28 diciembre 2008

Eclipse de lluvia

De fondo suena despacio e íntima esa canción, y el mediodía gris se tiñe de ese sabor raro que empapa los suelos de cualquier casa con esquinas donde derrapan las semanas. Y a pesar de todo, esos gestos mecánicos de pelar una cebolla, desnudar alguna mandarina o acomplejar un solomillo te acoge entre los brazos cálidos de un horno a más de doscientos grados que horada mis rodillas.

Alguien con un don especial para llegar cuando debe, me envía una fotografía y dos frases que aciertan directas en mis entrañas, como hace cada vez que se sienta a esperarme en el primer escalón de ese rellano que es nuestro palacio de tres metros cuadrados con mucha luz y buenas vistas a diez segundos del centro de nosotros dos.

Pulso el botoncito plateado con esa señal de más y la cocina devora sensaciones deportadas, motivos, pistoleros más valientes y lunas a un centímetros de tus brazos, y el sonido de alguna vajilla se evapora a la misma velocidad que mis dedos le dicen gracias a alguien tan lejos que está tan cerca.

La fuente de barro deja escapar algunos olores de los que me cuelgo, como ardiendo a un clavo, y ese líquido entre rojo y burdeos, se desliza en la copa dejando un tacto brumoso en sus paredes, y un tono algo más ácido de lo habitual en mi sonrisa, pero no impide que de vez en cuando se siga escapando contra alguno de los muros rechonchos de caminos sin destino, alguna estrofa de esas que se quedan entre los pliegues de la almohada cualquier noche que no dormí contigo.

Por eso, por todo lo demás, y por cualquier otra cosa que me anuda las ganas, el postre se deshace en un plato de colores neutros, mientras los titulares sobre una madrugada que probablemente no vaya a existir, se deslizan osados por cientos de kilómetros y deben enredarse en el mismo matorral esponjoso donde también se han quedado los deseos de esos dos ojos color miel, y la ausencia de respuesta deja flotando en el aire aquella frase..."...si no tengo billete de ida...".

Resonando: Ardiendo a un clavo_Quique González

22 diciembre 2008

No lo sabe

Siempre es en mitad de una madrugada que se inicia tranquila. Por eso desasosiega más quizá, porque llega bruscamente. Aunque las imágenes que luego desarrolla no tengan nada de desasosegante.

Suele llegar en forma de sonrisa, de sus ojos color miel y su olor intenso que sólo se percibe de verdad si consigues estar a menos de diez centímetros de su cuello. Y a partir de ahí se va desgranando todo lo demás, lo que es ella, cuando llega así, suave, cuidadosa, casi sin hacerse notar aunque lo haga sin querer.

Luego la habitación tiende a llenarse de algo inconcreto que se queda entre los dedos, en el borde de los labios, en la esquina achaflanada de los omóplatos y en la curva dibujada en el final de la espalda, como también ocupa los huecos de las sábanas, la literatura arrinconada junto al flexo en huelga, el cajón vacío o el espacio infinito entre dos perchas. Recorre, probablemente, centímetro a centímetro una baldosa tras otra, girando en el quicio inconsciente de la puerta y resonando contra los rodapiés del pasillo sin gravedad, o con ella ausente, que puede parecer lo mismo, pero no es igual.

Y todo eso que anquilosa mi sonrisa, espera paciente en la puerta, en el rellano, junto al ascensor, para colarse muy temprano, en los bolsillos vacíos de mi abrigo, que, demasiado nuevos, todavía no entienden nada, pobres, aunque ya van intuyendo el sabor metálico que tienen esas consecuencias y se inventan brebajes para cada día laborable, como ese mal truco de anteayer, al dejar un par de hilos sueltos para que mis dedos pudiesen entretenerse y no pensar en el regusto acerado e industrial del cielo de mi paladar, rimando asonante con el golpe sordo de las suelas de mis zapatos en cada bordillo descuartizado alguna madrugada antes por cualquiera.

Sin embargo, todo eso pasa en silencio, invisible para todo el mundo, porque se esconde cuando hay más gente, cuando escucha voces a su alrededor, cuando menos fuerza tiene.

Pero ella no lo sabe.

Resonando: You cut her hair_Tom McRae

30 noviembre 2008

Demorar el tiempo...

Pedimos tiempo con demasiada facilidad, pero a veces no nos queda más remedio, no hay más salidas, no hay otras alternativas, simplemente falta tiempo, para lo que uno debe hacer, para lo que uno quiere hacer, para lo que uno puede hacer, y para la mezcla de todo eso y alguna cosa más. Y entre tanto, se siguen sucediendo días extraños y sabores extrañados, y se abren caminos que uno sabe incapaz de seguir más allá de la vuelta de aquella esquina.

El otro día escuchaba a un tipo muy, muy interesante, decir algo como que para emprender proyectos, uno debe emocionarse, pero no demasiado, porque entonces se pierde el control. No sé si voy perdiendo el control casi a cada paso que doy, o como me sucede en más ocasiones de las que quisiera, no me emociono lo suficiente en algunos de esos proyectos, pero en cualquier caso la suma de todos ellos, al menos en estas pasadas semanas y unas cuantas más por delante, me consumen casi al completo. Por eso hago un breve pausa en este rincón, unas cuantas semanas de "vacaciones", con comillas, sin duda, porque no utilizaré aeropuertos (o no para lo que más gusta utilizarlos), ni sestearé interminablemente, ni dejaré de pensarme qué hice mal aquella noche o cualquier otra en que algo no salió como quise, no dejaré de esperar una llamada en concreto, ni dejaré de utilizar el despertador, no abandonaré rutinas ni horarios, ni me dejaré estar sin pensarlo demasiado. Pero mientras tanto, no podré hacer todo lo que quiero hacer, y algunas cosas deben reposar un poquito.
Desde luego, se seguirá macerando esa mezcla bizarra y algo delirante con que me tizno las ganas en los últimos meses, así que tarde o temprano, volveré para contarlo, para contármelo, para dejarlo por escrito, para inventarlo o simplemente imaginarlo.
Mientras tanto, pásenlo bien, muy bien a poder ser, o extremadamente bien si se da el caso. Volvemos a vernos en unas semanas.

Resonando: Eye of the tiger_Chiara Mastroianni

16 noviembre 2008

Anticipar


Justo al otro lado de aquella barra tan moderna que forma un círculo asimétrico, está tu rostro, que conozco tan bien y sin embargo parezco mirar por primera vez ahora. Sólo le alcanza algún haz rebelde que se escapa de esta media carcasa cortada en su mitad superior donde se puede encontrar ese juego tan absurdo que consiste en remover unos cuantos cubitos de hielo al fondo de un vaso de boca ancha.

El vaso está frío cuando las yemas de mis dedos acarician su costado, pero apenas lo percibo porque mi mente anticipa ese rumor sordo que producen mis manos al resbalar muy despacio alrededor de tu cintura y recorrer lentamente tu piel, subiendo desde tu ombligo.

Anticipo sin querer el sonido amortiguado de tus pies sobre la alfombra al llegar tarde a casa, el cuidado inconsciente con que dejarás las llaves en la entrada y la delicadeza estudiada con que te servirás una copa de vino para beberla a sorbos muy cortos en la semipenunmbra del salón, donde sólo se iluminará un mínimo display azulado que muestre la canción que suene a tu alrededor.

Tu sonrisa se cuelga de mi estómago al otro lado de esa barra extraña donde no paran de moverse personas, a su alrededor, que se acodan unos segundos y luego se marchan, que parecen desmontar su personal campamento para trasladarse a tierras más frías, que desembarcan con toda la artillería que fueron capaces de recolectar al bajar la marea, y sin embargo a ti puedo verte a cámara lenta, o más despacio que al resto, mirándome y soltando ese guiño que conozco a la perfección y sin embargo me parece nuevo.

Mientras el vaso se ha templado al tiempo que mis dedos se han humedecido con las leves gotas que se han ido formando en el exterior, anticipo cómo dejarás la copa de vino sobre la mesa baja de tu salón para mandar ese mensaje cuando salte la canción adecuada.

Me giro un momento para ir a buscar mi abrigo en la otra punta de este sitio, meto la mano en el bolsillo y la pantalla se ilumina con "Te estoy esperando".

Resonando: una de las dos del otro día.
Fotografía: Henrik Weis

10 noviembre 2008

Tus madrugadas...

Como hace a veces, cuando menos la esperas, la casualidad.
El sonido de un procesador renqueaba al ritmo de su batería después de muchas horas ejerciendo. El humo en esa habitación comenzaba a despejarse mientras dos amigos se marchaban con doce páginas escritas y varios planes a cuál más absurdo.

Por la ranura de la puerta de la terraza se colaba el aire frío y unas cuantas ganas rimando en la madrugada, y unas cuantas letras viajaban a la velocidad de la luz por más de mil quinientos kilómetros para encontrarse exactamente con mis pensamientos.

En ese mismo momento, alguien colocaba junto a otra que casaba perfectamente, la misma canción que vengo escuchando cada cierto tiempo desde hace meses, cuando todo se queda demasiado en silencio y sólo soy capaz de escucharme a mí mismo.

Y las palabras que venían desde tan lejos se subieron certeras en el borde de la copa que mecían esas dos canciones, poniéndose a bailar acompasadas y lentas justo delante de mis ojos, ejerciendo un poder casi hipnótico y haciendo que de repente el salón se calentase de inmediato, como si pudiese verse una chimenea ardiendo en un rincón.

Paladeé con destreza lo que suponían esas palabras para mí y subí el volumen para ver si con un poco de suerte quedaba un baile por bailar en mitad de esa intimidad con más de mil quinientos kilómetros por en medio.

Por eso, a veces, la casualidad, la que hace que una canción la sumen a otra, precisamente a esa, y alguien la ponga en el aire justo en ese momento, precisamente en ese momento, en el instante en que la persona de la que te estás acordando pulsa el botón de enviar donde ha puesto una sonrisa graciosa y un beso, capaz de llenar un salón de algo difícil de definir, pero radiante.

Ahora esa canción suena ya diferente en mitad de su madrugada.

Resonando: Reckoner y Love lockdown_Radiohead y Kanye West (Mash-up)

03 noviembre 2008

Las burbujas desanimadas

Sumergido en esa burbuja aséptica en que a veces se introduce, mientras transcurren muchos días plácidos, y sin embargo algo se le retuerce en el estómago, como una especie de ansia puta sin destino aparente.

