23 diciembre 2007

Nuevos negocios

Se detenía el reloj siempre a la hora adecuada, no importaba cuál fuese, en aquella cocina las manecillas paraban a descansar. Aunque todo aquello ni siquiera lo pudiesen intuir en aquella librería del centro donde se encontraron. Se rozaron sin querer, o no tanto, pero él, sin mirar aún, notó el perfume de ella haciendo cosquillas en su pituitaria y se la imaginó, primero, antes de verla realmente.

Ella le había visto ya unos minutos antes, por eso se demoraba en aquella zona de la librería que no le interesaba nada, porque parecía que a él sí había algo que le mantenía allí.
Le gustó que tocase el lomo de los libros con aquella delicadeza y que al hacerlo pareciese que no había nada más alrededor.

Cuando vio la posibilidad, entonces caminó despacio entre aquellas estanterías que se llenaban de libros de arquitectura y diseño y se fue acercando a él, sin apartar la vista de su espalda, de sus brazos, de los vaqueros que le sentaban tan bien, acercándose lentamente mientras la mano derecha de él acariciaba un libro de Le Corbusier y lo extraía con delicadeza para abrirlo.

Ella se seguía acercando, viéndole de perfil, con su cazadora y la bufanda desanudada algo descuidadamente alrededor de su cuello. Podía ver de manera tangencial su mirada algo miope y atenta sobre la Ville de Savoye y esa abstracción completa que hacía parecer que estuviese solo, o al menos que nada podía molestarle o interrumpirle mientras se dedicaba a esa tarea. Por eso, al pasar junto a él, tan cerca de su espalda, no le quedó más remedio que rozarle con su mano, esperando sacarle de aquella burbuja de fotografías de edificios.

Él notó el perfume unas décimas antes de percibir el roce de su mano por la espalda, y aunque mantuvo los ojos fijos sobre aquella fotografía, ya no pensaba en aquel libro que tenía que elegir para regalar. Radiografió mentalmente cada centímetro de su espalda por el que se iba reposando la mano y aspiraba con pulcritud el perfume que en ese momento ya le cubría todas sus fronteras. Cuando aquel roce se acabó, movió la cabeza muy despacio hacia su izquierda para ver a quién le había acariciado así y vio la espalda de una chica que caminaba despacio con un par de libros en su mano izquierda.

Sus piernas fueron tras ella sin dudarlo, hasta colocarse justo a unos centímetros a su espalda, mientras formaban educadamente cola frente a la caja. Cerró los ojos unos segundos para oler aquel perfume y la frase le salió sin pensar:

- ¿Qué día es hoy?

Ella volvió su rostro un poco, lo justo para poder mirarle con cierta guasa ante aquella pregunta.

- Sábado, ¿por qué?

- No, por nada, es que busco a alguien que me ayude en un nuevo negocio.

Ella sonreía y giró su cuerpo en su dirección del todo, mostrando interés por aquella extraña conversación.

- ¿Tu negocio? Tiene algo que ver con Le Corbusier, supongo.

Él miró de refilón el libro que seguía sosteniendo en su mano y volvió a mirarla a ella.

- Busco una socia. Para convertirnos en domadores de domingos.

Resonando: Moss_Gus Gus

5 comentarios:

Giraluna dijo...

A veces nos empeñamos en decir cosas con palabras cuando se pueden transmitir mejor con un simple roce, o una mano en la espalda. Con eso estaría todo dicho (aunque es un método original el del negocio :)

¿Y qué contestaría ella?

Iraultza dijo...

Muy probablemente ella le diría que si, porque le apasiona el reto de domar domingos, aunque son peligrosos, muy sibilinos y algo tramposos. Pero ella, después de haber dejado las huellas de su mano derecha en la espalda de él, probablemente querrá saber si en la piel directamente, también sus dedos resbalan tan dulcemente, si los dedos de él acarician su cuerpo con tanto mimo como los lomos de esos libros y sobre todo, ambos querrán compartir domingos amaestrados entre los dos, porque son el mejor animal doméstico.

Anónimo dijo...

¿Amor a primera vista? ¿Instintos primarios hacinados en una celada de carne y cartílago luchando, de un modo pulsante, por liberarse? ¿Aciagas noches de soledad a la espera de un alma con la que compartir la desdicha de vivir?

Puede que en cierto modo el atractivo del narrador resida en no saber nada de él, de hecho podría ser uno mismo... el lector incluso. Pero no estaría mal saber qué es lo que motiva al personaje.

En ocasiones basta con una palabra fuera del contexto de una frase.

Un abrazo desde el Otro Lado.

PD: no me pidas ejemplos; aún trato de encontrar la manera sin recurrir al plagio de los grandes... Carver, Capote, e incluso el Bukowski de sus primeros escritos.

vega dijo...

me encanta Le Corbusier...

Algunos domingos se vuelven tan mansos que ni hace falta domarlos... pero está bien el negocio, le veo futuro...

besos indomables

Iraultza dijo...

Borja: eso que sugieres y alguna cosa más, seguro, y la palabra al margen, y las motivaciones del narrador que se pueden confundir con el lector...y no saber nada de él, así es mejor.
Abrazos (cuando haya ejemplos, y consigas la manera, cuéntamelos entonces).

Vega: es una cuestión de perspectiva supongo, je, o de trueque, cambiar domingos mansos por domingos sin domesticar. Besos arquitectónicos.