de qué ocurre en un lugar determinado cuando no estamos presentes. Ya desde pequeños, esos días en que un constipado o algo venial nos impedía ir a clase, suponía para nosotros una sorpresa horrible al descubrir, al día siguiente, que las cosas habían sucedido de manera normal aún sin que nosotros estuviésemos presentes, mientras nosotros pasábamos el día en la excepción casi brillante de un ambulatorio, un cuidado más cercano del habitual de nuestras madres, y esa sensación casi de absurda rebeldía renovada y permitida, de caminar por las aceras a unas horas que no conocíamos, en mitad de la mañana.

Del mismo modo, encontrarnos con un amigo, una antigua novia o alguien que fue extremadamente cercano durante un tiempo medido y concreto, que desde el ahora, ya podemos definir exactamente cuánto duró, nos puede resultar misterioso y atractivo ser capaces de abstraernos levemente de su presencia durante unos minutos para simular esa sensación algo acartonada al principio, pero plena si se la deja crecer unos minutos, en que somos capaces de volver a reconocer ese desconcierto de lo que ha sido el mundo en el que no estábamos nosotros y al que creímos permanecer casi con una vocación ingenuamente duradera. Sólo se necesitan unos pocos minutos, para reencontrarse con la misma delicada nube de humo entre los dedos en que parecimos extrañamente neutros en un entorno al que creímos inmutable e inamovible si no era con nosotros dentro. A veces, incluso, cuando se deja correr la madrugada lo suficiente, eres capaz de escucharla en un susrro casi cuando está a punto de desaparecer a la vuelta de la esquina que también formó parte de nuestro mundo compartido, cómo suelta casi sin parecer quererlo....”a mí también me ocurre contigo...”

Resonando: Paper aeroplane_Angus y Julia Stone


* Fotografía: Enzo D.