14 junio 2009

Concierto de susurros

Un paso después de otro, despacio, sin ninguna prisa, en una noche como esta, demorada y suave, donde se han deshecho los relojes como en el famoso cuadro de Dalí, donde nada tiene más importancia que lo que podría suceder al final de este corredor ancho, de paredes translúcidas, hechas de finas varas de bambú y seda tras las cuales, en ocasiones, se escucha el aliento sordo de alguien tomando un té, o una piel que es rozada, un kimono que cae al suelo y entona un bisbiseo asincrónico que sale sin querer hasta el pasillo por donde ella camina. Ella escucha ese sonido amortiguado de la tela de seda que roza el suelo de madera, y a su mente vienen diferentes imágenes como metáforas de ese sonido, como representaciones de lo que puede estar sucediendo tras esas paredes endebles y elegantes, imagina unos dedos fuertes y delicados a la vez que han deshecho el nudo que mantenía en su sitio el kimono rojo de alguien y lo han hecho caer despacio, como hojas desde la copa de un árbol en mitad del otoño, rozando con esmero y cuidado los listones anchos de madera de cedro mientras la piel de la persona que unos segundos antes sostenía con su cuerpo esa tela, se eriza ahora mientras observa cautivada el movimiento lento y suave, pero decidido, de las yemas de los dedos que comienzan a tocarla, y ese roce también saldrá, sin querer, al pasillo ancho por el que ella camina ahora, hacia el final del mismo, marcado como un faro en mitad del océano, con un pequeño farol de pantalla rojiza que extiende una luz tenue y suave por los alrededores de la puerta que vigila.

Ella sigue caminando, y su imaginación y su oído, al ir recuperando y almacenando todos esos susurros que ha sido capaz de recoger a medida que daba sus pasos, la han hecho aumentar el ritmo de su respiración, en una mezcla extraña de nerviosismo inesperado y una dulce anticipación de lo que puede haber al otro lado de esa puerta leve, formada por perfectos rectángulos que forman las diferentes varas de bambú al sostener con suma elegancia la tela sedosa que amortigua la luz, débil, que se puede percibir al otro lado, mucho más débil que la que estarce con cuidado el farol delicado en aquel rincón a la derecha de la puerta, y de la que tan solo dos o tres pasos le separan.

Se detiene cuando está a tan sólo un paso de la puerta. Es capaz de escuchar, por encima de los pensamientos que ahora mismo casi colapsan su cerebro, una débil canción al fondo, quizá en la misma estancia donde al pasar por delante escuchó caer la seda del kimono al suelo, ese mínimo concierto en estéreo que la tela y las respiraciones entrecortadas, y el roce de la piel, de diferentes pieles, generaba a su alrededor. Intenta calmar levemente su respiración, que se ha acelerado a medida que intentaba imaginar lo que habrá tras la puerta, cómo sonará la seda de su kimono cuando caiga al suelo, o el susurro entrecortado que quizá se escape entre sus labios en unos minutos, o el ritmo asincrónico y despiadado que atravesará su garganta cuando su piel se roce sin mesura con la piel de quien está al otro lado de esa puerta, esperando, sobre el suelo, a que ella mueva cadenciosamente su brazo izquierdo para que la lámina ligera de bambú y seda, vaya abriéndose hacia la derecha y la luz débil de varias velas sean lo primero que descubra en aquella estancia como de sueño, donde alguien a quien reconoce perfectamente, acaba de levantar su cabeza y dejar sobre una pequeña mesa de piedra la tetera desde la que ha llenado dos pequeños vasos de barro, y con sus ojos ardientes, la mira, demorándose en sus labios, para decirle, sin ninguna palabra que la confunda, que dé dos pasos más, hacia adelante, hacia el momento en que sus kimonos comiencen el concierto de susurros.

Resonando: Exiled manta mix_Tripswitch

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