30 noviembre 2007

Aperitivos audaces y lo inesperado

Sin la prisa malbaratando caricias ni derrotando gemidos, sólo aquella noche contada de a dos, para las manos, los brazos, los labios y los ojos, para desliarse contra las sábanas o desenmascarar deseos en abrazos de lazos sin dudas.

El estómago solicitando convenientemente canciones de esa mujer, peticiones del oyente siendo atendidas y lo inesperado por llegar, mientras preparaba aquel plato lentamente en el horno. Saltó aquella canción en el CD sin saber que estaba allí y envolviéndose por pulgadas, centímetros y respiraciones. Una letra demasiado melosa pero una melodía hipnóticamente seductora. Cortando con parsimonia las verduras que acompañarían en ese viaje arrebatadoramente ardiente al pescado en la fuente de barro, el eco de su propia voz sobre el ritmo antiguo de la canción, y lo inesperado sin aparecer todavía, los sorbos demorados a la copa de vino, el horno expectante para cobijar aquellos ingredientes y el aceite de oliva lubricando la fiesta privada allí dentro, y recordar como un relámpago gracioso aquella propuesta sin respuesta.
La puerta del horno cerrándose entre la deliciosa voz que se confundía con un gemido privado, y lo inesperado sin suceder pero invisiblemente flotando sobre el perfume tras la ducha, y dos sorbos más, demorados en la copa de lágrimas rojas, mientras observaba hipnóticamente el baile detenidamente sibilante del pescado entre verduras y el tarareo en sordina de esa estrofa tan cursi, y la risa contenida de después, y lo insospechado sin hacerse real pero casi acabando su labor previa.
La temperatura culminando su trabajo, la orgía de sabor en su punto y como un guiño malvadamente preciso el timbre al fondo del rumor cadencioso de esa canción con tantos años que se había ido repitiendo varias veces seguidas al ritmo con el que se rozaban descaradamente los ingredientes de la cena.

La puerta se abría sin que durante esas décimas de desconocimiento tuviesen oportunidad siquiera de prever lo inesperado.
La luz tenue de la lámpara rara del pasillo inundando aquella falda que rodeaba con la ferocidad de lo previo, las caderas que estaban detenidas en la frontera imaginaria entre el rellano y el pasillo de nunca jamás de gravedad extrema.

- Espero estar a tiempo de aceptar aquella propuesta que me hiciste hace unas semanas.

Él se movió en diagonal su cuerpo para que ella, mientras seguía montada sobre su sonrisa culminada de seducción, traspasara la aduana inerme entre el mundo y lo inesperado.

- Aquel plan no entendía de agendas ni calendarios, por lo que no creo que le importe demasiado que hayas aceptado precisamente hoy.

El sonido de los tacones de sus botas contra las ganas de él parecían anunciar el deseo incontenible que no medirían los relojes un rato después.

- ¿Has preparado cena?

La puerta de madera se cerraba muda a sus espaldas y parecía decirles que la función estaba a punto de comenzar. y la melodía melosa pero hipnóticamente sugerente se enroscaba hábilmente para quitarle el abrigo a la recién llegada.

- El menú estaba incompleto hace unos minutos, no acababa de saber qué vino le iría bien, pero ahora estoy seguro.

Ella cantaba como por descuido la primera estrofa de la canción que impasiblemente le rozaba el cuello al salir en volutas desde el salón.

- Me gusta saber que el menú completo ya lo has decidido.

Apoyándose en el quicio de la puerta de la cocina le miraba alentando un baile demasiado parecido al que se había desliado un rato antes en el horno y generándole la duda de si debía comenzar el menú convencionalmente.

- Tengo unos aperitivos realmente audaces.

Ella sonreía mientras movía con seductora cadencia su vida al ritmo de esa batería de lujuria que anidaba en aquella canción.

- ¿Tan audaces como para querer llegar al postre?