Y en esas circunstancias le suele resultar complicado incluso llevarse bien consigo mismo, porque discute, se enfurruña, se aleja, sólo mira, no escucha, sonríe con suficiencia o se esconde, resopla y vuelve a levantarse, transita sin destino, como el ansia puta, hacia no sabe dónde y no sabe cuándo, vuelve a mirarse y no se reconoce a ratos, se mancha con algunas cosas que le cuentan, divaga hacia arriba y hacia abajo, le busca tres pies a los gatos que no le gustan y ni se fija en las aceras donde taconean promesas infundadas, es una máquina diseñada para desear, pero recoge pedazos sin respiración cuando se concentra un minuto.

Las burbujas se pinchan, se rompen, o simplemente se deshacen hasta otra, por eso en los momentos más tensos, más intensos y bizarros, respira con lentitud, finge escucharse y camina hacia otro lado, porque siempre regresan de una u otra manera, por unas razones exactas o porque es una forma peculiar y aparente de avisarle de algo, de ese algo que irá rumiando lenta e inexorablemente mientras la burbuja inefable siga hinchada y letárgica.

Por eso se concentra en estos días, en cosas pequeñas, en detalles aparentemente nimios, en un par de olores y cómo combinan apenas cuatro o cinco colores entre sí, sonidos rítmicos y leves roces de la piel...o todo junto a la vez, poco a poco.

Resonando: Reckoner_Radiohead

27 octubre 2008

Una que son dos

Cuando las calles de la ciudad se hacen pequeñas, manejables, como un juego donde girar, sin importar hacia donde porque vas sentada en el asiento de al lado, subiendo la música porque te pone de buen humor esta canción que suena ahora, del mismo humor con el que mientras esperamos un semáforo cambiando a verde bailamos de esa forma tan tonta como si nadie pudiese vernos tras los cristales, aunque justo en ese intante el paso de cebra se llena de gente que nos mira, algunos divertidos al vernos mover los brazos y los cuerpos como si de verdad fuésemos un cuerpo de baile de dos atrapados dentro de un coche. Debe notarse en nuestras caras que justo en este momento nada importa, sólo esa canción que en realidad son dos, pero tan bien mezcladas que nos hace saltar de los asientos y reir sin parar de movernos.

El semáforo cambia a verde y las carcajadas enrocan con la canción que son dos, y la ciudad sigue siendo como lo que pretenden a veces los anuncios de coches, manejable, a nuestro alcance, confortable, porque no importa que esté repleta de nuevo, porque no importa quién la habite ni las veces que es agria y condescendiente, ni si volverá a ser fría y nubosa un viernes cualquiera, ahora mientras el paladar recoge dos minutos más de guiños a bote pronto y entramos en aquel sitio que nos ha gustado desde siempre, aunque fuese por separado, sabemos que al escuchar dos frases nos miraremos como si conociésemos las pupilas del otro desde hace años, las sonrisas en silencio cruzaran al resto de gente con la que estamos y tus movimientos se acompasarán a los míos un segundo después de que vuelva a sonar, de nuevo entre nuestras carcajadas, esa canción que son dos.

La ciudad de nuevo se hace más habitable al despertarse un domingo por la mañana mientras en el salón has puesto la canción que es dos y el café recién hecho borbotea en la cocina al ritmo en que se mueven nuestros cuerpos...

Resonando: In da club y Staying alive_50 Cent y Bee Gees (Mash-up)

19 octubre 2008

Tres

Como un íntimo diálogo transparente entre mucha gente más, que no acaba de ver el juego de malabares que hacen tus manos cuando se acarician levemente el borde del cuello mientras te apoyas unos segundos en esa barra para pedir algo que aclare tu garganta.

La mesa está esperando para que nos sentemos a jugar y se empiecen a repartir las cartas. Me das la señal a través de un par de guiños que dan la vuelta al mundo por el ciberespacio para llegar a mis manos que están a solo veintiún tantos de tus caderas.

A medida que se reduce la audiencia, la partida avanza imparable hacia ese duelo sordo en que mientras se mezclaban cien conversaciones con el humo y los cubitos de hielo, medían nuestras pupilas a intervalos estocásticamente acompasados. Una voz ronca se escapa por los altavoces de ese lugar, y muchas frases rítmicas que parecen guiar mis ojos al borde de tus labios mientras desabrochas un botón más de tu camisa, en el afán de que la próxima carta de mazo que te voy a levantar sea una figura.

Y esos minutos siguientes de tensión donde parece no pasar nada pero sólo queda una carta por levantar, mientras te balanceas al ritmo de la música y la falda roza tus caderas como si ya supieses qué juego tengo, incluso antes de levantar mis cartas, dejándonos junto a varios personajes secundarios, un ritmo que nos acerca demasiado como para no apostar, y las llaves de tu coche en tu mano. Susurras ese estribillo en mi oído y una frase sencilla vuelve a dar la vuelta al mundo en breves segundos para llegar a tus manos ordenada y bien encapsulada para que puedas leerla en tu teléfono y veas las cartas que llevo.

Te despides de todo el mundo dejando en suspenso mi sonrisa irónica, mientras te alejas, puedo ver tu espalda, caminando, y tus manos escriben un número impar que me llega a mí y que no acabo de entender, por eso es mejor ver al fondo de la calle cómo se encienden los faros de tu coche e iluminan la acera al mismo tiempo que la pantalla de mi móvil con tu frase que explica el número impar.

Los botones de mi camisa que todavía están abrochados.

Resonando: Go getta_Young Jeezy

12 octubre 2008

Una lluvia como otra cualquiera

Había escrito otra cosa para hoy, una paranoia algo extraña sobre la crisis financiera y la nueva vuelta de tuerca que eso le ha dado a la famosa teoría de los seis grados de separación que convierte en íntimos a un agricultor canoso de sesenta años que vive en Dakota del Sur y a un amigo mío muy aficionado a los documentales, y en especial a uno en concreto, o de cómo las hipotecas subprime servirían perfectamente para rescribir el guión de "Babel".

Pero cuando se suceden las casualidades, que a veces no lo son, y otras las pintamos de tal, empiezan a mezclarse días consecutivos con guiños curiosos que parecen llegar siempre en punto, como un guión bien afinado en el que cada cabo suelto fuese encajando perfectamente a medida que pasan las páginas una a una y te diese tiempo a sonreír irónicamente mientras ves cómo ese cabo acaba atándose con el siguiente modo de pararse delante de una escultura junto al Jardín Botánico o de rasgar un sobre de azúcar sobre una taza de te.

La invitada favorita a una fiesta que no parece que vaya a celebrarse escuchaba una banda sonora que no cuadraba con sus presupuestos mientras la lluvia maceraba mis ganas encubiertas en los bolsillos y los charcos que se formaban bajo las marquesinas emitían constantemente el mismo vídeo en dos personas a la vez, que casualmente, acababan confesándoselo en mitad de una madrugada donde otra lluvia destemplaba el cuerpo de alguien a quien unas horas antes había buscado por entre la gente en mitad de algunas calles de Madrid y no había conseguido encontrar, mientras que a cambio, al otro extremo de mi hilo favorito, una amiga reciente del tipo de las mallas verdes volvía a demostrarme lo fácil que resultan a veces las cosas, cuando la casualidad estrena vestido nuevo.

Y todo, incluido este texto sin oficio, habría sido diferente, si en un momento concreto de esa sucesión bizarra de días, ella no me hubiese preguntado mi nombre en la misma frase en que ya lo estaba pronunciando, y dejar en suspenso la madrugada siguiente en que una lluvia como otra cualquiera buscaba mis sábanas para que algún cuerpo concreto pudiese olvidar que se había destemplado sin quererlo, y yo olvidase mi dirección y me acurrucase en una acera de Gran Vía esperando que el incendio me diese una alegría, o su segunda pregunta.

Resonando: Black Swan_Thom Yorke

05 octubre 2008

Despacio

Poco a poco se va haciendo más lento, en ocasiones. Como si realmente se ralentizase de una manera confortable, liviana y seductora, no para hacerlo pausado hasta el aburrimiento, sino todo lo contrario, como para abandonar lo frenético y bizarro en que puede llegar a convertirse la dinámica de muchos meses.

Y es entonces cuando una parte de las piezas que tenías amontonadas sin ordenar por falta de tiempo, empiezan a encajar tranquilamente. Despacio, sin prisa, viendo todo con el ritmo adecuado, comenzando a verbalizar para uno mismo las ideas acumuladas durante muchos meses y que no habías pronunciado por un temor absurdo a no ser capaz de controlarlas después.

Por eso, quizá, en mitad de la primera madrugada en la que se nota realmente el frío que ha vuelto, el título de un programa de radio consigue despertar, curiosa y casualmente, el mismo engranaje en su cabeza o su estómago en la otra punta de la ciudad, y consigue encender la pantalla del móvil y hacerlo sonar para que yo escuche, con un eco que rebota en todos los rincones del habitáculo del coche, la misma frase de sus labios que yo acabo de pronunciar en voz alta.

La carretera que me lleva hasta casa está casi vacía y sólo se tizna ocasionalmente con esas manchas amarillentas de las farolas y con algunos pares de brillos lejanos que se deslizan pegajosamente por el retrovisor.

Mecemos ciertas ansiedades mutuas, cubriéndolas con la tela inodora de lo cotidiano durante unos minutos, bailamos a distancia con la misma canción y cuando comienza a describir la desconocida intimidad que se esconde en el sonido de su ropa interior al resbalar por su piel en el salón de su casa, escojo una de esas ansiedades que reconozco conmigo desde hace muchos meses y la verbalizo a través del título de ese programa de radio que acierta, preciso y potente, en el cielo de su paladar y las yemas de sus dedos.

Aún no me he repuesto de la última noche que pasé contigo.

Resonando: Falling down_Oasis

28 septiembre 2008

En una misma ciudad...

En la misma ciudad en que cada calle se llena de respiraciones que pasan un fin de semana fuera, en la misma ciudad que juega a ser un parque de atracciones cada día laborable o que nunca se acuesta con nadie en la primera cita.

En la misma ciudad donde aún saboreo las noches de vino barato y un portalón de nuestros dieciocho, donde nos desorientábamos bajando desde Sol para perdernos entre los edificios donde a esas horas ya no pasaba nadie.

En la misma ciudad donde sobre un sofá delicioso a cielo abierto una noche cualquiera de aquel verano intenté describirte con la máxima precisión de que fui capaz, cada una de las cosas que me iban pasando por la cabeza durante aquella hora insana en que te eché de menos.

