30 marzo 2010

Principios de astronomía


Como en una mala recreación del famoso recurso de Proust con las magdalenas, me ocurre con determinadas cosas que indefectiblemente a lo largo del tiempo se han ido uniendo a mí a través de determinadas situaciones, sensaciones, sonidos, olores o simplemente sabores al borde de un metro cuadrado de imaginación.

En ocasiones esa mezcla abigarrada de componentes que acaban conformando la estructura metálica de un recuerdo, sea del tipo que sea, pueden ser elementos a priori de lo más extravagantes entre sí, pero el cerebro, o quizá para ser más preciso, los engranajes de la memoria son capaces de unirlos hasta crear una amalgama reconocible de lo que uno es, cuando aparece de repente, esperado o no, el recurso que los despierta.

Por eso escuchar un disco determinado puede ser una forma como otra cualquiera de abrir alguna de las cajas que todos llevamos dentro y dejar salir algunas sensaciones de hace muchos años compuesta en su gran mayoría por unos olores determinados, por una luz concreta y precisa, por un estado anímico exacto.

Hubo una época en que determinados sonidos se sucedían con una periodicidad casi milimétrica en el calendario esquivo e intangible de las sensaciones. Hace demasiado tiempo, más si uno se pone a contarlo detenidamente, que la luz del cielo en esta ciudad en una época concreta del año, el olor de ciertas tardes, el sonido de alguna voz y alguna cosa más, se fueron hilvanando alrededor de mis manos, mis labios o los bordes de la espalda, para construir una especie de tejido absorbente, cálido y acogedor, que con el paso del tiempo, al contrario a los de verdad, no se resiente, ni se nota ajado, sino todo lo contrario.

Por eso, cuando vuelven a despertarse esas sensaciones acompasadas y algo neuróticas al principio, al notar, ya desde lejos, el sonido predeterminado que suele ser el catalizador que las despereza, uno vuelve a confiar en sus instintos, esos que quedaron aparcados una buena parte de los últimos tiempos. Uno vuelve a dejar caer la sonrisa cada rato desde el borde de sus labios y arropado por ese tejido invisible y por el sonido futuro de los principios básicos de astronomía, vuelve a descifrar la luz del cielo en esta época del año en esta ciudad, y se deja mecer hasta donde sea que haya que volver a empezar.

Resonando: La llave de oro_Los Planetas

* Fotografía: Comstock Images

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