Un par de pasos le acercaron a sus labios, pero a la distancia prudencial de lo previo, que se anunciaba en esos segundos lisérgicos en que las manos ardían y la piel se preparaba para rozarse.

- Tan audaces que pueden tomarse entre las sábanas.

Resonando: Le temps de l'amour_Françoise Hardy

28 noviembre 2007

De vagones y ojos verdes

Cuántas vidas cabrían en aquellas pupilas verdes y marrones a la vez, se preguntaba cada vez que la miraba, levantando la vista con cierta desidia de entre las páginas de aquel libro. ¿Alguien la querría, o al menos le acariciaría la espalda unos segundos antes de dormir? ¿Echaría de menos a alguien o simplemente se dejaba estar?

Las manos le gustaban, con aquellos dedos finos, como de pianista, y se sonreía por dentro pensando en esa expresión tan antigua, rozando con cierta expresión de atesoramiento el lomo del libro y la página de la derecha, como si fuese sencillo comprobar, al mirarla, que lo que estaba leyendo le gustaba.

Y aquella bufanda leve y verde que no se había quitado dentro del vagón, quizá por coquetería o simplemente por despiste o pereza, uno de cuyos extremos le caía plásticamente sobre el borde interior izquierdo de su cuerpo, rozando con milimétrica precisión su cuello, su pecho, su cintura.

Volvió a levantar la mirada y a reposarla sobre el cristal sucio frente a ella que dentro de aquel túnel se convertía en un espejo tiznado sin delicadeza por la luz industrial del vagón. Hacía aquel gesto con cierta cadencia, como si estuviese leyendo algo denso o importante, y cada cierto tiempo necesitase deglutirlo despacio. Pero en aquella ocasión le sorprendió, con un movimiento rápido e imperceptible, viró su mirada para ponerla justo sobre la de él.

En esas milésimas iniciales se sintió nervioso, al tener aquellos ojos verdes sobre los suyos, como si a pesar de llevarla mirando bastante rato, ni siquiera hubiera sido capaz de anticipar que le miraría en algún momento, pero con más celeridad incluso de la que hubiese esperado comenzó a sentirse confortable, como si de repente se estuviese dando cuenta de que los ojos de ella le tranquilizaban, le agarraban dulcemente a aquel asiento incómodo.

Ella volvió a su libro denso o importante y él, sin esperarlo de nuevo, se sintió un poco más solo.

El tren traqueteó metálicamente al salir del túnel y comerse poco a poco la estación. Se levantó con pesadumbre y se detuvo frente a la puerta. El cristal sucio ya no ejercía bien como espejo con las luces en estéreo, tan industriales también, del andén, y no pudo comprobar si los ojos verdes volvían a hacer otra pausa en el paseo por el libro denso o importante y le miraban la espalda.

Las puertas se abrieron con ese movimiento sincopado habitual y sacó el cuerpo, ahora cansado, al andén. Quince minutos después estaría preparándose cualquier cosa para cenar.

Resonando: Like eating glass_Bloc Party

25 noviembre 2007

Como cañonazos

Cuando menos te lo esperas, quizá después de llevar durmiendo varios años, y sin haberla vuelto a escuchar desde entonces, un día cualquiera, mientras tomas un café o cenas en un sitio nuevo, suena de fondo una de esas canciones, o cualquier otra que se guarda en la misma maleta decorada con luces fundidas y sellos de fronteras, y la reconoces en unos segundos, sin querer casi, y te vas enganchando al sonido, a las notas, a la barandilla de mucho tiempo atrás o simplemente a la de anteayer.

Al llegar a casa rebuscas en discos duros, en cajas de CD's o simplemente te das por vencido reconociendo que la perdiste en alguna mudanza o en un día festivo de los que no vienen en el santoral.