En la misma ciudad cabe una ciudad anegada de tráfico, un domingo soleado, una performance absurda y más de una manifiesta, unos extraños que te dan las buenas noches, el eco onírico de unos tacones en mitad de Ortega y Gasset, más de un buen restaurante, el camión de la basura avisándote de que es hora de volver a casa, una canción resonando en los párpados mientras respiras hondo, sentirte sólo en mitad de una sala abarrotada de gente, los deseos saltando desde todos los bolsillos de tus vaqueros, las ganas de verte y haber perdido otras ganas, la final de la Eurocopa y un par de carreras entre los coches, las charlas repetidas y la risa floja, las palabras sueltas en alguna Navidad, los desastres mal anunciados de algún viernes por la noche y aquella chica al fondo de ese bar, ronda de chistes cortos y escuchar sin entender nada, ese grupo tan heterogéneo frente a la embajada y la chica que sólo buscaba excusas sobre su vestuario, un borracho insultando a un taxista y la mamá acompañando a su hija pequeña, tu visita que nunca fue y las noches de invierno que llenan de una bruma especial el haz de luz de las farolas, los charcos que esquivamos tantas veces y no acordarnos de lo que no importaba.

En la misma ciudad en que la luna de la cosecha se come los edificios para celebrar un aniversario amarillo.

Resonando: Until we bleed_Lykke Li

21 septiembre 2008

De ejércitos inconcretos y vueltas a casa

Precisión descolgándose de los bolsillos de unos vaqueros algo raídos pero que son cada vez más cómodos. Las calles rebosando por cada costura, como ejércitos desorganizados de soldados sin objetivo definido, una plaza, un bar, una acera, encontrándose en una conversación absurda detrás de otra que parece convertirse en bucle por los aledaños de las calles.

Y como otras veces, una sensación de extrarradio en las palmas de las manos, como si se deshiciesen las noches en agua densa a cada minuto, a cada mirada deshojada del calendario, a cada pulsación descontrolada que no identifica correctamente la bocacalle adecuada. La sensación desigual en el borde de los labios, pero más suave, despacio, mientras caminas sin prisa entre una multitud desordenada en una plaza, mientras alguien te observa sin decirte nada, mientras a tu espalda sabes que dejas algo que podría estar bien.

Buscas en los bolsillos la respiración adecuada, y encuentras una mesa con mucha gente y un vaso dentro del que se golpean sin piedad unos cuantos cubitos de hielo y recauchutador de heridas que ahora no tiene nada que curar. El sabor de la copa sigue sabiendo a otoño preanunciado y a descampados ajenos, a coches destartalados y a charcos en mitad de la acera al volver a casa un domingo cualquiera, pero la tomas con la misma parsimonia que unas horas antes te escurrías entre gente por aquella calle del centro que siempre está abarrotada de personas descontroladas sin capacidad para desasirse de una tarde de sábado acompañadas.

Y a pesar de todo, de los ejércitos descontrolados saliendo y entrando de los cuarteles de esta época, con barra y máquina de tabaco con control de menores, de los frenazos a destiempo y las conversaciones sin nada debajo, de la discusión íntima que te pilla en mitad, de lo solitaria que puede llegar a ser una plaza atestada donde falta alguien en concreto que sólo está a unos metros que parecen kilómetros, de las desbandadas cuando suena el toque de queda desasistido. A pesar de todo, el cielo sobre tu cabeza mientras el aire te acoge dentro del coche, y esa frase sonando muy fuerte para que se quede un rato en cada fachada por la que pasas hace que te sientas bien, inexplicablemente bien.

Incluso siendo un elemento complicado, a estas alturas, es suficiente.

Resonando: Deportado_Quique González

14 septiembre 2008

Con la noche a nuestro favor


Y sin embargo lo teníamos todo a nuestro favor esa noche. Las calles maquilladas en un interminable carnaval al que no pertenecíamos, callejeando entre tantos extraños que nos rozábamos con frecuencia como sin querer para sentirnos menos extraños tú y yo. El sabor en el paladar de esas madrugadas en que nada más importa lo que cabe entre los dedos de la persona que camina a tu lado. Y en esa calleja semioscura, mientras nada impedía que tu cintura se convirtiese en el centro de mi universo, desde una ventana muy pequeña, en lo alto de ese edificio tan antiguo, empezó a salir aquella canción que parecía completamente fuera de lugar en ese sitio tan clásico y sereno.

Nos detuvimos un instante para reconocer la canción. Me miraste y me quemaste el pecho con tus pupilas envenenadas de noche, y me susurraste su título. Sonreí, aunque era una versión distinta. Alargaste tu mano para alcanzar la mía, y no nos movimos, sólo querías que agarrase tu mano mientras el mundo seguía girando a aquella velocidad, para que no pudiésemos perdernos entre tanto vaivén, y así poderme agarrar a tu cintura unos segundos después para pegarnos a aquellos muros que nos escondían del resto del planeta.

Y sin embargo lo teníamos todo a nuestro favor esa noche, deshacernos los labios en la piel del otro hasta que amaneciera, no saber encontrar el camino de vuelta a ningún lugar, las ganas en la punta del estómago, los pliegues de tu piel formando un laberinto donde yo pasaría encerrado el resto del tiempo, la serenata nocturna de la ropa desprendiéndose del cuerpo, la brisa bailando su turno entre nosotros, desbordándose el río cada vez que añadíamos una respiración entrecortada más cuando tus manos se colaban bajo mi camiseta buscando, los adoquines sonriendo al tiempo que tú, mi destino en tus costados o en el comienzo de tu cuello, la verdad en el interior de tus muslos y el resto de la noche en tus manos bajando por mi espalda, las coordenadas asincrónicas de tu risa mientras nos orientábamos a lo largo de la cama y la breve luz que teñía de blanco las sábanas a los pies.

Y aquella breve nota en mi puerta, mucho tiempo después, cuando ya no te esperaba, donde sólo estaba escrito, el título de aquella canción.

Resonando: Around the world_Daft Punk (Richard Grey remix).
* La fotografía: Dennis Flaherty

07 septiembre 2008

Sin parar a respirar

Y respirar sin parar de la misma manera, sin masticarlo, sin pensarlo, sólo un gesto mecánico entre dientes, en sordina, en la misma esquina del mismo edificio de tantas veces, arrinconado en la ausencia de nada que merezca la pena.

Recordando en el pecho lo que otras veces dolió diferente pero casi igual, como el humo que se va deshaciendo en hilos cada vez más finos en las rotondas tan modernas de los viernes por la noche al volver a casa, las ganas que saltan por los aires cuando el coche bota al pasar un badén de ilusiones desperdiciadas en propinas de intenciones, los dedos que arañan las paredes del sudor más insano, el que destila el cuerpo cuando no tienes ganas de empezar por enésima vez la cartilla donde aquella tarde aprendiste a escribir sin casi percatarte de ello.

Y respirar sin parar de la misma manera cada domingo convertido en laborable en las costuras del colchón, en las pupilas acostumbradas a ver palabras escritas siempre del mismo modo, un gesto mecánico entre dientes donde nada merece la pena.

Un sonido casi idéntico, cada vez más pulido, en estéreo, o en eso tan difícil de explicarse ahora que llaman gemidos envolventes de despedidas sin final que pueden, con un poco de dejarse estar, volver a verse repetidas en multidifusión en los días en que pierdes la cabeza o las mañanas que dejas pasar la circulación sanguínea entre ropa tendida y jardines con hierba recién cortada.

Y respirar sin parar de la misma manera, a contrarreloj, a ratos descoloridos, a inviernos sin mezclar, a ganas de no saber cómo, a gigantes y molinos desbaratados entre gintonics, a botones mal cosidos en el cielo del paladar, a labios insustanciales que no dicen nada pero saben más de lo que quisieras, a salivas retenidas en los sueños sin envolver, a ojos que lo prometen todo y que no saben guardar secretos, a sábanas enredadas en las horas más perdidas de las aceras de mi calle, a una palmada en el hombro con sonido de bofetada en el alma, a una papelería donde siempre olía bien, a faros iluminando carreteras que siempre retrocedían al punto de partida y todo volvía a empezar, a esferas cuadradas con sabores amargos y colores chillones, a pinturas entre los dedos, a nuevas derrotas que nos hicieron mejores, a inténtalo otra vez, a estrofas sin rima pero con voz de noche sin final, a muslos invisibles que desaparecían al ritmo de los libros que leías, a playas donde nunca rompían las olas ni llegaba el agua, a ya lo sabía, pero no lo quise ver, a tantas horas sin pensar que amaneció para que pudieses resarcirte en mi espalda.

Resonando: No tienes que decirme nada_El Columpio Asesino

31 agosto 2008

Los ojos que detienen la ciudad

No es sencillo de explicar, ni siquiera delante de un café recién hecho, bollos recién horneados y un zumo de naranja exprimido unos segundos antes.

Cómo explicar a los que estuvieron alrededor de ti también unas horas antes, que realmente se detuvo la ciudad delante de aquel sitio. Se detuvieron las risas y las manecillas del reloj, las aceras y los extrarradios, el verano se tomó una pausa, como la noche, aunque ésta, quizá en forma de dedicatoria, quiso hacerse más oscura para que aquellos ojos brillasen más y se apoderasen de todo.

Unos cuantos minutos antes todo iba a su ritmo, lento y algo hedonista, como cualquier noche de verano en un barrio como ese, acostumbrado a dejar pasar el rato y que las miradas se crucen constantemente en busca de azares. El final de la cena nos había dejado a todos en una lisergia extremadamente suave y deliciosa, por eso todo fluía con tranquila diligencia hacia ningún lugar concreto.
Ya habíamos deshilachado los estados anímicos de cada uno en aquel lugar tan bien ventilado, así que sólo nos quedaba mirar al futuro de las siguientes tres o cuatro horas como se miran los escaparates de las tiendas bien iluminadas, con cierta curiosidad, pero sin mucho interés patológico.

Aquel lugar estaba bien, sin demasiada gente y espacio suficiente como para que las carcajadas siguiesen derramándose a lo largo de los escalones que llevaban al fondo del local. Pero no esperaba que mientras el último participante de la máquina de tabaco hubiese concluido catastróficamente una función abocada al fracaso desde que inició el ejercicio, el verano, la noche, la ciudad y mi respiración se quedasen en suspenso al ver cruzar aquellos ojos verdes de los que no quise ni pude despegarme.

La noche se deshacía entre aceras y asfalto mientras en mi móvil se sucedía un mensaje y una llamada. El texto llegaba desde el pasado para recordarme en forma de noticia dónde se habían quedado algunas pequeñas porciones de mis ilusiones hace muchos años y me hizo sonreír al saber que ciertas cosas siguen su curso mucho mejor sin mí. La llamada llegaba casi desde el presente y me enseñaba la voz que pertenecía a la dueña de los ojos verdes que había conseguido parar la ciudad para mí.

