08 noviembre 2009

Ni tampoco importa porqué


Hay ocasiones en que te asaltan certezas basadas en la nada más absoluta. Pero sin embargo, aunque eres consciente de que se sustentan en cimientos de humo, transparentes incluso, casi siempre que llegan, provocan una suave sonrisa, casi como recortada en penumbra, sobre tus labios. No son muchas, esas ocasiones, y se acumulan, por denominarlo de algún modo, siempre en épocas un poco desnudas en que por razones de lo más variopintas, el invierno parece haberse instalado no sólo en el calendario, si acaso, sino también en los bolsillos escondidos de los abrigos donde se suelen guardar las canicas de varios colores que no se enseñan a nadie, en el peso de la espalda que se queja cuando anochece y estás a punto de meterte en la cama sin un buenas noches que llevarte a la boca, o en el canturreo de los estribillos que se agazapan entre las columnas grises de cualquier aparcamiento subterráneo de los que carcomen una ciudad cualquiera.

Es en esos instantes fugaces cuando se hace más patente la lasitud algo devaluada del resto del tiempo, porque para compensar, supongo, al día siguiente, o unas horas después, se entrevera un poso de cierto desagrado con las esferas de los relojes, el tono amarillento de algunos mediodías, o el sabor herrumbroso que tienen algunos vasos de agua antes de dormir.

No importa demasiado, ni lo uno ni lo otro, porque no son más que recodos de otro tipo de senderos, anchos a veces, sombríos y serpenteantes otras, pero de largo recorrido, y eso al final es lo que cuenta para uno mismo, no detenerse en los recodos con poca sombra o rachas de viento ni en aquellos en que el sol pinta de naranja la parte interior de los ojos o te quedas detenido pensando en la divertida ironía de la frase que acabas de escuchar de alguien a cientos de kilómetros que sigue manteniendo la gracia en la forma descarnada en que cuenta algo, y que quizá no le hace gracia a nadie más, pero qué importa, reconforta reconocer cómo una misma palanca de palabras consigue abrir tu sonrisa, aunque la utilice alguien a quien ni siquiera conoces.

Amartillas el despertador con ese sonido que se escuchaba en las películas de espías en blanco y negro, ordenas el mueble donde se exponen en sesión privada los vasos y platos de cualquier menú laborable y festivo, llenas las manos en forma de cuenco con el agua más fría que consigues hacer salir del grifo, y te secas despacio el rostro en la toalla con ese olor tan cálido y agradable, dejas la luz que más te gusta mientras los números rojos se preparan en el cañón, y algo te recuerda la misma sonrisa de hace un rato, que desde el zaguán de tus ganas de otra cosa, sale hasta tus labios para decirte algo tranquilo. Mañana ya será otro momento para pagar el alquiler en forma de dolor de estómago a estas sonrisas esquivas que sólo aparecen en ocasiones, y nunca sabes qué significan.

Resonando: Out of the dark_Matt Hires


* Fotografía de Jim Wehtje

2 comentarios:

Mercromina Roja. dijo...

Cómo me ha gustado lo de "palanca de palabras"...
Las sonrisas de las que desconoces su razón de ser creo que al fin y al cabo, son las más sinceras. Cuestión de resortes mentales activados en nuestra cabeza sin nuestro consentimiento.

Por cierto, a modo de otra curiosidad, yo también he visto esa película hace nada y me gustó la relación entre los nombres y las estaciones. Me seducen ese tipo de detalles siempre.

Un beso.

Iraultza dijo...

La peculiaridad y la diversidad de senderos que tienen en nuestra cabeza esos resortes mentales sin nuestro consentimiento, daría para un tratado sobre la materia...seguro...pero bueno, en ocasiones, incluso, tiene su gracia.

Los detalles que forman parte de una historia, suelen ser los que la hacen diferente, y si me pasa lo mismo con eso "juego" de nombres en esa película.
Besos.