Y al pensarlo con más detenimiento acabas siendo capaz de casi tejer el edificio que formarían todas esas canciones que son capaces de transmitir con dos notas, una estrofa o simplemente un título, toda la información que cabe en la pituitaria de la memoria. Algunas llegan como torpedos, bajo el agua, sin detectar por el sónar de los días conjugados en presente, otras son cañonazos de barcos de recuerdos al abordaje que revientan el casco de madera de tu barco pirata en plena reforma de pintura, otras solamente son un katamarán a mar abierto en el mediodía cristalino y turquesa del verano que seríamos reyes, algunas llegan a la playa de un país extraño buscando porvenir y sólo encuentran miseria y demasiados restos de barcos naufragados en el fondo, que no le valdrían a ningún buscador de tesoros hundidos.
Puedes seguir intentando traducir todo aquel montón de bolitas de colores que forman parte de ti y recuerdas lo que sonaba en aquella gasolinera en mitad de ninguna parte donde se quedaron mis ganas de más y aún no he preguntado si siguen allí o regresaron de su Erasmus, o los anhelos que viajaban en cien aviones blancos que no tenían ruta de vuelta. Incluso las que están ahí desde el primer día, esas son las más potentes, porque tienen siete colores diferentes normalmente, como aquellos bolígrafos del colegio, o los helados de muchos sabores o las cajas de Plastidecor, y cuando las escuchas tienes la sensación de ir con un machete por entre una selva extraña y personal intentando desbrozar algo de la maleza de entre los labios o el estómago para que no pesen demasiado.

Lo bueno de todo esto es que esa jukebox intransferible crece cada día, rompiendo cremalleras, construyendo la enésima casita de naipes, pinchando globos, trenzando redes o endulzando cafés.

Resonando: Me equivocaría otra vez_Fito y Fitipaldis

21 noviembre 2007

Una idea suya

Todo el día rodeados constantemente de gente, el taxi rodeado de más coches que a primera hora de la mañana, tanto que todavía se apelmazaban con las últimas de la noche, le llevaba camino del aeropuerto.

Demasiadas caras dormidas frente al mostrador de facturación, y en los controles de seguridad, que monótonamente, desembalaban portátiles, se quitaban abrigos o vaciaban bolsos, y como en esas películas de serie Z caminaban en silencio y descalzos a través de aquel arco que parecía como del futuro hace unos años.

Palabras sueltas pidiendo un café y yendo hacia otra puerta, sentándose en el avión, música y la noche aún sobre la ciudad y el país del que se marchaba unas horas.

Y esa mujer a su lado parecía contener todas las palabras en la boca:

- Me gusta volar tan temprano, porque puedes imaginar durante un momento que el resto de tu vida comienza en otro país, en otra ciudad.

Ella no le miraba directamente al hablar, y durante unos segundos dudó siquiera que se lo hubiese dicho a él, como si fuese una letanía extraña que aquella mujer se dijese a sí misma para regalarse o dotar de mayor profundidad un sueño recurrente, o sólo una breve mentira piadosa consigo misma.

- Y sin embargo, las ideas que te esperan en el vestíbulo de llegadas internacionales son las mismas que se acostaron anoche contigo.

Le salió aquello sin pensar, mientras sí la miraba al decirlo. Comprobando al instante que ella volteaba su mirada hasta él y sonreía levemente, aunque no supo identificar de inicio si aquella sonrisa tenía más de desconsuelo o de curiosidad.

- Imagina por un momento que al llegar a ese aeropuerto, a esa ciudad, las ideas que recoges son las mías, y yo las tuyas.

Escuchado de aquella voz dulce y serena parecía tener más sentido de lo que hubiese sonado de haberlo dicho él mismo.

- No deberías tentar a la suerte de ese modo, ni siquiera imaginas lo que puede estar esperándome en aquel vestíbulo para colarse de nuevo en mi cabeza.

La mujer de voz dulce y serena soltó una carcajada directa y sincera, como si realmente aquello le divirtiese. Abrió el maletín que llevaba a los pies y extrajo una libreta y una estilográfica que extendió en dirección a él.