Por eso cuando ya sumaban media docena el número de veces que habíamos visto el camión que siempre nos indica que llegamos tarde a ningún sitio concreto, la mano de la chica de los ojos verdes acariciaba el aire para decirme adiós, empecé a sentirme cómodo con esa forma apabullante de detener la ciudad, esperando el momento en que decida volver a trastocar los ritmos de este verano extraño en que la forma de detener el mundo se mide exactamente desde el color verde de unos ojos.

Resonando: Brothers and sisters_Nick Hook

24 agosto 2008

A través de la plaza

Aquella ciudad era una cualquiera, hasta ese momento no importaba su nombre, ni su ubicación, ni siquiera que existiese realmente, tanto como esa misma noche, que era de esas que se olvida incluso antes de amanecer, y todo sucediendo a una velocidad inmensa, aunque nada importase demasiado.

Un taxi, casi como único objeto dinámico, recorría en sentido inverso aquellas calles y avenidas que ya existían en su memoria incluso antes de haberlas recorrido por primera vez. El aire con olor a lluvia que entraba por las ventanillas devoraba lo insustancial y le dejaba listo para no se sabía qué.

Al bajar del coche, su amigo no se dio cuenta de que desde una ventana al otro lado de la plaza sonaba música, a pesar de que la madrugada estaba en su mayor momento, y ni siquiera quedaban sombras en las calles, cobijado todo ahora en la oscuridad.

El taxi aceleró para volver a dejar el borde del amanecer en sus pestañas, y su amigo le miró dubitativo, "me voy a dormir ¿tú te quedas?". Ya caminaba hacia las cuatro o cinco escaleras que daban acceso a ese edificio antiguo, mientras él se mantenía parado junto al bordillo que delimitaba la acera y la calzada. "Voy a escuchar una canción más".

Cruzó deprisa aquella plaza con árboles y bancos que durante el día ocupaban casi intensamente baby-sitters y niños pequeños, y siguió la estela de la música desde sus oídos hasta una ventana pequeña y abierta en un coqueto edificio justo al otro lado de la plaza. Se quedó allí parado, a escasos metros de la entrada del edificio, bajo la ventana, como un malbaratado Cyrano sin poema ni guión. Miraba con atención la densa oscuridad que dejaba agarrar la parte superior de la ventana de guillotina, y casi era capaz de ver los hilos espumosos que salían de allí formando notas que se escapaban desde el alfeizar, algunos de esos hilos chorreaban por la pizarra y el ladrillo de los muros, y otros, más osados, remontaban el vuelo y pasaban rozándole en dirección a cualquier sitio.

Cuando la voz sorda y lejana dejó de recitar aquellas letras y la música se intensificó dotando a la melodía de un sabor metálico e industrial, sin esperarlo, apareció su rostro en aquel espacio oscuro hasta entonces. No lo esperaba y sin moverse del sitio, él dio un breve respingo al descubrir aquellos ojos, que le miraban fijamente. La canción terminaba y ella no apartaba sus ojos de los de él. Durante unos segundos se detuvo la melodía, y nada más se podía escuchar en toda la plaza. Como anestesiado, no se movió, sólo, inconscientemente, mordía suavemente su labio inferior unos instantes, como si intuyese la precariedad de un silencio tan denso y se mantuviese alerta para sostenerlo si hacía ademán de bambolearse.
La canción volvió a comenzar, desde el primer acorde, y ella, cuando volvió a escucharla, puso una ardiente sonrisa en sus labios. "Espérame ahí unos segundos". Desapareció de repente tras esas palabras, y efectivamente, unos segundos después descendía por los escalones que daban paso a la acera. Se sentó sobre el último de ellos. Él se aproximó, sentándose a su lado, en el momento en que esa canción volvía a retomar la parte más intensa.Giró su cabeza hacia él y sus ojos verdes comenzaron a quemarle los labios. "No puedo parar de escucharla. Una y otra vez, es como si se me hubiese atado al estómago".

Él respiró profundamente para intentar controlar los millones de ideas que se le agolpaban en la garganta y sólo supo decir, "la he escuchado desde el otro lado de la plaza, la he reconocido, y he venido hasta aquí para seguir escuchándola, como si esto fuese la odisea. Afortunadamente, tú no eres una sirena". Ella sonrió al escuchar aquello, y siguió mirándole con esos ojos tan verdes que parecían poderlo todo.
Sus labios se abrieron lentamente para decir algo, pero debió arrepentirse en el último momento, porque no dijo nada. Cerró los ojos, y apoyó su cabeza en el hombro de él, que movió muy despacio su brazo para acomodar su cabeza y abrazarla. En ese momento, como si realmente nada más importase en todo el universo, él tuvo la sensación de que estaba donde debía.

Resonando: The last engineer_Piano Magic

17 agosto 2008

A la sombra de la luna

Es mejor no empeñarse, es mejor que sea lo que sea, como quiera ser, como quiera estar. A veces es suficiente con estar.
Un eclipse lunar había participado de toda esa música con tanta gente y se había retirado a tiempo a descansar mientras yo me montaba en el coche con tiempo por delante y ganas escondidas de desenredar ovillos. La luna repartía esa tela vaporosa de luz por el cielo cuando esa ciudad se quedaba atrás y el viento frío me rozaba los brazos.

Un montón de cosas se estarían desmontando en mitad de esa madrugada, las sombras aceradas que contemplaban la autopista podrían ver esos dos breves puntos de luz que la atravesaban mientras sonaba otra vez esa canción que había escuchado deleitado la noche anterior.

El asfalto vacío se lo tragaba todo y generaba una sensación pacífica de tránsito cómodo. Quizá fue la mezcla completa, quizá casi siempre resulte inútil buscar una razón concreta porque es cuestión de la mezcla aparentemente inconexa de muchos detalles que se van sumando. Por eso quizá esta vez fueron los tres días incansables rellenados artesanalmente de corrientes elegantes, de momentos de euforia sin motivo concreto, por una forma de hacer las cosas, por unos cuantos momentos brillantes de los que me escriben los credos y unas cuantas sorpresas más. Quizá ayudó todo eso, y algo más, esas dos o tres frases que la hicieron sonreír a distancia, la luna bailando con la sombra, el silencio dormido de unos amigos a tu lado y la carretera vacía, la madrugada complaciente y esa voz devorando las ganas interrumpidas, el botón del volumen moviéndose poco a poco hacia la derecha y pensar que esta vez, no importaba recuperar un poco de calor aséptico en mi ciudad.

A esas horas extrañas en que alguien batía algún record en la otra punta del planeta, el pasillo gravitatorio cerrado por reforma me daba la bienvenida y el colchón me guardaba todo el calor que podía darme. Porque a veces, es mejor no empeñarse, es suficiente con estar.

Resonando: In repeat_The Gift

10 agosto 2008

Cada centímetro...

Un poco más, mantente así un rato más, primero un segundo y después otro, sin moverte, mirando de ese modo tan privado con que atesoras todo lo que rozan tus ojos, con que miras lo que deseas, como una niña pequeña a su golosina favorita.

No hagas ningún gesto brusco todavía, para que la luz pueda seguir haciendo equilibrios alrededor de ti, en el borde de tus labios, en tu pecho, y yo pueda seguir mirándote.

Mantente como hasta ahora, tus piernas desnudas estiradas sobre esa mesita, bronceadas y suaves, conformando la topografía misteriosa que se muestra, tan desnudas y atrayentes, a mis ojos.

Deja las caderas reposando bajo esa tela dulce y breve, que las roza, ansiosa, convalidándome las ganas a mí, concediéndome una tregua a mí, que por ahora sólo las observo, hipnotizado, construir su propio juego gravitatorio contigo como planeta.

No te muevas todavía, aguanta un poco más las manos asincrónicas, la derecha rozando tu ombligo con demora, la izquierda entre tu pelo, perdida como mis ojos alrededor de ti.

Sólo un momento más, unos minutos, un mundo, deja todavía un poco más tu mirada revoloteando en el infinito de esa playa al otro lado de la tarde que cruza la ventana, haciendo revivir ese circo de ideas que siempre consigues tallar, brillantes, dispersas, ácidas y dulces, nuestras.

Ya casi la tengo, sólo faltan un par de segundos, los justos, los precisos, para que tus párpados se relajen un momento, tu nariz se quede tranquila, tus ojos sigan escuchando el mundo, tus labios sean mi montaña rusa, tu cuello mi centro de gravedad, tu pelo algo alborotado por el sol y la sal el lugar donde tender los deseos y tu cuerpo, casi desnudo, el punto exacto, el centro de esta fotografía que estoy a punto de tomar.

Resonando: All at once_Jack Johnson.

03 agosto 2008

El epicentro de tu respiración


Los escalones empedrados dejaban aquel sitio arriba del todo, casi a la mitad de la ladera de aquella pequeña montaña, y llevaban el sonido de tus tacones hasta el borde, casi, de la playa. Resonaron como las campanas anunciando la llegada de tus ojos, cadenciosos, mientras yo salía por la puerta de aquel local buscando el vaivén de tu falda.

Tus rodillas bronceadas daban paso, según en qué sentido mirase uno, a tus pantorrillas deliciosas, o a las tentaciones que ocultaban tus muslos, moviéndose sin descaro aparente al son que marcaban tus pasos, en busca de no se sabe qué.

Al comenzar a bajar aquellos escalones, en mis retinas se quedaron clavadas como ruta de destino tus caderas, así que sólo tenía que ir obedeciendo al gps de mis deseos, que me iba guiando sin dudar hacia el universo húmedo que abarcaban tus labios.

Te detuviste junto al muro de piedra que daba entrada a los siguientes escalones que te hubiesen dejado al borde de la arena. Preferiste esperar a que mis pasos se juntasen con los tuyos, aunque en ese momento ni siquiera te diste la vuelta, supongo que ya sabías que yo iba detrás de ti, lo sabías desde el momento en que las burbujas de aquel refresco que endulzaba milagrosamente lo que realmente se escondía dentro de tu copa, habían conseguido susurrarme al oído tu mejor titular, "el camino hacia mis sábanas comienza tras mis pasos, y nunca se sabe dónde acaba". Giré mi cabeza y vi tus ojos clavados en mis labios y tu sonrisa dentro de mis ganas. Miré al fondo del local unos segundos y volví a mirarte directamente al centro de tus miedos, "el camino hacia tus sábanas es un laberinto que sólo recorren los osados que han olvidado que el tiempo acaba y empieza justo donde llega tu lengua". Sonó tu carcajada alrededor de mi cuello y mi estómago supo que estaba asistiendo a un movimiento devastador que podía medirse en la escala de Richter cuando tu respiración rozó mi piel. "Las campanas de este lugar están a punto de sonar, y no quiero verme envuelta en un mal truco de cuento infantil...vas a seguir midiendo el tiempo...¿o no eres tan osado?". Te giraste y saliste de aquel lugar, caminando como si la tierra se fuese a hundir justo siete segundos después de que tú pasases sobre ella.

