01 noviembre 2007

Uno de esos días

La luz algo quejosa de ciertos amaneceres se colaba por la ventana y recorría aquella autopista que llegaba directamente a mis párpados. Echaba hacia atrás el edredón para bajar al suelo sin pensar en nada más, para que las dos o tres ideas que giraban junto al despertador no tuviesen tiempo de ducharse antes que yo. Tocaba con la misma pasión el botón que hacía sonar aquella canción y la cafetera negra aquella que compré cuando me harté de que mi amigo rompiese la jarra de cristal de aquel artefacto automático que no tenía ni idea de hacer café.

Tarareaba en voz muy baja esa canción y se escuchaban los borbotones del café recién hecho como dando el ritmo de lo que sería el día. Y mientras quitaba la cafetera del calor me entraban ganas de vomitar y los ojos se llenaban de lágrimas que se quedaban guardadas sin querer en esos bolsillos del color que tenía aquel mueble que me costó tanto encontrar.

La ducha era un bálsmo milagroso en esas mañanas, se enjuagaba toda la desidia de la noche, las pulseras de deseos que se quedaban dando vueltas de 9 a 5, los miedos absurdos que recorrían el techo abandonándose a ratos para jugar a las damas con el enjuague bucal y volviendo después para seguir en ese tren de cercanías que parecía pasar las noches a los pies de mi cama.

De memoria adelantaba lo que sucedía en los diez minutos siguientes desde el portal, aquel señor con el perro que parecía aturdido casi cada mañana, como si no tuviese tiempo de masticar sus días y siempre le sorprendieran paseando a aquel perro. La chica joven y sus ojos tristes pero actitud diligente que trabajaba en aquella sucursal que parecía dictarse un discurso cada mañana antes de entrar a trabajar, casi siempre el mismo discurso, aunque a veces no quedaba muy claro si lo que decía era "tengo que huir de allí" o simplemente "tengo que aguantar allí". Y aquella pareja de ancianos en chandal, siempre caminando, sin parar, sin hablarse, con la complicidad de tantos años pero las pupilas algo perplejas a veces, como si no reconociesen a la persona que caminaba a su lado. Y aquella mamá tan joven que montaba a su hija parlanchina en el coche dándole cada día una respuesta diferente a la misma pregunta asombrada de la pequeña y me sonreía como si asumiese que yo ya sabía porqué le daba cada día una respuesta distinta.

Algunas mañanas siempre ponía el mismo disco y aunque todo lo que decía es la verdad, lo primero en lo que pensaba cada vez que me despertaba era cómo no me había dado cuenta ya.

Resonando: Devuélveme la pasta_Los Planetas

4 comentarios:

Elena -sin h- dijo...

Me gustan tus mañanas, con esa canción, con esos pasos corteses con el tiempo. Sucede a veces que tenemos que redescubrir la verdad para creérnosla, para que injerte en algún lugar de la memoria, al menos un rato.

P.D Voy ahora mismo a redesayunar café que me has levantado las ganas

Angie dijo...

Sí, a mí también me gustan tus mañanas, sencillas, llenas de gente, de pequeños detalles, de descripciones de vida a la vuelta de una exacta palabra, de pequeños milagros cotidianos..
como si tú también masticases los días encontrando cada vez sabores distintos descendientes de los de ayer..
y sí, yo también necesito una cafetera negra que me acompañe con un buen café..

besos.. cotidianos..

Iraultza dijo...

Son mañanas cotidianas que parecen pasar desapercibidas hasta que caes en la cuenta de que no, que tienen su propio sedimento en la memoria a la que dedicas a tareas menos inefables haciendo eso. Besos de cafeína a las dos.

Princess Valium dijo...

Pues a mi me suena a esas mañanas en las que te quedarías entre las sábanas, cansado de la rutina y los pasos repetidos una y otra vez. La gente en la calle a veces nos da detalles distintos, pero al fin y al cabo, todos andamos lo ya andado una y otra vez.
Besos