- Anota una idea, la primera que se te venga a la cabeza, y luego dobla el papel y me la das. Prometo no desdoblarlo y leerlo hasta llegar allí.

Él dudó unos segundos mientras ya sostenía el papel y la estilográfica entre sus propias manos, mientras ella le conminaba con sus ojos negros y profundos a seguir con aquel juego. Finalmente, con esa desidia algo servil que a veces le dominaba escribió en una de las hojas que había arrancado de la libreta, la dobló lentamente y se la entregó, recogiendo, unos minutos después, la que ella le daba con aquella sonrisa tan profunda como los ojos, en la comisura de los labios.

Como le ocurría a menudo incluso con su vida, se olvidó de aquel papel en cuanto puso los pies sobre el minibús que le llevaría a la terminal.

Catorce horas más tarde, mientras se quitaba la corbata y la chaqueta se caía del respaldo de la silla donde la había dejado al entrar en casa, vio sobre la tarima el pedazo de papel que ella había doblado cuidadosamente. Arqueó brevemente las cejas mientras miraba con cierta curiosidad andrajosa aquella mancha blanca en mitad del salón. Flexionó las piernas para recogerlo, y sin incorporarse abrió lentamente el papel. En una caligrafía redondeada y limpia podía leerse:

"Confesar al hombre que ha venido sentado a mi lado en el avión, que llevo meses siguiéndole".

Resonando: The scratch_Nitin Sawhney

20 noviembre 2007

La casualidad en 65 palabras


Era ahora, no podía ser antes ni después, era el momento justo. A veces son pocas, a veces son muchas, sólo depende de cuánto o de qué quieras decir, y de lo importante que sea. Era lo que esperaba encontrarme, sin buscarlo, eran las palabras que debía escuchar, sin saberlo, y siempre girando la casualidad, en todo, en lo que importa, en 65 palabras.

Resonando: In between days_The Cure

18 noviembre 2007

Como siempre y nunca

Con la conciencia tranquila y la rabia precisa miro a todos lados, dice en mitad de esa serenata de noches viudas de estercolero con sabor a frase hecha a las tantas de la mañana en el garito más de moda de la ciudad.

Y yo le creo, como siempre que dice cosas así, porque habla de eso que se te queda entre los dedos sin saber si guardarlo en el cajón en el que todo se queda dormido o junto a las revistas que hojeas los viernes después del telediario de mediodía.

Ya no queda humo en la galería de lujo privado que hay en tu cuello, pero ya no pido pase especial off the record, ni me acuerdo de contarte, ni me atrevo a sugerir, porque hice tantos planes de los que salías por los bordes, que ahora ya no tengo planos cada vez que salgo de casa y sigo perdiéndome como anteayer, y sin embargo siempre vienes conmigo a aquel lugar de barandillas y calles empedradas que me espera sin pedir nada a cambio.

Y todas esas habitaciones de picas, rombos o tréboles están ordenadas y relucientes, sin hipotecas que pagar y sin inquilinos molestos, las ventanas abiertas para que entre aire y viento y las noches que no nos espera se llena de velas, maullidos y chocolate y hace como si la mirásemos de reojo, deja la bañera llena de espuma y descuelga los teléfonos que están ardiendo para contar la historia de Turandot y cómo le gritan que nadie duerma en esa habitación acolchada que es única en la ciudad o en el mundo, según se mire.

Como dice también el que me escribe los credos, aunque tú no lo sepas me he acostado a tu espalda, como vuelvo siempre al punto de partida.

Buenas noches.

Resonando: Sólo palabras_Facto delafé y las flores azules (iba a ser otra, pero siempre, ah, las casualidades).