Al borde de aquel muro esperaste unos segundos más, sabiendo de antemano que yo bajaba aquellos primeros escalones midiendo la distancia que me separaban de tu boca. Cuando apenas me restaban diez metros para alcanzarte, volviste a reanudar tu marcha, y de repente, sin detenerte, te diste la vuelta y caminaste unos metros hacia atrás, mirándome de lejos, sonriendo, "¿tanto te seducen mis sábanas que has decidido dejar de medir el tiempo?", y de nuevo tu carcajada se enroscó como una serpiente alrededor de mi cuello, produciéndome escalofríos que se colaban por entre la tela de mi ropa.

Las gotas de agua resbalaban por tu piel un rato después, el sonido de nuestras respiraciones seguían formando volutas entre las sábanas cuando acerqué mis labios a tus oídos mientras mis manos acaparaban el epicentro de tus caderas...."nunca mido el tiempo, pero ahora quiero ver hasta dónde es capaz de llegar tu lengua para ver los límites que pueden tener los relojes o los calendarios".

Resonando: All this night_Ralf Gum

30 julio 2008

Un reloj de arena

En las esquinas de un acantilado, en una madrugada muy larga, tanto que mostraba ya los tonos violetas del mar delante suya, sacó de su bolsillo ese reloj de arena que había hecho con sus propias manos unos cuantos días antes, al llegar a aquel pueblo.
Lo miró lentamente, sonriendo al volver a acordarse de porqué, nada más llegar a ese pueblo blanco rodeado de piedras negras, quiso construirlo.

Recordó aquel ombligo, el suave tacto acaramelado que le ofreció aquella noche demasiado lejana ya, y cómo, entre los dos, habían ido rompiendo las fronteras invisibles, creando mapas nuevos que sólo se podían recorrer con palabras que les pertenecían a los dos, a ella por su forma de reírse siempre, a él, por seguir creyendo que no todo estaba perdido, que todavía quedaban puzzles cuyas piezas encajaban solas.

Apoyó el reloj a su lado, mientras el cristal seguía dejando pasar la luz extremadamente tenue, y los granos caían despacio de la parte superior a la inferior. Se sentó sobre una pequeña piedra, y volvió a mirar al horizonte, encharcándose los ojos de toda aquella agua que le rodeaba. A su derecha, si alargaba un poco el cuello, podía ver las esquirlas brillantes que cada doce segundos marcaban la respiración de ese faro pintado de blanco y azul. A su izquierda, bajo la colina sobre la que en ese momento estaba, se adivinaba, entre la oscuridad que empezaba a deshacerse, las pocas casas del pueblo al que llegó por casualidad buscando un sitio perdido donde pudiese seguir purgando su cerebro de esa cantidad ingente de malos entendidos y caos acumulado durante demasiados meses consecutivos.

El sonido de las olas rompiendo con diligencia y cuidado sobre la orilla, las huellas en la arena que quedaban sólo, escasamente, unos minutos hasta que el agua las deshacía, el sordo rumor del mar aquella tarde durante aquella excursión en esa barca roja con nombre de sueños, el sonido de aquellos ingredientes cocinándose muy despacio en los fogones de esa casa donde había pasado esos días y toda la tarde por delante sin planes concretos que empañasen las charlas eternas que se prolongaban más allá del día siguiente y ese grupo perfectamente identificado de recuerdos asomando a cada poco rato a sus labios mientras compartía cualquier charla en una cena lenta con unos amigos.

Miró de nuevo el reloj de arena, que como había previsto, terminaba su vuelta justo en ese momento. No quedaba ni un grano más sobre la burbuja superior. En ese momento toda la arena estaba abajo, en la parte inferior, esperando, tranquila y sosegada. Volvió a sonreír pensando que uno no puede empeñarse en construir estructuras que no llevan a ningún sitio, complejas, con mil elementos y funcionalidades, con diversos engranajes y ruedas dentadas que hacen girar otras ruedas....es un empeño vano y sin final. A veces, de la manera más inesperada y acogedora, te cruzas con quien debes, y todo encaja, mecanismos sencillos que funcionan a la perfección, mundos exclusivos donde sólo caben dos, pero parecen la humanidad entera. En ocasiones los olvidamos en un cajón por necesidad, pero con el tiempo suficiente, muchos meses, y varias estaciones, sonreímos al comprobar lo sencillo que puede llegar a resultar encontrarse en el punto exacto donde todo empieza.

Recogió con cuidado el reloj de arena y lo sostuvo horizontal en su mano derecha, lo conservaría por si alguna vez podía regalárselo a quien lo había inspirado. Se puso en pie y caminó despacio por aquella senda empedrada que le devolvía al pueblo. Al llegar a la puerta de aquella casa, sus amigos ya habían recogido todo y lo habían guardado en el coche. No le dijeron nada, sólo le miraron con otra sonrisa en sus labios y uno de ellos le preguntó, "¿volvemos?".
Abrió la puerta del coche, respiró hondo mirando desde lejos de nuevo el viejo faro en la punta oeste de aquel punto del mapa y arqueó su sonrisa al reconocer en la memoria de su olfato el olor aquel que tiene guardado entre los dedos. "Si, ahora podemos volver".

Resonando: Paris sunrise #7_Ben Harper

21 julio 2008

In journey


Hacía tiempo que un spot no me llamaba la atención de este modo. Si, es publicidad... pero contiene dos elementos que lo
hacen muy bueno:
- Transmite de manera casi perfecta el mensaje al que quiere asociar la marca (que sólo aparece en dos ocasiones muy breves), y lo hace
a través de secuencias muy bien rodadas, y que contienen elementos que todos, en uno u otro caso, asociamos íntimamente
a cualquier viaje: un amanecer, quedarse dormido apoyado en una ventanilla, las hojas de un libro alborotadas por el viento,
una ciudad enorme y desconocida, el silencio, la soledad de un determinado momento, esperas, lentitud, sosiego....
- Una melodía exquisita (de Gustavo Santolalla, por cierto).



En cualquier caso una especie de guiño para los que van a comenzar sus vacaciones, para los que estamos a la mitad, o para cualquiera
que le guste.

(Sigue siendo punto y seguido).

09 julio 2008

Punto y seguido


En las esquinas de las madrugadas frías de un invierno cualquiera, a veces se conciben las ideas más extravagantes, e incluso se han dado casos en que lo extravagante que se arremolinó en una noche densa de final de un verano, fuese capaz de llegar, atravesando, dos estaciones más, casi como si entendiese desde el principio que lo merecía el hecho de haberse gestado deliciosamente al amparo de otro tipo de estación, abandonada.

Sin quererlo, al menos conscientemente, en ocasiones escribimos mensajes mentales, los guardamos en una botella invisible y los lanzamos a un mar personal que ondea en los calendarios y en las esferas de los relojes, yendo y viniendo al ritmo de las mareas orgánicas, de las tonterías con que a veces nos entretenemos, de las semanas inabarcables, de los errores y los tropiezos, de las breves canciones susurradas, de lo que parecía ser y nunca llegó a ser y nos desorienta, de las ganas que se descorchan y se cuelan por el sumidero, de los recuerdos y los proyectos, de las debilidades infinitas asumidas y de los pequeños triunfos ante uno mismo, de ver amaneceres mientras nadas lentamente en una piscina sin nadie, de carcajadas sin sentido y la gracia que tuvo llegar hasta allí, de terminales y aeropuertos, de frases descolgadas de la boca, de encontrar faros donde todo empieza y las impuntualidades, de besos en la comisura de los labios y las ansias de la ropa en el suelo de una habitación, de lluvias que decoran el tacto desleído en tantos días, de la intimidad atesorada para cuando sea menester, de los cambios de horizonte, de masticar tanto como sea necesario para entender, de decisiones que te hacen mejor aunque duelan, de conciertos y cuentas pendientes con lugares, de seguir descubriendo y guardando cosas que contar, de volver a hacerlo más azul.

Aunque parezcan iguales, hay muchas cosas que al cabo del tiempo, son diferentes. Mientras tanto, disfruten de sus vacaciones. Punto y seguido.

Resonando: Outro with harp_CocoRosie

06 julio 2008

Alguna llegada

El tipo con los ojos todavía algo hinchados por el sueño que acumula, coloca su equipaje de mano dentro del compartimento y empuja la puerta hacia abajo hasta que escucha el chasquido metálico. Se sienta y respira profundamente un par de veces como si acabase de escalar una montaña y hubiese llegado a la cima justo en ese momento. Cierra los ojos unos segundos y piensa que se ha dejado olvidado, sobre la mesa de la cocina, un par de periódicos de la semana pasada. Le molesta acordarse, ahora, de eso. Gira su cabeza a la derecha y por la brumosa ventanilla ve, al fondo, una ciudad desperezándose. El avión se pone en marcha y escucha el murmullo poco claro de alguien que enuncia la información básica del vuelo.

Piensa en lo solo que se ha quedado ese amable viejito que vive enfrente suyo, el sándwich mixto que de repente le apetece y en una fábrica blanca con la que debió soñar hace unas noches. Se escucha el bip que le permite desabrocharse el cinturón del asiento, pero lo mantiene abrochado. Se coloca los auriculares del mp3 que sostenía en su mano izquierda durante el despegue y lo enciende. Esta noche, en esa ciudad a la que vuelve tanto tiempo después, quiere ir a cenar a ese restaurante que recuerda nítidamente como si todavía fuese entonces, aunque lo que realmente le apetece es probarse a sí mismo si es capaz de recorrer el camino que va de aquella avenida hasta la puerta del local.

La mujer que hay sentada al otro lado del pasillo, una fila por delante de la suya, le resulta familiar, pero no le creería si se lo dijese, así que cambia el plano de la mirada por el ángulo delicioso que ofrecen unas piernas perfectas unos cuantos asientos por delante y juega a imaginar el rostro que mejor encajaría con esos muslos, pero la mujer que le resulta familiar ha girado su cabeza y a intervalos suficientemente distanciados entre sí, le observa, creyendo probable y malamente, que él no se ha dado cuenta.

Vuelve a sonar el obediente bip acompañado de la señal luminosa. Apaga el mp3 y mira las manos de la mujer. Le gustan. Quizá los ojos, al mirarlo de frente, sean tan negros como él quiere recordar que son.
De nuevo el murmullo inodoro resonando por los altavoces del avión y él piensa en unas sábanas blancas y unas almohadas mullidas y todo el tiempo del mundo.

