08 febrero 2009

Al doblar alguna esquina

Al girar una esquina en una noche sin mucho sentido te encuentras de frente contigo mismo camino de una cita sin ningún recuerdo posterior, que quizá, como mucho, consiga abrirte el apetito, de nuevo, de aquella forma de rozar tus labios que tenían esos otros labios que no se sabe muy bien qué manzanas morderán a estas alturas, ni las almohadas en que reposarán las noches en que no se puede mirar a ningún sitio. Pero tampoco gastas demasiado tiempo en eso, sino que al mirarte fijamente a los ojos cuando te cruzas con ese que alguna vez fuiste, no soportas ver tanta tinta de novela sin final en las pupilas, y acabas girando levemente la mirada hacia ese parque algo desnudo donde a estas horas alguien enfundado en un chaquetón enorme pasea a un perro que no tiene ganas de pasear y al que esperan en algún salón aburrido sin ganas de volver a él. Mientras el animal corretea sin mucho ánimo, es capaz de llevar su cabeza a algunos océanos que pasaron por sus pies cuando tenía quince años menos, y recordar con poca fiabilidad sincera, el color que tenían los atardeceres de aquella casona antigua y el sabor de la cerveza con aperitivos salados que se confundían, al llegar las primeras brumas violetas del anochecer, con la sal de los labios que ella traía de su último baño del día en la playa.

Al cruzar la enorme avenida que horada su estómago, siente las mismas ganas de volver a casa que aquella tarde que se hizo noche sin apenas verla, porque todo lo llenaba la mezcla de piel que se formaba sobre aquel colchón al que volvió muchas veces más, y que siempre tenía la virtud de hacer pasar el tiempo como si no hubiese suficientes relojes para acunarlo adecuadamente. Pero esta vez no se cruza con nadie, e inconscientemente suspira aliviado por no tener que volver a cambiar el paso, por esa manía en la que acaba de caer días atrás, por la que empiezan a molestarle las multitudes, y en noches como esta, todo lo que no sea nadie, convertiría las aceras en multitudes ahogantes.

Cuando pulsa el botón que le abre el coche a un par de metros de distancia, coge de manera algo automática el móvil del bolsillo del abrigo y tiene la tentación casi catastrófica de enviar un mensaje que le permita dormir tranquilo, pero se arrepiente a tiempo, sabiendo, a estas alturas, que ni siquiera eso puede adormecerle ahora, desde hace semanas, es todo diferente.

Resopla levemente mientras se apaga el motor y sale del coche. Agacha la cabeza mientras sube unas cuantas escaleras y vuelve a salir al frío que a estas horas de la madrugada consigue mostrarle la máxima delicadeza de la noche, aunque su rostro esté a punto de congelarse. Hoy tampoco dormirá de ese modo que vuelve a recordar mientras las farolas rezuman luz amarillenta por los bordillos y los charcos empiezan a congelarse, mañana la luz se inclinará de otro modo probablemente.

Resonando: Endless flight_Gustavo Santolalla

4 comentarios:

Tita dijo...

Qué bien leerte después de unos cuantos días, buenas noches niño artista.

Iraultza dijo...

Y qué bien que vuelvas siempre, porque si no tengo frío...besos como quieras.

tootsie dijo...

Te reencontré de casualidad anoche. Pasé horas releyendo entradas antiguas y convenciéndome de que deberías dedicarte profesionalmente a esto. Quizá sea uno de los pocos sectores que no está en crisis. O sí. Pero merecería la pena leerte sobre papel, rememorando aquellas costumbres ya anticuadas.

Iraultza dijo...

Gracias por tus palabras, aunque no sé si hacerte caso, je. Me ha gustado volverte a ver por aquí. Todo bien? Espero que si. Besos.