14 noviembre 2007

Va bien, es otoño

Deambular sin ningún destino de antemano, sólo caminar con todo lo que cabe en los ojos y en la nariz, comiéndose el sol y cada centímetro del centro de la ciudad. Sonreír a ciertas vidas que caben bajo las copas de los árboles del botánico y ese olor tan delicioso al caminar a su orilla, o de esas aceras susurrantes junto al parque más grande de este lugar, y esa canción sonando alrededor de mí mientras me escurro por las calles detrás del ministerio a las que no regresaba desde hacía años, encontrando aquel portalón enorme de madera igual, donde se nos agotó aquel vino barato aquella noche en la que nunca supimos qué hora era.

Ver cómo trata la luz de un otoño flamante (adjetivo dedicado) la plaza esa que siempre me ha encantado y a la que alguna vez no llegué y alguna otra llegué muy tarde, y cómo lentamente los grupos enormes de gente entran a vislumbrar aquel lugar tan mágico, o la cantidad de personas que leen sin mayor preocupación (aparente, siempre es aparente), junto al gran museo.

Un par de cafés estupendos, siempre lo son, aunque hoy tuvieran resabios leves de pintura, pero el servicio mejorando algo, y todo el mundo en la calle, y esa parte burdeos que tanto me gusta de ese edificio ampliado, y la noche cayendo de repente y otro paseo incandescente y sinuoso por un camino antiguo, Cervantes, León, del Prado y Santa Ana, una mirada con sonrisa irónica al ático del Me y Núñez de Arce, la Cruz, Victoria y el pasaje Matheu y las carreras que no corrimos, y los jueves por la noche o los martes de ese verano y el camarero albino más lerdo del mundo y esa cueva con velas y la canción de Silvio y bajar por Alcalá y colarnos en el Casino en aquella fiesta tan pija sin poder parar de reír en mitad de las preguntas de Barbie Noche de Fiesta.

Al final una conversación por teléfono que me acompaña de vuelta, al pasar por Cibeles y hacer el camino un poco más largo pasando por la puerta de aquel edificio donde aparcaba tan tarde algunas noches y bajar por donde sigue estando aquel ático para el que hicimos quinientos planes, y la llama aquella siempre encendida y el otoño que siempre busco y ahora ha aparecido, y los mejores cielos del mes.

Resonando: New day_Kate Havnevik

13 noviembre 2007

De publicidad

Se supone que la gracia está en hacer buena publicidad no necesariamente con millones de dólares o euros. Bueno, pues en este caso simplemente se trataba de poner en bonito una chorrada inmensa, pero gastándose 10 millones de libras en el intento. (Si, de momento es el spot más caro de la historia). Había que celebrar el 80 aniversario de la famosa cerveza.


Para compensar, tres de IKEA, sencillos, directos y con cierto ingenio



Y como regalo, casi un clásico, junto a la adaptación que Wonderbra ha hecho de este mismo spot:

http://www.aglassandahalffullproductions.com/

Edito para incluir la versión de Wonderbra

http://www.dailymotion.com/video/x3fn3g_cadburys-gorilla-vs-wonderbra-two-c_ads

11 noviembre 2007

Sin tregua

Sobraba luz en aquella sala, tanta que preferimos rebuscar entre los susurros al oído para que todo se volviese más oscuro, como el chocolate, o tu ropa interior.
Planeamos aquel viaje en el mismo tiempo en que nos medimos mútuamente el sabor de los labios, así que mientras otros pensaban todavía qué tomar, tú y yo ya habíamos facturado la soledad en clase turista, y tus manos tomaban el aperitivo nocturno bajo mi camiseta.

El invierno más triste del mundo empezaba a mostrar sus ramas por las alcantarillas, pero le mirábamos con aquella displicencia que da contar mentalmente el sendero que seguirán nuestras lenguas en el otoño engañoso que íbamos a celebrar a medias en aquellas sábanas recién compradas. Le reímos un par de gracias al prepotente invierno y giramos en aquella esquina tan visitada, pero esta vez nos miraba rozarnos con la ansiedad de saber que hay distancias a algunos colchones que deberían poder recorrerse más rápido.
Adornamos con la huella de nuestros cuerpos el cristal de aquel ascensor, el rellano y los siguientes minutos descosidos de tus vecinos curiosos, pero las risas seguro que les despistaron durante el rato en que aquella cerradura jugaba contigo a hacer de trilero y mi cuello se deshacía al contacto con tu saliva.