Casi no queda nadie en el avión, coge su equipaje de mano y camina despacio hacia la salida. La azafata le da los buenos días y se adentra en esa especie de gusano opaco que le devuelve a una terminal.

Las puertas automáticas de llegadas no paran de abrirse al fondo, y pulsa de nuevo el botón que inicia la música en sus oídos. El olor a mar le despierta algo en el estómago, sonríe, y tras la puerta decorada al ácido lee los labios perfectos de la mujer de los ojos negros que le preguntan cuánto falta para volver a verle.

Resonando: Beautiful boyz_CocoRosie y Antony Hegarty.

30 junio 2008

Y algunas veces

Sin luz, con las sábanas enredadas en las cartas que muestran 21 para la banca y tu sonrisa helada que no acaba de creerse que esta vez te estés colocando los zapatos a los pies de mi cama.

No haces ruido para no violentar al sábado por la noche, que cuando se despereza nos emborrona la razón y nos malbarata los planes que tejemos malamente el resto de la semana.

Tardas más segundos de los esperados en cerrar la puerta, como si en tu cabeza siguieses sacando punta a esa pregunta deshuesada entre tu respiración lenta que te he lanzado un rato antes, mientras tus ojos se cerraban unos instantes y durante un momento te has reído al decirme que nuestros cuerpos sólo saben bailarse mutuamente cuando hay sexo en el menú del día.

Cuando se hace de noche y la ciudad pone los dos intermitentes a funcionar, caminas despacio, y muchas veces, entre el portal moderno y desangelado de tu oficina y el asiento de tu coche, me has confesado que piensas en mí, pero cuando metes la llave en la cerradura de tu casa, apagas las ganas, porque no tienen visado para atravesar esa frontera.

Y mientras todo va sucediendo, y se va deglutiendo a sí mismo, yo paso tardes enteras sin acordarme de ti, pero pensando en que te echo de menos, mientras tus tacones vuelven a pisar suelo conocido y tu mente quiere quedarse un poco más viendo pasar las horas por esta ciudad tan dada a pintar de oscuro las noches extrañas en que no pasa nada pero todo te puede, a vaciar museos, a mojar calles, a silenciar avenidas, a pacificar esquinas o industrializar sonrisas, a cambiar señales.

Mañana también tardarás más de lo habitual a cerrar la puerta pensando de nuevo en que te he susurrado una vez más, "quédate".

Resonando: How you see the world_Coldplay

22 junio 2008

La luna con las manos frías 1.2

Bajó la cabeza instintivamente cuando se cruzaba con aquella pareja en la acera, para no golpearse sin querer con el paraguas que ellos sostenían y que, quizá, en su embeleso, no habían sido capaces de apartar un poco para que ella pudiese pasar sin problemas entre la fachada y ellos.
Cuatro pasos más allá se quedó mirando un escaparate unos minutos. Primero observando con cuidado aquel juguete antiguo de madera que siempre se detenía a contemplar cuando pasaba por aquí, y unos segundos más tarde, ya sin pretenderlo conscientemente, o quizá dejándose vencer por la desidia aceitosa de ese juego ineficaz de la fantasía, pensando en él, en lo que estaría haciendo ahora, en las palabras que compartieron dos meses antes justo delante de este mismo escaparate, cuando ambos se detuvieron frente a él y guardaron silencio al principio. Ella ensimismada con ese juguete de madera y él, al rato, como dejándolo caer, soltando aquella frase, demoledora, aunque no supiese realmente que lo estaba siendo, pero como solía serlo con más frecuencia de la que podría haber creído.

“Es bonito el reflejo de este escaparate, es un reflejo silencioso, pero nos muestra como una pareja cotidiana. Si uno se fija, desde el otro lado de la calle en el reflejo que exuda el escaparate, nos vería a ambos, tú con la mirada puesta en un objeto al otro lado del cristal, y yo buscando con simulada destreza cuál puede ser ese objeto, para no tener que preguntarte, dentro de unos días cuando venga a comprártelo, y poder regalártelo por sorpresa”.

De nuevo, con cierto grado instintivo en el gesto, Claudia varía el gesto, su mirada, para apoyarla en la acera del otro lado de la calle, en el lugar hipotético donde podría haber estado aquella tarde ese observador omnisciente al que se refería Bruno con aquella frase que le gustó tanto, que acabó de mostrarle las ganas de él, en el supuesto de que no hubiesen sido ya demasiado patentes. Esta vez, al otro lado de la calle, otras personas caminaban apresuradas sin fijarse en nada, nadie parecía ser el observador discreto de aquella frase de Bruno de dos meses antes, pero tampoco, para variar el cuadro un poco más, ella le tenía a su lado ahora.

Se abrochó el último botón de su abrigo y se puso a caminar de nuevo, girando rápidamente en la primera esquina, para apartarse cuanto antes de esa calle, del escaparate y del reflejo que se lo comía todo.


Resonando: la canción del relato

15 junio 2008

¿Vas a venir?

Quizá no importe, o siempre haya importado demasiado, quizá nunca supimos hacerlo como sabemos hacerlo ahora, pero las cerraduras nos muestran insidiosas algunos detalles que no quisiéramos ver el uno del otro, pero no podemos dejar de mirar. Tú miras, y aunque no te gusta lo que a veces ves, sigues mirando, y me preguntas, y yo envuelvo la respuesta de modo que sin mentirte, nunca lo he hecho, se envuelve lo suficiente, e insistes, de modo que ya no envuelvo nada, te muestro lo que hay, de manera directa, clara, así está todo, ese es el que soy, desde ayer, y ya hoy.

Y aunque no lo veo, lo sé, sé que pondrás esa mueca que conozco, que conocía, perfectamente, agradeces mi sinceridad, pero hubieses preferido que la verdad fuese otra, distinta, más neutral, más aséptica, más limpia, pero no lo es, lo que hay lo percibes cuando miras por esa abertura esquiva de la cerradura, cuando me ves convertido en lo que hubieses querido que fuese ya entonces, pero no era todavía.

Yo respondo y pregunto, tú no contestas, pero sí preguntas, y vuelvo a responderte, aunque ya no pregunto más, eso lo sabes, no insisto, pregunto una vez, sabiendo que me has entendido, y si evitas la cuestión, si rozas la curva delineada de la pregunta, si conviertes el texto en otra cosa, no insisto, ni por orgullo ni por nada, simplemente no continuo por ahí, lo amartillo en el trastero de los meses huérfanos y lo dejo estar.

No te lo he dicho, ni te lo diré, pero yo también sé atar cabos (no demasiado bien, eso si, pero algo me ha quedado), y aunque nunca respondas a mis preguntas, sé por dónde respiras los números impares, qué lagunas te horadan los labios, qué lista de la compra guardas cuando te das un baño y qué te hiere las ganas, pero sólo lo pregunto una vez, para escucharlo de tus labios, y como nunca lo dices, no vuelvo a preguntar.

No sé si eres consciente, de esto no estoy nada seguro, pero hay alguna casualidad extraña que nos ha dado una breve oportunidad de poner los relojes en hora. Sé que es breve, enorme y potente, pero breve. Por una vez, yo he llegado a tiempo. Quedan pocos minutos para que tú puedas girar la esquina y aparecer. Luego ya no. Habrá ciudades extrañas, esquinas de avenidas que no se conocen, y las cerraduras no dejarán pasar la luz. ¿Vas a venir?

Resonando: Peak bomb_Kalim Shabazz

09 junio 2008

Qué importa

Hay días que parecen mondas de lapicero recién afilado, con ese olor tan característico que algunos debimos almacenar hace muchos años y de vez en cuando nos supura por el tubo digestivo para quedarse el tiempo que dura el cielo azul en una primavera como esta, al borde de los labios.

El estómago y una sensación extraña de desubicación han celebrado sus fiestas patronales contigo el fin de semana, y como los familiares coñazo, no acaban de irse ni cuando el cielo gris desenfunda sus armas y araña la mañana de un lunes cualquiera.

Resarcirse parece despechado del vocabulario mientras los botones absurdos de una máquina clonada impactan indiferentes contra las yemas frías de tus dedos, que a estas alturas del día, ya tienen ganas de irse a dormir sin acabar de intuir la cantidad de veces que tendrán que pulsar unas cuantas letras, al derecho y al revés.

Como si todo pudiese contenerse y desarrollarse bajo una carpa y rodeado de carromatos, a cada minuto te puedes escuchar pensando que eso que te acaban de contar sólo puede ser superado por un más difícil todavía, y un par de horas más tarde, cuando algunas de las primeras cosas ni siquiera estaban encauzadas del todo, hale hop!

Los alrededores de la ciudad parecen haberse contagiado de esa sensación de desubicación tan personal, y como signo de deferencia, te han dejado sólo para ti el dolor de estómago para que te acompañe inquebrantable y desmigadamente letal por esas carreteras tan anchas que a veces no te reconocen.

Por eso, cuando a tu espalda, la puerta se acopla sobre el marco de madera rítmicamente, la mejor apuesta del momento encaja a la perfección entre unas sábanas recién estrenadas y el cielo del paladar repite eso de "sometimes, even the right is wrong".

Resonando: Lovers in Japan_Coldplay

05 junio 2008

Going down


Aquellos tres músicos lo hacían bien al fondo de aquel local. Desde la barra, con aquel vaso de boca ancha y cristal grueso lleno de cubitos de hielo y un whisky color miel al fondo, no pude evitar tu mirada desde el otro extremo.

Horas atrás, mientras tus palabras se desdibujaban en una servilleta mugrienta que habías puesto en mi mano al salir de aquel sitio donde las tapas siempre sabían bien, había comenzado la cuenta atrás hasta el borde de tu cama.

Ahora, mientras las notas bien cosidas de aquellos músicos conseguían hacerte mover el cuello al ritmo intermitente que bailaba tu pelo, yo daba vueltas al vaso de boca ancha que se dejaba rozar entre mis dedos mientras esperaba hacerlo mucho mejor contigo.
Reías con tus amigos, pero cada traspiés de reloj te recordaba a la misma velocidad lo que todavía no nos habíamos dicho, pero ya habías escrito en una servilleta.

A cámara lenta iniciaste tu caminar, como si las notas del bajo y la batería marcasen tu modo de moverte, y le regalaron a mis afortunados ojos el premio de comprobar a la luz de los escasos focos halógenos que iluminaban aquel sitio, cómo tocaban con sensualidad tus caderas la tela interior de aquella falda.

