02 septiembre 2009

Hedonismo para la vuelta

Hace unos meses, una revista de neurología publicaba un estudio sobre el placer. No era un gran estudio ni ofrecía información nueva, ni pretendía descubrir al mínimo detalle los resortes que proporcionan placer al ser humano, ni nada de grandes dimensiones. Buscaba, exclusivamente, encontrar qué receptores de la piel eran los responsables de enviar al cerebro información de placer tras recibir roces, contacto, a diferentes velocidades y distintas intensidades.

El resultado no es demasiado sorprendente, ni pretende dar un vuelco a ninguna teoría suficientemente bien asentada en esas áreas de conocimiento, pero desmenuzando los detalles de los resultados, sin saber muy bien porqué, encontré cierto interés en ello.

El estudio encontraba los receptores precisos que recogían convenientemente esa información que traducían en placer al enviársela al cerebro, pero la traducían sólo y exclusivamente si el estímulo llegaba de una determinada manera. O sea que estos receptores Táctil C (su denominación exacta) son una especie de examinadores hiperexigentes que si no les das exactamente lo que quieren y como lo quieren, no hacen su trabajo. Parece que hay partes minúsculas de nuestro cuerpo mucho más exigentes que nosotros mismos como un todo, eso tampoco es una novedad. Pero esos estímulos, además de que fuesen como lo pretenden estos receptores, estaban tamizados, a posteriori, ya por el cerebro, por nuestra experiencia anterior y por las circunstancias sociales en que estemos recibiendo dichos estímulos, en definitiva, un agregado amplio de variables que convierten el placer casi en una casualidad, a priori.

Y de ahí, como suelo tender a mezclar lo que se me va ocurriendo, pensé en la famosa pirámide de Maslow, y en qué escalón de la misma se encuentra el placer (en concreto ese placer que enmarcaba el estudio). Si se trata del primero de ellos, el fisiológico, resulta que en muchas ocasiones se requiere de elementos de escalones superiores (social, estima...) para obtenerlo, pero conociendo lo que produce el placer en nuestro cerebro, en nuestro bienestar y en nuestra tranquilidad y equilibrio, tampoco puede reducirse al tercer o cuarto escalón de la pirámide. Y así, utilizando mi deducción de andar por casa sin pretensiones nada más que personales, parece que el placer va entreverándose inevitablemente por todos los escalones de la pirámide, sin excepciones, de modo que no somos nada sin placer, tampoco.

En semanas como estas, donde se suelen mezclar el sonido del mar rompiendo lentamente contra la arena, aeropuertos lejanos, billetes en la maleta, y horizontes repletos de hedonismo, siempre es bueno saber que a pesar de pirámides, circunstancias sociales, experiencias pasadas o estudios minúsculos, una caricia de 1, 3 o 10 centímetros por segundo sobre la piel (en cualquier parte del cuerpo), nos produce mucho placer. Ya lo decía al principio, nada nuevo, pero las caricias adecuadas, aunque a veces lo olvidemos, son parte de nuestra nutrición más hedonista. No todo está perdido al volver a la rutina, sólo hacen falta caricias.

Resonando: Postcards from Italy_Beirut

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