No le dimos tregua al absurdo otoño que se deshizo entre la ropa por el suelo, ni escuchamos a la luna que nos avisaba que se terminaba su turno, simplemente convertimos la compañía ocasional de un rato antes en ganas de más, mientras amanecía en casi toda la ciudad y algunas aceras nos esperasen en vano.

Nos recordamos durante días, pero preferimos no decírnoslo, así que los periódicos siempre eran de ayer y yo me empeñaba en comprar sonrisas por fascículos, aún sabiendo que nunca acabaría la colección.

Después de pasear la carcajada y el color de tus pómulos por los mejores sitios de la ciudad, debieron entrarte ganas de apurar todas las calles vacías en aquella que acababa en mi portal, así que despertaste a mi teléfono móvil del sueño insano de las últimas veces con aquel "tiene tu espalda un hueco para mis manos?".

Resonando: Invasión_Pastora

08 noviembre 2007

No iba a salir



Tenía un post parecido sobre canciones, pero no debe salir ahora (porque en algunos puntos se parece un poco a ese tan bonito de Sherezade y el mío no es tan bonito, ni sabe a té con menta). Así que como se lo debía en cierta manera, ahí va ese que estaba entre la montaña de lo que se guarda entre las hojas en blanco cuchicheando con otros cuantos o simplemente viendo pasar los días.
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"Sólo tenías que proponértelo"
Tenías la manía de llamarme como un personaje de dibujos animados, y a mí me hacía gracia, porque en nadie sonaba como cuando salía de tus labios.
La verdad es que nada era igual cuando lo hacías tú, aunque eso no lo sabes porque nunca te lo dije. Tenías la capacidad de pasar por cualquier sitio rozándolo, y no mover ni el aire, con tu forma de caminar como de bailarina.
Un día me preguntaste si te veía trabajando en aquel lugar lejano, que a ti te costaba verlo, y a mí me salió aquella frase que luego puse en un relato, porque eras así realmente. Podías hacer cualquier cosa que quisieras, siempre has tenido esa capacidad, podías ser bailarina, estudiante, pintora, periodista o matemática, podías nadar para ganarte la vida o simplemente trabajar de 9 a 5, podías susurrar o cantar a voz en grito, podías coserme los dobladillos de los recuerdos o plancharme las sonrisas, podías contar minutos o sumar kilómetros, podías vivir en el otro lado del mundo y esperar a que yo quisiese ir de vacaciones varios años después, cuando tú ya no estabas (aunque no llegases a estar nunca), podías llenar un edificio entero o dejarme varado y perdiendo la cabeza mucho tiempo con los rincones de mi casa llenos de cosas tontas que uno hace sin pensar y si aquello no te gustaba, siempre podías hacer otra cosa, simplemente te ponías y lo hacías.
Y hace unos días volví a escuchar aquel nombre con que me llamabas, y me pareció que lo mínimo que podía hacer era decírtelo, esta vez sí. Nunca ha sonado igual, como cuando sale de tus labios.

Resonando: Alone in Kyoto_Air

05 noviembre 2007

Las impuntualidades

Sólo dormía bien cuando no podíamos cerrar los ojos y prefería hablarle a tu cuello, así que ahora me hago nudos en los labios para que no me interroguen.
Sabe bien anudarse la bufanda aquella que me gusta tanto y dar cada paso al ritmo cadencioso de un baño de espuma que baila con las paredes ese vals remoto que nunca le enseñé y pagar por fin esa deuda que una vez le prometí , si, eso de contarle los motivos.
Anoche, durante aquella guerra contra el ejército de farolas que danzaban en formación por las avenidas de mi ciudad intacta, pensaba en aquella escultura que me dejó sin aliento y que recordaba cuando se lo conté y los miles de preguntas que se guardaba y luego soltaba cuando yo no me las esperaba, y probablemente por eso me gustaban más.

