11 octubre 2009

Convertirlo en acontecimiento


Sin apenas ser consciente de ello, hay días que cualquier mínimo detalle te sugiere una historia, algún párrafo. Es sencillo, en esos días, construir cualquier breve esbozo de historia a través de un pedazo de imagen, la que consigues al mirar por una ventana, al escuchar casi en un susurro un sonido o un extracto de una canción que suena de fondo en un restaurante donde comes un día cualquiera sin muchas pretensiones, un gesto con el que te encuentras al doblar una esquina más en mitad de la ciudad, o una frase que alguien deja escurrir entre sus labios a media tarde de manera casual mientras tú pasas cerca de esa boca, y que sin saber muy bien porqué, acaba mojando la parte de tu cerebro adecuada como para que consiga inspirarte una historia, pequeña, como si fuese el cabo de un ovillo de lana, y tu mente fuese capaz de inventarse el resto del ovillo sin apenas haberlo visto.

En una tarde sin ninguna exigencia de hace muchos años, de esas tardes condescendientes de mitad de octubre, como algunas de estas, en las que el otoño no parece querer llegar, mientras el sol se caía a plomo entre los edificios, y frente a nuestros ojos nada parecía tener la suficiente importancia como para ponerse en marcha, divagaba junto a una amiga sobre los resortes del deseo, y ella, quizá de esa manera algo escasa en que uno habla cuando realmente lo que pronuncia se lo está diciendo a uno mismo, me decía que para ella el deseo estaba escondido bajo la forma de las palabras, no de cualquiera, sino del modo en que alguien es capaz de contar una historia pequeña, desde cualquier cosa que haya a su alrededor. Me contaba que no había nada más sexi para ella que escuchar cómo, de la forma de preparar un sandwich, del modo en que alguien abre una mochila o un bolso, de cómo sujeta unos cuantos folios, o cómo mira el gentío que se arremolina junto a un paso de peatones en una gran avenida, otra persona es capaz de contar una historia. La miré algo sorprendido, mientras pensaba en lo que acababa de contarme, y ella, con algo de rubor, sabiendo que acababa de decir en voz alta algo de lo que ni siquiera era plenamente consciente, se estiró en aquel pedazo de césped sobre el que estábamos sentados, con todos aquellos edificios a nuestro alrededor que formaban nuestro día a día. A aquella frase le siguió un silencio confortable, donde claramente los dos masticábamos lo que acababa de contarme. Unos minutos después, ella recogió sus cosas, cerró su cuaderno que tenía abierto sobre la hierba, su bolígrafo, lo guardó y levantándose y susurrando casi a dónde debía dirigirse en unos minutos, me dijo, “lo mejor que te puedes cruzar es alguien que sea capaz de convertir en acontecimiento las cosas más pequeñas y breves de cada día”.

Hay épocas, días, semanas o minutos, a veces, que cualquier cosa, lo más insignificante, lo más breve, lo más simple, te provoca una historia, te abre las ganas de inventar un decorado que permita llegar hasta ese detalle mínimo que acabas de contemplar, escuchar, oler o recordar. Y en ocasiones, esa breve historia inventada, creada, imaginada, se queda dormida en mitad de una tarde de otoño condescendiente.

Resonando: Quemas_Deluxe


* Fotografía de Love Photography

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