Tus tacones marcaban el compás, mientras iba comprobando cada vez con más intensidad, cómo el color del whisky había conseguido contagiar al de tus ojos, y convencerlos entre susurros de que se encendiesen con las campanadas de medianoche.

Las doce, gritaba cualquier catedral cuando te apoyaste en la barra, a mi lado, y el olor que salía de tu cuello acabó de emborracharme las ganas de hacer añicos tu ropa.
No me dirigiste la palabra, y cuando tomaste aquellas dos copas en tus manos y regresaste lentamente a donde estabas, la gente de tu grupo no sospechó que en aquella servilleta habías escrito "quiero que bailemos lento en una habitación ardiendo".

Resonando: Slow dancing in a burning room_John Mayer

01 junio 2008

El olor de las burbujas

Mientras el agua golpea revoltosa la porcelana de la bañera, donde ya pueden olerse las burbujas jabonosas que algodonan la superficie, toda la casa se llena de ese sonido sincrónico casi emanando de lo más salvaje de tu propio instinto, convirtiéndose en música. Despacio, lentamente, vas encendiendo una a una las velas, al borde de la bañera, junto a la puerta, y a cada pocos pasos, en el camino que va de uno al otro punto, sobre la madera tan moderna que lleva hasta el agua caliente y repleta de burbujas con olor dulce.

Vas desabrochando uno a uno, con los ojos cerrados, los botones de esa camisa blanca que tanto te gusta, despacio, uno, y después otro, y sin querer, en los botones impares, la punta de tus dedos roza mi piel durante unos milisegundos.

De un modo apenas perceptible, susurras algo muy cerca de mi oído y durante unos instantes mi cerebro procesa, calmado y algo perezoso, tus palabras, para que segundos después el resto de mi cuerpo inicie el proceso adecuado para hacerlas caso.

Mis manos te agarran por las caderas mientras mantienes los ojos cerrados y los labios milimétricamente entreabiertos por donde comienza a escaparse algo más de aire de lo habitual.

Te dejas apoyar contra la pared mientras los botones de tus vaqueros chasquean sordamente cuando se van desabrochando con la cadencia de diapasón con que mis manos van quitándote la ropa.

Cuando nuestras respiraciones ya bailan entrecruzadas en mitad del trayecto que separa nuestros labios, tus manos inician su recorrido por mi pecho...y las burbujas algodonosas del agua no tienen la intención de ahogar, en sus risas juguetonas, la cantidad de deseo que nos cabe, otra vez esta noche, entre tu cuerpo y el mío, mientras en una esquina de esta casa, varios relojes mudos danzan al ritmo tribal que envuelve también el brillo de tus ojos, y las sombras esperan, ansiosas, escucharte sonreír.

Resonando: Do the night_Applescal

28 mayo 2008

Lo que no vas a ser

A veces dos exclusivos minutos le dan sentido a todo el día, o a una semana, o a las últimas quince tormentas y naufragios.
En ocasiones unos ojos aclaran el cielo más nublado del último siglo, los charcos más densos del mes y tanta lluvia.

De repente, aunque uno pueda intuirlo en breves destellos si se hubiese parado a pensarlo adecuadamente, el invierno puede mandarse al carajo en el nacimiento de un escote concreto.

Hay instantes que nos dan en todo el rostro como si nos hubiésemos golpeado contra un enorme cristal blindado y siguiésemos sonados durante un buen rato después.

A veces puedes compartir el sueño a distancia, y al despertar seguir manoseando los minutos que te separan de tus labios favoritos.

En ocasiones descubrir lo que te gusta puede mostrarte, sin querer, lo que te define y te desquicia, lo que podría ser un resumen desvencijado y extenuado en una conversación absurda en una barra de bar en mitad de la madrugada junto a una desconocida.

Hay momentos que destiñen la ciudad y la dejan desastrosa, con las calles malencaradas con el rimel corrido y gritando paranoica que no la abandones precisamente ahora.

A veces todos los hilos inservibles y desmembrados por todos lados, el mundo abierto y tantos escenarios girando a la vez se pueden resumir y acabar en el roce perfecto de una piel deseada y en unos segundos de respiraciones entrecortadas que valen por mil noches sin sentido ni destino.

En ocasiones el mundo que no tendrás entre las manos está dentro de unos vaqueros y su olor se queda entre tus dedos toda la noche.
Hay momentos tan potentes, aún sin apenas duración, tan irónicamente retardados o encaprichadamente demorados, que llevan tus ganas al borde de una azotea.

A veces, en ocasiones, hay momentos tan irremediablemente inevitables y deseables, que te desnudan de lo inservible y te muestran lo que no vas a ser.

Resonando: Los tesoros imposibles_Huecco.

24 mayo 2008

La luna con las manos frías 1.1.

Recoge la libreta de tapas negras donde escribe textos que le vienen de repente a la cabeza, como destellos en mitad de la noche, como gotas de lluvia dispersa que de repente, cuando la tormenta ha dejado de descargar, caen sobre los charcos que se quedan sobre las aceras. Levanta la vista, de nuevo, hacia esas cristaleras algo sucias y una señora camina cuidadosa en una especie de equilibrio mal calibrado entre los charcos reales que se aposentan sobre las aceras y la calzada ahí afuera, mientras sujeta un paraguas demasiado grande con su mano derecha y una bolsa donde se marcan las gotas de agua en su mano izquierda.

Esa escena le parece algo forzada, y aguanta unos segundos más en la silla, sin moverse, mientras termina de ver pasar a la señora de la bolsa, como una equilibrista novata en uno de sus primeros ensayos.

Cuando la calle vuelve a quedarse vacía, recoge también el móvil que estaba sobre la mesa y lo guarda en uno de los bolsillos de su abrigo. Sabe, sobradamente, que ella no contestará ahora, porque nunca lo hace, casi como un ritual tácito que mantienen desde aquella tarde lejana y algo bizarra en que se conocieron. Los mensajes en que sólo se intercambian un párrafo, una frase, una sensación o un puñado revuelto de ansias, no se responden de inmediato, se dejan reposar, y se responden horas más tarde, cuando ya no se los espera, llegando como por sorpresa, con otras sensaciones, otros párrafos, con un puñado de guiños implícitos y varias ansias concatenadas.

Por eso guarda el teléfono, coge su libreta y se levanta. Hace dos horas que ha terminado uno de esos turnos salvajes de más de 30 horas seguidas y aunque está terriblemente cansado y apenas puede mover las piernas con suficiente pericia, se ha detenido en este café tan pequeño y acogedor que hay junto a su casa.

Lo regenta una familia hindú, y a estas horas, normalmente, suele estar sólo la hija pequeña de la familia atendiendo el negocio, de unos veintitrés o veinticuatro años. Le conocen, todos, el padre serio y la madre alegre, la hija mayor que empieza a tener esa seriedad paterna en su forma de hacer las cosas, como si la responsabilidad probablemente inculcada año tras año desde que nació, empezase ahora, por fin, a tomar cuerpo, y en contraposición, la frugalidad profesional de la hija pequeña, que hace todo como si nada fuese importante, aunque no sea consciente plenamente de esa levedad que impone a todo aquello que toca o hace. Camina entre las mesas como si siempre sonase alguna melodía pop en su cabeza, mira a los ojos con el descaro placentero de quien no ha sido educado en una senda hipócrita de clase victoriana, toca el dinero como si no lo fuese, como si realmente tomase o devolviese piezas de un puzzle que no acaba de comprender, pero tampoco le interesa mucho, y a Bruno, esa forma de hacer, le gusta, porque cuando la observa, desde su mesa, parece que nada es lo suficientemente grave como para que no pueda curarlo la mirada negrísima de esa chica joven.

Quizá por eso le gusta este café, donde acude casi cada día. Ya le conocen, y no necesita pedir nada. Entra tranquilo, como si reconociese su sala de estar en este lugar, busca una mesa libre, preferiblemente junto a los ventanales algo sucios, y se despoja del abrigo, del paraguas, de lo que sea que le incomode, y abre su libreta. Unos segundos después, puede escuchar, de fondo, cómo la chica joven recoge unos cuantos cientos de granos de café de una de las grandes bolsas que jalonan el interior del mostrador, y cómo, acto seguido, se escucha el repiqueteo del molinillo automático triturando los granos. Unos minutos después llegarán los pasos tranquilos y musicales entre las mesas, de la muchacha acercándose para posar sobre la suya una taza y un plato verde, un pequeño cestito con bolsitas de azúcar de diferentes tipos, la cucharilla y un bombón de chocolate. La dejará sobre la mesa con diligencia y le sonreirá.

Recoge el abrigo y se lo pone. Sonríe a la muchacha que le sigue con la mirada tras el mostrador y sale del pequeño local. Desde la puerta, a miles de kilómetros de las copas de los árboles que Claudia tiene frente a sus ojos, tampoco se ve a nadie en las aceras y no parará de llover. Ya conoce la lluvia de esta ciudad. Se sube el cuello del abrigo y echa a correr. Ha olvidado el paraguas, esta vez, en la taquilla del hospital.

Resonando: La canción que acompañará a la historia.

20 mayo 2008

Ya entonces


A veces damos vueltas sobre un mismo círculo pero no somos conscientes de ello. El paisaje parece diferente, el olor, los colores, nuestras ganas, si pasa el suficiente tiempo, pueden cambiar varias veces de postura, pero seguimos serpenteando sin saberlo, o mejor dicho, sin haberlo pensado realmente porque quizá la respuesta no nos convenía, de tan imposible y certera que podía llegar a ser.

Así que aunque no lo sepa sigo transitando en ese caótico juego sin normas ni medidas intentando encontrar un sitio al que desear volver, al que en ocasiones llegué tarde, otras veces llegué demasiado pronto y otras ni siquiera acabé de llegar nunca.

Por eso dejó de importar el número de naufragios consecutivos que se sucedían y los choques frontales olvidados una milésima de segundo después de que un par de orgasmos se balancearan desinformados sobre el cabecero de alguna cama anónima. Los fondos de los vasos, las farolas disfrazadas de luna y los bordillos que marcaban el camino a casa dejaron de saber lo que contarme, mientras sin saberlo seguía macerando algo que ya estaba allí aunque no alzase la voz, desde mucho antes.

Aún a pesar de todo, todavía no alcanzo a reconocer del todo esa sensación amarga en el cielo del paladar de los fraudes mal vendidos en technicolor, el alimento ponzoñoso envasado en los malos guiones que nos educarían la adolescencia o los sueños revendidos y usados por multinacionales que no decían, ni siquiera en su letra pequeña, que acababan en un centro comercial un nublado sábado por la tarde.