No recuerdo de quién era, ni su nombre, en cambio recuerdo milimétricamente aquella plaza, el color de todo lo que me rodeaba, la sensación abismal de magia que lo inundaba todo mientras me quedé varado observándola, entre cientos de personas, entre gritos y algunas voces que pronunciaban mi nombre desde unos cuantos metros atrás, había mucho ruido y fue como si el mundo me hubiese otorgado aquella tregua de repente, sin avisarme.

Recuerdo el color, incluso el color del cielo en aquel preciso momento, el color del edificio contiguo y la situación de la plaza en aquella ciudad a la que quiero volver, pero no me atrevo por si se ha comido todo, y recuerdo el olor que probablemente sólo tenía en mi cabeza.

Luego vi un montón de rincones que me gustaron, pero me quedo con aquellos diez minutos y aquella escultura, porque las elecciones las hacemos con ese punto de capricho que no se puede explicar, aunque realmente no haya capricho, sino eso, "no lo puedo explicar, pero si tengo que elegir, me quedo con aquellos diez minutos".

Luego vinieron días azules y las carreteras vacías y las ventanillas bajadas de después y lo que no imaginaba, la nieve cayendo de repente, aquella torre dando las horas, el año que no pasó nunca, las vueltas que le dábamos a todo para acabar tirados en el suelo muertos de risa y los abrazos de toalla, lo que me decía y lo que hacía, que no tenía nada que ver, pero me gustaba más, y los atascos de cuando me acordaba de todo, y la mermelada de perla, y los libros que nunca acababa de leer para no tener que cambiarlos por otros y cómo me nombraba y se sonreía y, como siempre, las impuntualidades en la vida de los demás, y no mirar a los ojos, y susurrar, y lo que nunca fuimos pero quiso que lo fuese para ella pero me lo contó demasiado tarde y sus besos en las comisuras de mis labios, y siempre, la impuntualidad. Y aunque no lo supiese, desde entonces no uso reloj, porque siempre que empiezo de nuevo, dejo algo en el camino.

Resonando: Los motivos_Quique González

04 noviembre 2007

Todo tuyo

Solemos negárnoslo con más frecuencia de la que el sentido común pudiese dictar, o al menos durante más tiempo del que debería. Raramente se lo hemos contado a alguien, y en caso de haberlo hecho ha sido después de descubrir que respira del mismo modo, que convive con la misma delirante certeza sobre sí. Pero cuesta llevarlo encima.
Entre cientos de rostros y respiraciones que saltaban, reían o simplemente no pensaban en nada más allá del fondo de su vaso de cristal, caí de nuevo en la cuenta de esos pasos trastabillados, de esos sentidos desarbolados e hirientes y esa forma de ver el mundo que se había apagado hace meses y meses. Era otro lugar, otra música y me acompañaba gente diferente, pero era la misma respuesta en la cabeza y el estómago. No sé qué la activó y qué puso a enredarse las metáforas, no sé si fue aquella mirada al entrar tan parecida a otra que tengo en el cielo de la boca, el frío en el costado de un rato antes, pasar por delante de aquel restaurante tanto tiempo después y que no me produjese nada, o simplemente que estaba esperando y era su noche. Pero se encendió y se puso a hacer sus labores, esas que ya ha hecho varias veces desde hace años, aunque casi no me acordaba porque llevaba muchos, muchos meses sin sentirla trabajar, y en la recta final de esa tregua, creí, tontamente, que había conseguido darse por vencida y me había dejado tranquilo.

