06 abril 2009

Las aspas del ventilador

Se movían con parsimonia las aspas de madera de aquel ventilador ajado, como si mas que mezclar el aire, lo golpeasen con lentitud extrema hasta agotarlo por insistencia. El hall de aquel hotel estaba desierto, como suele ser normal en días como este, calurosos casi hasta la extenuación, en esas horas casi translúcidas en que nada de lo que uno ve con sus párpados abrasados puede asegurar que es cierto. Dejó la bolsa donde se arrumbaba la poca ropa que iba con él, sobre el suelo brillante de mármol, y caminó unos pasos hacia el mostrador donde se podía leer en un pequeño letrero de plástico sucio “Recepción”. Sonrió al descubrir aquel cartel, y con poca intención movió su cabeza en ambas direcciones intentando encontrar un resto de vida que pudiese ayudarle, pero no encontró nada. Se apoyó con cuidado sobre la madera gastada del mostrador, y descuidadamente dejó su vista posada sobre el panal cuadriculado que había al fondo, casi repleto de llaves, lo que en cierto sentido hablaba mal de aquel hotel, pues por aquellos detalles podía inferirse que eran poquísimas las habitaciones efectivamente ocupadas en este momento. A la derecha de aquel panal de madera, había una pequeña mesa donde reposaba un ordenador ya demasiado antiguo incluso para un sitio así que parecía vivir precisamente de esa idea, de parecer viejo (old fashioned para los snobs) y de serlo realmente si uno prestaba la suficiente atención. En la pantalla de esa reliquia de la prehistoria de la informática doméstica, podía verse una página escrita (un procesador de textos muy conocido, en alguna versión algo más moderna que el soporte que la contenía), agudizó su vista, con ese gesto tan característico, especialmente entre los miopes, de entrecerrar los ojos para intentar enfocar mucho mejor algo que queda a demasiada distancia de la capacidad natural de leer sin esfuerzo. No podía leerlo del todo, así que volvió a mirar a su alrededor a ver si conseguía ver a alguien, esta vez con las intenciones completamente diferentes a la primera vez, pues a fin de cuentas ahora lo que intentaba confirmar era que nadie podría pillarle entrando tras el mostrador y leyendo el texto que estaba allí escrito.

Nadie pareció mostrar signos de estar por allí, así que con la curiosidad malsana con que a veces nos gusta inmiscuirnos en los detalles de los desconocidos, fue hasta el lateral del mostrador, lo levantó, haciendo girar las bisagras que lo articulaban, y pasó dentro. Se inclinó levemente hacia la pantalla de aquel ordenador, y comenzó a leer lo que había allí escrito....”Las aspas de este ventilador no son capaces de mover el aire, simplemente lo empujan, lo empujan sin fuerza, como si quisiesen llevarlo fuera de este sitio hasta que no quede nada, hasta que no podamos respirar, pero fuesen incapaces, y el tiempo se queda colgando de las aspas también, para que no pase, para que cada minuto sea como una gota gelatinosa que se adhiere a cada baldosa...y sin embargo lo único que queda hoy por hacer es darle una habitación a ese muchacho que he visto en el restaurante de dos cuadras más allá, comiendo despacio, casi habiendo mimetizado a la perfección el ritmo de este pueblo, de este país, y sé que llegará hasta aquí, que dejará su bolsa y la curiosidad podrá con él hasta acercarse a leer esto, estas mismas palabras que le dicen ahora, justo al pasar sus ojos por esta línea, que yo estoy detrás de él”.

Resonando: Aquí ahora_Macaco

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