Todo aquello que desde aquel momento se fue desarrollando en paralelo junto a esa existencia convencional de lo que había que hacer, que me dejaba varado a mitad de muchos caminos, que me hacía parecer un bicho extraño o que me resumía en esa etiqueta tan socorrida como absurda de "claro, como eres tan raro", me dejaba a los pies de cualquier día como hoy.

Ella no lo sabe, no se lo he contado aún, pero aunque parezca bizarro puedo asegurar que me llamó la atención nada más verla, hace ya demasiados años, o no tantos, según se mire, entre los edificios antiguos que contenían tantas clases, las estanterías enormes llenas de libros al caer la tarde y las cristaleras empañadas de los días de lluvia que hacían de horizonte entre partida y partida de mus. Pero recuerdo perfectamente que la veía de vez en cuando dentro de aquel microcosmos, y ya entonces me gustó. Ninguno sabíamos entonces que nos volveríamos a encontrar, y yo, además, ignoraba incluso que fuese a estar caminando en círculos tantos años desde entonces.

Probablemente también he llegado impuntual esta vez, aunque no me sorprenda. Probablemente tengo más círculos alrededor de los cuales seguir serpenteando. Probablemente no es consciente de que aún los detalles más pequeños, cuando los encadena como sabe hacer, tan adecuadamente, la convierten en mi paraíso secreto. Pero lo que seguro no sabe, porque nunca se lo he dicho, es que ya entonces, me gustó.

Resonando:
Nude_Radiohead
* Fotografía de Getty Images

16 mayo 2008

La luna con las manos frías 1.0.

-¿Por qué has abierto la puerta de la terraza?

Levantó la mirada de entre aquellos folios fotocopiados por las dos caras y puso una leve mueca de fastidio.

- Porque necesito esa brisa de por la mañana entrando mientras me tomo el café y leo este texto tan extraño de Bruno.

Ella devolvió la mirada a los folios sin prestar atención a nada más que a la redondeada caligrafía del papel, sin darse cuenta de que la persona que había iniciado la débil conversación se volvía lentamente después de haber seguido unos segundos mirándola fijamente. Y mientras se volvía, mascullaba algo más, como si fuesen las cáscaras arrinconadas de la pregunta inicial "pero esa canción repitiéndose una y otra vez por toda la casa...digo yo que eso si que no será necesario".

Ella agarró la taza blanca con su mano izquierda y sorbió un breve trago del café mientras el aire suave y todavía limpio de la mañana le desperezaba el cabello con cierta parsimonia. Levantó, de nuevo, la mirada, esta vez sin que nadie la interpelase, sólo para observar, desde su agradable rincón, una parte de la terraza, con sus sillas de madera alrededor de aquella mesa tan bonita de la que se había encaprichado hace dos veranos, una tarde algo boba que habían pasado ella y Bruno, revoloteando por aquel polígono ajeno de las afueras.

Dejó los folios sobre el sillón y se levantó tranquilamente. Salió a la terraza, habiendo recogido una chaqueta que se fue colocando a medida que pisaba sobre las losas frías, porque la brisa, directamente, le producía algo de frío. Sacó mecánicamente un cigarrillo del bolsillo derecho de la chaqueta y lo encendió mientras se apoyaba en aquella baranda de piedra que daba paso a un muestrario de copas de árbol.

En el otro bolsillo, como un insecto inquieto, se movió su teléfono móvil. Lo extrajo con lentitud, y vio el sobrecito que le recordaba la presencia de un nuevo mensaje de texto.

Se giró para que su voz se pudiese oír claramente dentro de la casa.

- ¡Martín, sube la música, por favor!

Nadie le contestó desde dentro, pero unos segundos después, aquella melodía que adoraba salía por la puerta de la terraza para abrazarla.

Respiró hondamente y abrió, con tres pulsaciones sencillas de las teclas, el mensaje que la esperaba. "Llevo demasiadas horas seguidas despierto. Ahora mismo, justo delante de mí, tras el cristal sucio de esta cafetería, llueve y nadie camina por las aceras que veo. Pero sé, seguro, que tú estás haciendo revolotear tus ojos por las copas de los árboles que hay frente a tu dormitorio".

Resonando: Esa canción de las mañanas sin mucho sentido.

11 mayo 2008

Esa lluvia a medias

Esa lluvia, mientras suena sin parar la canción en mi cabeza, me sorprende llegando a casa una tarde cualquiera, desgastado, en uno de esos días imprecisos en que nada parece encajar dentro de uno mismo y sin embargo nada duele, simplemente sucede, y uno, su ánimo, su respiración, parece desacompasada con el mundo, pero no importa. Camino entre la gente y me voy mojando, porque no llevo paraguas, levanto la vista un momento hacia el borde que enarcan los paraguas ajenos y pienso que debo ser el único en toda la ciudad que hoy no se acordó de cogerlo, pero aún así, no importa.

Esquivo una y otra vez a esos rostros algo anodinos que vuelven a casa, o siguen su labor mientras la ciudad se va empapando. Algunos llevan bolsas, otros maletines, ellas bolsos, algunos otros mochilas, carpetas, hay quien no lleva más que la empuñadura de ese paraguas que sí recordó tomar, y a mí me sorprende con las manos en los bolsillos, de una manera inconsciente, como si realmente ese gesto, buscase casi únicamente, abrazarme a mí mismo un poco, pero no importa.

No he apresurado mi marcha, simplemente sigo caminando por las calles, mientras sigue lloviendo y me sigo mojando, de vez en cuando alguna persona con la que me cruzo me mira con gesto de pensar que estoy loco por no apresurar mi marcha, pero se me predibuja una sonrisa en los labios al pensar, no importa, y continúo caminando. Quizá, al fondo, casi de una manera que no quiero percibir, se escucha el tráfico atropelladamente denso de los días lluviosos, pero tampoco importa.

Y mientras me acerco a mi casa, mientras recorro con pulcritud cada uno de esos gestos o sensaciones del día que no han encajado dentro de mí, mientras voy recorriendo los últimos metros antes de alcanzar el portal y mido las consecuencias de la acumulación de todos esos pequeños detalles que no han sabido encontrar su sitio adecuado dentro de mí, pienso que no importa, que apenas restan un par de metros para que introduzca la llave en la cerradura del portal y apriete con cierta desidia el botón del ascensor que iluminará de rojo esa flechita que hay junto a él, y que entraré en el elevador y pulsaré mecánicamente el piso correcto, que saldré empapado y cansado, con ciertos resortes anquilosados de mi interior, y con ganas de un abrazo caliente que llevarme a la boca, pero que abriré la puerta, y me quitaré la ropa empapada, y me daré una ducha cálida que me resarza o simplemente me deje tranquilo, mientras la canción sigue sonando, como sonaba en mi cabeza mientras llovía, mientras me empapaba y recorría uno a uno todos los detalles que no han encajado pero que, como un niño que no acaba de colocar las piezas de madera en sus huecos adecuados, simplemente las deja estar.

Yo también lo hago, he dejado estar todos esos detalles y ahora, mientras el agua caliente deshace el cansancio y llena de vaho el baño, la canción suena ya no sólo en mi cabeza, sino también por toda la casa, y en unos segundos estaré de nuevo bajo el agua, esta vez caliente, de la ducha....y mientras pienso que no importa, seguirá sonando ese estribillo entre el olor algodonoso y el vaho que va decorando con delicia el espejo.

Resonando: I love the rain_Lenny Kravitz

* Tú lo empezaste a crear con tu interpretación deliciosa y esa maravillosa frase del corazón, las heridas y los charcos. La precisión invisible de nuestros ritmos lo hace mejor. Así que gracias.

07 mayo 2008

Sigo aquí

La copa hace un ruido desleído cuando el vino se resbala dentro. Hasta los vecinos y sus manías coñazo parecen haber desaparecido hoy, como si por una vez hubiesen tenido el leve detalle de dejar que todo el silencio que se escucha ahora, permaneciese así un rato más.

Hubo un tiempo en que me descolocabas casi cada día, o a cada hora para ser más precisos de lo que pretendo. Yo me bamboleaba cada nueve minutos, a tu paso, a tus gestos, a tus frases escuetas, a tus reacciones. Iba de un lado al otro de mi barco. Si, no pretendo utilizar el posesivo en un ataque furibundo de ego, ya sabes que se jubiló muchos años antes de que ni siquiera llegásemos a intuirnos, sino que utilizo esa expresión como contraposición descarada, o como resumen, era mi barco, porque no había nadie más allí.

Pues eso, que por entonces rodaba por cubierta cada tres por tres, cuando me llamabas a cada rato para sujetarte inmensurablemente y con descaro, cuando huías entre medias, cuando callabas lo que se te podía leer en los ojos, cuando me perdía y no me encontrabas. Y a cada minuto yo rebotaba contra un lado, y al segundo siguiente salía despedido hacia el contrario, y vuelta a empezar, casi literalmente, porque durante mucho tiempo era como si no aprendiese, porque me desorientabas y podía pasar días enteros contando con los dedos las campanas de Gauss que formaban tus caderas en el aire al que provocabas orgasmos al caminar.

He abierto la botella de vino que acabo de comprar en esa tienda tan chula del centro. Lo he dejado respirando mientras ponía a descansar la corbata en ese esqueleto rechoncho del rincón, y me he lavado la cara y las manos para volver a oler ese perfume extraño que se ha quedado agarrado entre mis dedos.

He encendido ese fantástico aparatito que renové al otro lado del Atlántico y que parece adivinar, en ocasiones, lo que mejor le puede convenir a según qué noches.

He hecho resbalar el vino sobre una de esas copas que conseguí un mediodía tonto mientras un amigo y yo debutábamos en unos menesteres de los que seguimos riéndonos hoy.

He dejado esos documentos densos, que debía estar repasando ahora, sobre la mesa. He apagado las luces y he subido el volumen de la música para salir a la terraza.

Quizá todo aquello fue porque el que estaba desubicado era yo, tú no hiciste nada, al menos nada diferente, sólo estar, y yo nunca sabía leer lo que me decías con la mirada.

Porque hoy ni siquiera he notado ni una leve escoración, ni un tambaleo, ni un traspiés dubitativo o una punzada pedigüeña. Hoy no, hoy simplemente te he escuchado, sin parar, te he sonreído, me has tocado el brazo descuidadamente doce veces, me has seguido contando y un rato después me has llamado tres veces seguidas. Y yo, sigo aquí.

Será que esta vez sabía lo que ibas a decirme unas décimas antes de que saliera por tu boca. Ya lo había leído en tus ojos.

Resonando: La canción justa de ese grupo que siempre aparece cuando debe.
*Fotografía de Paul Souders