La respuesta se puso a soltar su discurso, a hilar, como una artesana con mucha experiencia. Pasaba los hilos que tan bien conoce y me empezaba a enredar la cabeza en esa suma inconsciente de frases que sólo me ha dicho una vez pero que forman parte de mi curriculum ya. Y pasó así varias horas, mientras yo me dedicaba a intentar aguarle la fiesta con esas dos o tres cosas que sé que le sientan tan mal a su trabajo.

Mientras caminaba de vuelta al rincón extrañado que se forma a los pies de mi cama y entre las aceras desgastadas a punto de amanecer se escondían susurros viudos, tuve esos minutos ridículos de sonrisa victoriosa frente a esa respuesta, porque si, esta vez, de nuevo, esas dos o tres cosas habían bastado para desmontarle la fiesta durante toda la noche.

Pero no le preocupa demasiado, vive dentro de mí, por lo que irremediablemente sabe dónde encontrarme, y no ha tenido ni paciencia esta vez como para dejarlo para otro día, ha regresado ansiosa y relamiendo su victoria segura. Ha vuelto a trabajar apenas quince horas después. Y esta vez se le nota que tiene intención de quedarse a pasar una temporada. Lo que todavía no sabe es que ya lo ha conseguido, que he dejado de pelear con ella.

Resonando: Falling awake_Gary Jules

01 noviembre 2007

Uno de esos días

La luz algo quejosa de ciertos amaneceres se colaba por la ventana y recorría aquella autopista que llegaba directamente a mis párpados. Echaba hacia atrás el edredón para bajar al suelo sin pensar en nada más, para que las dos o tres ideas que giraban junto al despertador no tuviesen tiempo de ducharse antes que yo. Tocaba con la misma pasión el botón que hacía sonar aquella canción y la cafetera negra aquella que compré cuando me harté de que mi amigo rompiese la jarra de cristal de aquel artefacto automático que no tenía ni idea de hacer café.

Tarareaba en voz muy baja esa canción y se escuchaban los borbotones del café recién hecho como dando el ritmo de lo que sería el día. Y mientras quitaba la cafetera del calor me entraban ganas de vomitar y los ojos se llenaban de lágrimas que se quedaban guardadas sin querer en esos bolsillos del color que tenía aquel mueble que me costó tanto encontrar.

La ducha era un bálsmo milagroso en esas mañanas, se enjuagaba toda la desidia de la noche, las pulseras de deseos que se quedaban dando vueltas de 9 a 5, los miedos absurdos que recorrían el techo abandonándose a ratos para jugar a las damas con el enjuague bucal y volviendo después para seguir en ese tren de cercanías que parecía pasar las noches a los pies de mi cama.

De memoria adelantaba lo que sucedía en los diez minutos siguientes desde el portal, aquel señor con el perro que parecía aturdido casi cada mañana, como si no tuviese tiempo de masticar sus días y siempre le sorprendieran paseando a aquel perro. La chica joven y sus ojos tristes pero actitud diligente que trabajaba en aquella sucursal que parecía dictarse un discurso cada mañana antes de entrar a trabajar, casi siempre el mismo discurso, aunque a veces no quedaba muy claro si lo que decía era "tengo que huir de allí" o simplemente "tengo que aguantar allí". Y aquella pareja de ancianos en chandal, siempre caminando, sin parar, sin hablarse, con la complicidad de tantos años pero las pupilas algo perplejas a veces, como si no reconociesen a la persona que caminaba a su lado. Y aquella mamá tan joven que montaba a su hija parlanchina en el coche dándole cada día una respuesta diferente a la misma pregunta asombrada de la pequeña y me sonreía como si asumiese que yo ya sabía porqué le daba cada día una respuesta distinta.

Algunas mañanas siempre ponía el mismo disco y aunque todo lo que decía es la verdad, lo primero en lo que pensaba cada vez que me despertaba era cómo no me había dado cuenta ya.

Resonando: Devuélveme la pasta_Los Planetas