06 octubre 2007

Otros océanos de tiempo

Volver a lecciones ya estudiadas y recordar párrafos enteros de algunos libros que estaban en la buhardilla de aquella casa donde la entrada es asfalto empedrado.

He podido recordar con nitidez párrafos enteros que creía que ya estaban olvidados. El deseo domesticado por la razón o el deseo sin domesticar, que como un semáforo sólo tiene un color a la vez.

Todo aquel sitio olía a deseo sin domesticar, y levanté la mirada mientras atravesaba aquella puerta de cristal al ácido que daba paso a una oscuridad ajena. Alguien me puso una copa en la mano y una mirada en los labios, y seguí caminando y mascullando entredientes "esto es deseo sin domesticar, una pared para escaladores sin cuerda, otro océano de tiempo". Pero caminé igual, con la mirada clavada en unos ojos negros como la lengua de su dueña, y sus dedos trenzaban deliciosos humos de agua en mis oídos, y las manecillas de los relojes en paredes ajenas se derretían como esculturas de hielo en un zoco en mitad de julio, y su voz se apelmazaba en mis costados como nidos de abejas llenos de miel, y no importaba nada más, aunque supiese que un rato después sí me iba a importar, como me está importando ahora.

Y la frase que cantaba aquella voz ruda de mujer, me resonaba por la cabeza constantemente, así que me quedé colgado de la última palabra de esa frase y me hice humo, crave, crave, crave, hasta que no quedaba nada sin domesticar, para recoger los pedazos y guardármelos en los bolsillos, dejar un beso del color de sus ojos en la mesilla y otro entre los pliegues de aquellas sábanas y empezar a correr pasando por todos los charcos del suelo que a esas horas de la madrugada comenzaban a dar los buenos días y llegar cuanto antes al coche que me esperaba para resarcirme media hora después dejándome a los pies de mis sueños más cotidianos y ajenos a eso.

Mientras todavía sale humo de la taza de té, y se repite otra palabra de esa canción, maze, maze, maze, quizá no se trate de ser lo uno o lo otro, sino de que a veces domesticamos el deseo y a veces es simplemente lo único que nos queda sin domesticar, a veces es real y otras pura ficción, aunque atraviesen otros océanos de tiempo, o simplemente cuatro docenas y media de horas de un reloj derretido y unos ojos negros.

Resonando: Poison Prince_Amy Macdonald

1 comentario:

arabesque dijo...

convertirse , acoplarse, hacerse humo con una voz de una canción, o con el vaho de un té tras cristales empapados de lluvia, es una imagen de lo más cinematográfica. Eres de película.